El mes m¨¢s largo y unos puentes lejanos
El historiador brit¨¢nico Antony Beevor, posiblemente el mejor escritor militar de nuestro tiempo, ofrece una vibrante visi¨®n can¨®nica de la batalla de las Ardenas
De nuevo marchamos a la guerra con Antony Beevor. Esta vez, parafraseando al viejo Cornelius Ryan, al mes m¨¢s largo y a unos puentes ¨Clos del Mosa- muy lejanos (para los panzer alemanes). Despu¨¦s de su El D¨ªa D y del compendio de la II Guerra Mundial, el historiador militar brit¨¢nico nos sumerge en toda la intensidad de la batalla de las Ardenas o del saliente, una de las m¨¢s famosas de aquella contienda y tambi¨¦n de las que m¨¢s han impactado en el imaginario popular. La combinaci¨®n de oscuros bosques, nieve, tanques, combates desesperados, ataques empecinados y defensas numantinas (Bastogne), hero¨ªsmo y padecimientos inenarrables (80.000 bajas por bando), cre¨® un poderoso relato b¨¦lico, con una iconograf¨ªa muy reconocible, que hace comparable las Ardenas a otras batallas se?eras de la guerra como Stalingrado, Normand¨ªa, El Alamein o Kursk.
La narraci¨®n que hace Beevor es en lo esencial muy can¨®nica y con ello se desmarca de la reciente interpretaci¨®n del sueco Christer Bergstr?m ¨CArdenas, la batalla, Pasado & Presente, 2015- que sostiene que Hitler no andaba desacertado (en esto) y que los alemanes ten¨ªan opciones de victoria en su intento de, irrumpiendo a la carrera por B¨¦lgica hasta Amberes aprovechando un ciclo de mal tiempo que impidiera actuar a la dominante aviaci¨®n enemiga, crear una cu?a entre los ej¨¦rcitos de EE UU y Gran Breta?a, embolsarlos y destruirlos al estilo de la vieja guerra rel¨¢mpago del inicio de la guerra. Para Beevor no hay caso: la ofensiva de las Ardenas, lanzada el 16 de diciembre de 1944, supuso para el bando alem¨¢n un absurdo dispendio de recursos insustituibles que hubieran podido ser aprovechados mucho m¨¢s cabalmente en el frente del Este. De hecho, sostiene, la batalla, un helado horno en el que se fundieron algunas de las mejores unidades acorazadas de la Wehrmacht y las Waffen SS (y tambi¨¦n numerosos aviadores veteranos), permiti¨® a los sovi¨¦ticos disfrutar de todav¨ªa mayor ventaja en su ofensiva de enero desde el V¨ªstula. ¡°La aventura de Hitler en las Ardenas¡±, concluye Beevor, ¡°hab¨ªa hecho que el frente Oriental fuera absolutamente vulnerable¡±. Cabe imaginar que sin las Ardenas ¨Cdonde adem¨¢s Hitler se obstino enloquecidamente con tomar Bastogne como si fuera otro Stalingrado- los Aliados occidentales hubieran marchado hacia el coraz¨®n de Alemania m¨¢s r¨¢pido que los rusos, habr¨ªan quiz¨¢ llegado a Berl¨ªn antes y la Europa de la posguerra acaso se habr¨ªa configurado de otra manera.
Que la visi¨®n general del historiador brit¨¢nico sea la que siempre se ha explicado ¨Clos alemanes no pod¨ªan lograr unos objetivos que, simplemente, estaban m¨¢s all¨¢ del alcance de sus fuerzas; los Aliados fueron cogidos literalmente con los pantalones bajados, etc¨¦tera- no quiere decir que su libro no contenga, como es habitual, adem¨¢s de la mejor prosa militar de nuestra ¨¦poca, cosas sorprendentes y provocadoras. Uno de los episodios m¨¢s tristemente c¨¦lebres de la batalla de las Ardenas es la matanza de Malm¨¦dy, en la que los Panzergrenadiere del teniente coronel de las SS Joachim Peiper, al mando de una de las puntas de lanza acorazadas alemanas ejecutaron a 84 soldados estadounidenses. Beevor subraya c¨®mo las noticias de esa atrocidad ¨Cy otras similares a las que las unidades de las SS se hab¨ªan habituado en el Frente del Este- provocaron un af¨¢n de venganza entre las tropas y los mandos de EE UU que generaron matanzas de prisioneros alemanes, como en Chenogne, donde se fusil¨® injustificadamente a 60 soldados. Beevor ya nos hab¨ªa revelado asesinatos de esa clase en Normand¨ªa pero en las Ardenas, denuncia, donde se alcanz¨® una brutalidad sin precedentes en el frente Occidental, se realizaron con el conocimiento, la aquiescencia e incluso el est¨ªmulo oficial del mando. Por otro lado, fue habitual acribillar a las tripulaciones que hu¨ªan de sus blindados en llamas y se generaliz¨® la pr¨¢ctica de no hacer prisioneros de las SS (esos prisioneros eran ¡°una rareza¡±). El historiador compensa esta imagen oscura de los GI ¨Cya no estaba ah¨ª el capit¨¢n Miller/ Tom Hanks- recalcando el extraordinario valor de algunas unidades que lograron lo impensable frenando o ralentizando la implacable ofensiva alemana en sus inicios.
Beevor muestra tambi¨¦n magistralmente el ambiente en el Alto Mando Aliado, la estulticia, las rencillas, las envidias y celos, la soberbia de Patton y la arrogancia de Montgomery (que acab¨® perjudicando pol¨ªticamente a su pa¨ªs). A destacar el muy negativo retrato que hace de Omar Bradley, al que siempre hab¨ªamos tenido por un general cabal. No solo lo pone como chupa de d¨®mine por su responsabilidad en la debilidad del frente y su absoluta incapacidad para entender la ofensiva alemana, sino que lo pinta como un ser mezquino y le achaca haber aprobado la ejecuci¨®n sumaria de soldados alemanes.
De nuevo, Antony Beevor pone de relieve el inmenso sufrimiento de la poblaci¨®n civil. En su relato de la batalla no solo nos hace vivir las experiencias y penalidades de los soldados acurrucados en sus pozos de tirador o a lomos de sus blindados, sino que nos lleva a los s¨®tanos y granjas en que se refugiaban los atropellados civiles belgas, de los que murieron 2.500. Los feroces combates y los continuos cambios de manos provocaron la destrucci¨®n casi completa de muchas localidades: en la Roche, de 739 casas solo cuatro continuaban siendo habitables tras la batalla. M¨¢s all¨¢ de la reconstrucci¨®n minuciosa de la batalla de las Ardenas en toda su complejidad militar ¨Cpara hacerla m¨¢s inteligible Bevor la contextualiza por delante y por detr¨¢s, dedicando los cap¨ªtulos centrales, diez d¨ªas de diciembre, del 16 al 26, al n¨²cleo duro (!)-, es otra vez la escala humana y la perspectiva individual, esa intensa forma en que el historiador nos lleva al escenario de los combates, lo m¨¢s sobresaliente. El miedo, el hambre y el fr¨ªo atroces, el pie de trinchera y la disenter¨ªa, el efecto de ¡°picadoras de carne¡± de las ametralladoras de 50 mm, el terrible f¨®sforo blanco, los jabal¨ªes que se comen las entra?as de los soldados reventados en los bosques, el horror dantesco de los hospitales de campa?a¡
Ning¨²n otro nos explica la propensi¨®n de los Sherman a patinar en las carreteras heladas, que Hemingway se bebi¨® todas las botellas de vino de misa de un cura sospechoso de simpatizar con los alemanes y luego las rellen¨® con su orina, que Patton condecor¨® a su capell¨¢n castrense por sus plegarias eficaces para mejorar el tiempo, que un jovencito Kissinger particip¨® en la batalla o que el coronel de paracaidistas alem¨¢n Von der Heydte ¨Cviejo amigo de Patrick Leigh Fermor- se mofaba de su jefe, el brutal SS Sepp Dietrich, imitando su acento suabo. Por las p¨¢ginas, apasionantes, atraviesan Eisenhower, Otto Skorzeny ¨C¡°capit¨¢n pirata¡±-, Marlene Dietrich sin ropa interior, el general der Panzertruppe Manteuffel dirigiendo el tr¨¢fico, Kurt Vonnegut, prisionero con la 106 ? divisi¨®n, el carro Tiger que se deshizo de 16 Sherman en el pueblo de Bure, el enloquecido general Horrock que quer¨ªa dejar pasar el Mosa a los alemanes para derrotarlos en ¡ ?Waterloo! Pese a sus ocasionales notas de humor, Beevor no deja en ning¨²n momento de mostrarnos todo el espanto de la guerra: el paracaidista alem¨¢n muerto bajo el que los soldados estadounidenses encienden un fuego para descongelarlo y poder quitarle las botas, la vaca lanzada a un tejado por el ataque de un Typhoon, el hombre acribillado en medio de la calle sobre el que se ha sentado un gato para aprovechar el calor que a¨²n desprende el cuerpo o el soldado alem¨¢n que sobrevive hasta que le quitan el casco y se desparraman sus sesos.
Ardenas 1944. La ¨²ltima apuesta de Hitler. Antony Beevor. Traducci¨®n de Joan Rabasseda y Te¨®filo de Lozoya. Cr¨ªtica. Barcelona, 2015. 608 p¨¢ginas. 27,90 euros.
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