Entremeses variados
El nuevo montaje teatral de Jos¨¦ Luis G¨®mez sobre la obra de Cervantes se puede apreciar todav¨ªa en el Romea de Barcelona
Quienes no hayan podido disfrutar los Entremeses de Cervantes que el Teatro de La Abad¨ªa lleva unos meses paseando triunfal de Sevilla a Granada, de Washington a Budapest, tienen todav¨ªa (hasta el 7 de junio) la oportunidad de hacerlo en el Romea de Barcelona. No pocos de quienes en Madrid aplaudieron el nuevo montaje de Jos¨¦ Luis G¨®mez se han procurado ya en la Feria del Libro la exhaustiva edici¨®n del texto ¨ªntegro que la Real Academia Espa?ola ha publicado como primera entrega de las obras completas del autor. Por uno y otro camino, los Entremesessiguen mostrando su perpetua vigencia.
En el programa de mano de La Abad¨ªa, Juan Goytisolo llama a esas piececillas ¡°plantas de apariencia min¨²scula, que reproducen genialmente en miniatura la belleza del ¨¢rbol y la airosidad de su copa¡±. Concuerdo, ah¨ª, y doy un ejemplo. El tema de la casada joven que de un modo o de otro se ve aguijoneada al adulterio vuelve m¨¢s de una vez en la pluma de don Miguel (d¨¦mosle ya el tratamiento que su ¨¦poca le negaba). En primer t¨¦rmino en El curioso impertinente intercalado en el Quijote y en la novela ejemplar de El celoso extreme?o, cuyo argumento y personajes son los mismos que en el entrem¨¦s de El viejo celoso,ahora tan gallardamente vuelto a los escenarios.
Oigamos en este el di¨¢logo de la esposa insatisfecha a quien se le pone a tiro un buen mozo: ¡°?Y la honra, sobrina?¡±. ¡°?Y el holgarnos, t¨ªa?¡±. ¡°?Y si se sabe?¡±. ¡°?Y si no se sabe...?¡±. Al fondo est¨¢n todos los vericuetos psicol¨®gicos magistralmente pintados en el Curioso y todos los sabrosos enredos del Celoso; pero est¨¢n impl¨ªcitos, en un par de frases de tan absoluta naturalidad como ricas de gracia y malicia.
Cabe darle la vuelta al planteamiento. En los entremeses est¨¢ todo Cervantes, pero todo Cervantes rebosa de entremeses. El teatro, por supuesto, abunda en interludios que podr¨ªan serlo, y otro tanto ocurre con La gitanilla y con la mayor parte de Rinconete y Cortadillo. Como era de esperar, los mejores est¨¢n en el Quijote. Los hay en ¨¦l de trazo gordo, de slaspstick, o sea, garrotazo y tente tieso, como se prefer¨ªan en los corrales. As¨ª cuando don Quijote le da al cabrero con un pan ¡°en todo el rostro¡± y el atacado replica asi¨¦ndole del cuello y ¡°no dudara en ahogarle¡± si Sancho no le tomara por las espaldas y ¡°diera con ¨¦l encima de la mesa, quebrando platos, rompiendo tazas y esparciendo cuanto en ella estaba¡± (I, 52).
Pero asimismo los hay de una finura y elegancia soberanas. El mejor de todos (y uno de los nudos de la obra, mayormente en el borrador que no lleg¨® a imprimirse) se representa en la venta de Palomeque (I, 44-45). El barbero exige que se le devuelva la famosa bac¨ªa de la que Sancho le desposey¨® y que don Quijote toma por el yelmo de Mambrino. Protesta el rapabarbas de que no es tal, sino bac¨ªa, y don Quijote y todos los suyos, perfectamente serios, porf¨ªan que es yelmo (Sancho, por no mojarse, que no por filosofar con Ortega, lo llama una vez ¡°baciyelmo¡±.) Maese Nicol¨¢s, que es del oficio y ha sido soldado, certifica incluso que la bac¨ªa ¡°est¨¢ tan lejos de serlo como est¨¢ lejos lo blanco de lo negro¡±. Imposible resumir la maravillosa comicidad del episodio. Nada suple leerlo y comprobar c¨®mo en manos de Cervantes el m¨¢s humilde de los g¨¦neros teatrales fecunda la mejor novela de todos los tiempos.
Francisco Rico es acad¨¦mico de la RAE.
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