Pasi¨®n animal y literaria
A partir de la relaci¨®n entre una bibliotecaria y un oso, la canadiense Marian Engel logra triunfar en la dif¨ªcil tarea de construir una buena novela er¨®tica
?Acerca de un verso del poeta americano Robert Frost, ¡°La tierra fue nuestra antes de que nosotros fu¨¦semos de ella¡±, Margaret Atwood coment¨® que estas palabras nunca hubiesen podido ser imaginadas por un canadiense. El vasto territorio al norte de la frontera con Estados Unidos, con ¡°demasiada geograf¨ªa y poca historia¡±, nunca fue pose¨ªdo por nadie, y las poblaciones ind¨ªgenas se dicen sus guardianes, no sus due?os. Los primeros inmigrantes europeos comprendieron r¨¢pidamente que su tarea en el Gran Norte no era la de conquistar sino la de sobrevivir. La sobrevivencia, como apunt¨® Atwood en uno de sus primeros libros, es el rasgo que por sobre todos define la identidad de Canad¨¢.
Marian Engel empez¨® a escribir de muy joven. Hija de maestros instalados en un pueblecito del norte de Ontario, creci¨® (como Atwood) aprendiendo a adaptarse a los rigores del clima y de la naturaleza. Public¨® su primera novela a los 35 a?os, y aunque fue bien recibida por la cr¨ªtica, la obra a la que debe su fama en Canad¨¢ es Oso, publicada en Canad¨¢ en 1976, cuando caus¨® un esc¨¢ndalo en la atm¨®sfera puritana de aquellos tiempos. Sin lugar a dudas, Oso es una obra maestra de la literatura canadiense, y tambi¨¦n de la literatura er¨®tica universal.
Engel cont¨® que empez¨® a escribir Oso con el prop¨®sito de componer una novela pornogr¨¢fica que le permitiese ganar un poco de dinero para educar a sus hijos despu¨¦s de su divorcio. Al cabo de algunas p¨¢ginas, sinti¨® que la obra se escapaba a tal prop¨®sito mercantil y cobraba una vida aut¨®noma e insospechada. Lo cierto es que Oso logra lo casi imposible: ser una novela a la vez s¨®lidamente literaria y profundamente er¨®tica.
Oso narra un retour ¨¤ la nature como propon¨ªa Rousseau: dejar atr¨¢s las penas y labores urbanas para regresar a un estado ed¨¦nico y primitivo. Sin embargo, la protagonista del relato de Engel, bibliotecaria en la ciudad de Toronto, no va en busca del para¨ªso perdido, sino que parte hacia los bosques de Ontario con el prop¨®sito de investigar, en una islita alejada, los documentos y vol¨²menes que una anciana dama leg¨® a la biblioteca. All¨ª descubre que la familia de la dama ha conservado, adem¨¢s de los libros y papeles, un oso d¨®cil y viejo, encadenado a su caseta como un perro, y al que la bibliotecaria debe alimentar todos los d¨ªas. D¨ªa a d¨ªa, la relaci¨®n entre la mujer y el animal se hace cada vez m¨¢s ¨ªntima, y al cabo de unas pocas semanas, desemboca con toda naturalidad en un acto er¨®tico. Es as¨ª como Engel nos describe el inicio del encuentro en la reciente traducci¨®n de Magdalena Palmer: ¡°El oso lam¨ªa. Buscaba. Lou podr¨ªa haber sido una pulga a la que ¨¦l estaba persiguiendo. Le lami¨® los pezones hasta que se le pusieron duros y le relami¨® el ombligo. Ella lo guio con suaves jadeos hacia abajo.
Movi¨® las caderas: se lo puso f¨¢cil.
¡ªOso, oso¡ª susurr¨®, acarici¨¢ndole las orejas. La lengua, no solo musculosa sino tambi¨¦n capaz de alargarse como una anguila, encontr¨® todos sus rincones secretos. Y, como la de ning¨²n ser humano que hubiera conocido, persever¨® en darle placer. Al correrse solloz¨®, y el oso le enjug¨® las l¨¢grimas¡±.
Pocos g¨¦neros son m¨¢s arduos que el de la literatura er¨®tica que debe abrirse un mal definido camino entre lo fr¨ªamente cl¨ªnico y lo meramente soez. La obra de Sade, por ejemplo, sin su contexto filos¨®fico, es una tediosa lista de arduas combinaciones gimn¨¢sticas; las sucesivas Sombras de Grey no son m¨¢s que una glosa de Sade mal le¨ªdo por Cor¨ªn Tellado. Una biblioteca de obras er¨®ticas que sean tambi¨¦n literatura no ser¨ªa voluminosa: incluir¨ªa cl¨¢sicos como los poemas de Abu Nuwas, la larga novela El Se?or del gozo perfecto, de Xu Changling; La lozana andaluza, de Delicado, y Las relaciones peligrosas, de Laclos, alg¨²n escrito de Pieyre de Mandiargues y de An?is Nin, alguna novela de Alan Gurganus y de Alan Hollinghurst, la obra completa de Alberto Ruy S¨¢nchez y algunas pocas m¨¢s. En literatura al menos, las relaciones er¨®ticas no se circunscriben necesariamente a nuestra especie y ciertas obras admirables describen una relaci¨®n m¨¢s franciscana: Mi mujer mona, de John Collier, con una chimpanc¨¦; Mi perra Tulip, de J. R. Ackerley, con una cachorra; El rabino pagano, de Cynthia Ozick, con un ¨¢rbol. Para el lector en castellano, a esa sensual y aristocr¨¢tica lista debe agregarse ahora Oso, de Marian Engel.
Oso. Marian Engel. Traducci¨®n de Magdalena Palmer. Impedimenta. Madrid, 2015. 168 p¨¢ginas. 20,95 euros.
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