Voz de muchas hambres
'Mi relaci¨®n con la comida' es uno de los mejores y m¨¢s combativos textos de Ang¨¦lica Liddell, interpretado con enorme talento por Esperanza Pedre?o
Esperanza Pedre?o en el Versus barcelon¨¦s, como una tormenta en campo abierto. Pedre?o de gira por Espa?a, tras una larga y aplaudid¨ªsima estancia en el teatro Galileo de Madrid. Una actriz feroz para un texto feroz: Mi relaci¨®n con la comida (2005), de Ang¨¦lica Liddell. Invectiva, serm¨®n, panfleto, cascada de interrogantes, poes¨ªa tr¨¢gica. Voz de muchas hambres, de muchas rabias, con Genet y C¨¦line en la cabe?cera de la cama. O en mitad del camastro. Un texto que ha encontrado a su actriz, y menuda actriz, entre la ligereza y la hondura de Norma Aleandro y el desgarro callejero de Esperanza Roy en La vida perra de Juanita Narboni. Han pasado 10 a?os desde su escritura y Mi relaci¨®n con la comida, que no conoc¨ªa, sigue viva, tensa, r¨ªtmica, llena de ideas. Me cuesta, de entrada, creerme a la multipremiada Liddell haci¨¦ndole ascos existenciales a esa comida con un ¡°se?or de la cultura¡±. Tambi¨¦n en este sentido no est¨¢ lejos de Genet. Vale, de acuerdo, lo escribi¨® justo antes de que su carrera comenzara a dispararse, y bien cierto es que, en todo texto, autor y personaje juegan siempre al cuc¨²-tras: me muestro, me escondo. Y ya veo que ¡°la cocina¡± es otra cosa; es una met¨¢fora de ¡°lo malo, lo feo y lo injusto, camuflado bajo el pellejo de lo contrario¡±.
Liddell arranca hablando de sus siete a?os bajo el agua, agua fecal, agua de pobreza en una casa ¡°donde las paredes estaban siempre h¨²medas porque no entraba ni un rayo de sol para secarlas¡±, donde sus vecinos eran todav¨ªa m¨¢s pobres que ella, porque ella ¡°ten¨ªa alguna posibilidad de prosperar¡±. Me creo todo lo que dice sobre la miseria, ¡°ese gran genocidio consentido¡±; me la creo como me cre¨ª a C¨¦line en Viaje al fin de la noche; me la creo por c¨®mo lo cuenta y c¨®mo lo sirve, con ojos de p¨¢jaro desvelado y alerta, Esperanza Pedre?o. Y me creo lo que dice Liddell, sarc¨¢stica, sobre la demagogia: ¡°La culpa la tienen los hambrientos por convertirnos en demagogos. Son tan negros, tan pobres, tan sucios, tan mugrientos, tan ignorantes¡, tienen tantas moscas en los ojos y en la boca¡, el treinta y tantos por ciento de la poblaci¨®n¡±. Seguro que el porcentaje se ha multiplicado desde entonces: tendr¨¦ que pregunt¨¢rselo a Mart¨ªn Caparr¨®s. Y, de paso, decirle que vaya al Versus, que no se pierda Mi relaci¨®n con la comida.
Liddell y Pedre?o, me parece, est¨¢n en contra del entretenimiento, por puerta abierta a lo banal, pero resulta que aqu¨ª hay entretenimiento del bueno: ritmo y verdad. O sentimiento y asombro, como dice el maestro Veronese. Genet y C¨¦line, ya digo. Y tambi¨¦n Delibes. Y Lorca, como se ver¨¢. Si no hubiera ese ritmo cimbreante en el texto y la interpretaci¨®n, latido de dos corazones furiosos, el p¨²blico escapar¨ªa. El ritmo es belleza, el ritmo es generosidad, el ritmo es gancho, de sus corazones a los del p¨²blico. El ritmo es potencia, la potencia de lo que el texto dice y la potencia de su bombeo en escena. Si me aprietan, les dir¨ªa que me sobra un poco la pelota roja, los trazos de tiza, ciertas danzas, ciertas, eso s¨ª, como calambrazos. Quiero decir que, tal como lanza y respira y vive el texto Esperanza Pedre?o, hasta inm¨®vil me atravesar¨ªa. A pelo. Pero entiendo que necesita todo eso como quien va clavando el piolet en la piedra para subir (y que subamos) la pared vertical.
Delibes, de nuevo. Y John Berger. El hermos¨ªsimo y brutal pasaje de la parte familiar, los abuelos extreme?os, la dureza de la vida campesina. Los ni?os lavando en el r¨ªo las tripas de los cerdos, el r¨ªo en invierno, las tripas humeantes en las manos. ¡°Esa es mi relaci¨®n con la comida, una relaci¨®n bruta, elemental, como el trazo de un idiota¡±. La comida como la meada en las manos de Azar¨ªas, para que las manos no se le cuartearan.
Lo que no me gusta: la convicci¨®n (altanera, leninista) de que el p¨²blico necesita ser adoctrinado y sacudido, como si fuera incapaz de pensar por s¨ª mismo: ¡°El espectador¡±, dice Liddell, ¡°debe sentirse culpable con respecto a la realidad¡±. Hacemos lo que podemos con la realidad. Somos bastante conscientes, me temo, porque la tenemos encima. Solo nos faltar¨ªa sentirnos culpables. Tampoco me gusta lo de ¡°sacar¡± al espectador a escena, aunque Pedre?o lo haga con todo el amor del mundo, y brevemente. El p¨²blico ha de estar en las gradas: ha pagado por eso. Un espectador en escena est¨¢ a merced del actor, y eso es un peque?o abuso de poder, una peque?a violencia, aunque en el escenario no hay nada peque?o. Y adem¨¢s distrae, crea una tensi¨®n innecesaria. No hace falta subir a escena para ¡°correr el riesgo de la posibilidad de revoluci¨®n¡±: toda butaca es una silla el¨¦ctrica si el texto es verdadero, como aqu¨ª. Y a?ade, l¨²cida, Liddell: ¡°?Qu¨¦ contradicci¨®n tan jodida! ?Ser menos que Yorick y aspirante a la revoluci¨®n!¡±.
Llega, luego, Liddell como Carlota Corday, la parte en la que quiere devolver los disparos de la guerra y la desmemoria, de la dictadura, de una Iglesia que mir¨® hacia otro lado ante el Holocausto. Hay desmesura, por supuesto, pero tambi¨¦n un poderoso anhelo de justicia, de reparaci¨®n. Cita el Gorgias, donde Plat¨®n anhela la obra ¡°molesta, ben¨¦fica y bella¡±, para que ¡°las almas de los ciudadanos pasen a ser mejores¡±. ?Lid?dell, regeneracionista? A ratos parece (y dice) no creer en el hombre, pero luego lanza esta sentencia hermos¨ªsima y radical: ¡°Yo conf¨ªo en la representaci¨®n de la cat¨¢strofe porque es una batalla contra la cat¨¢strofe¡±. En el tercio final miraba y escuchaba a Esperanza Pedre?o y me pareci¨® ver la luna de Lorca (¡°?Prueba a enterrarme y ver¨¢s como salgo!¡±), la luna del teatro bajo la arena: la cocina como definitiva met¨¢fora del empacho, el arte como hambre nueva, hambre de bien com¨²n. Hay mucha tela en este espect¨¢culo: una comida de tres platos cocinados a la antigua, tres platos que no te acabas, hay que pedir tupper. Quiz¨¢s yo sea demasiado conservador para asumir todo lo que se dice (todo revuelto, todo revuelta), pero me parece un texto incendiario, algo que nunca hab¨ªa escuchado en un escenario con tanta fuerza. Y tampoco te acabas el talento y el riesgo de esta actriz y directora, tan albacete?a y tan argentina. De tener dinero, yo le montaba una gira por Sudam¨¦rica. Arrasar¨ªa, fijo.
Mi relaci¨®n con la comida. De Ang¨¦lica Lidell. Dirigida e interpretada por Esperanza Pedre?o. Versus Teatre. Barcelona. Hasta el 28 de junio.
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