Y despu¨¦s de mucho tiempo, Brian Wilson resucit¨®
El paso de Dylan no es la ¨²nica noticia musical. El l¨ªder de Beach Boys y Winehouse vuelven en biopics
Escribo esto a pocas horas de que act¨²e en Madrid un m¨²sico, poeta, icono, alguien con justificada dimensi¨®n mitol¨®gica que durante 55 a?os ha regalado sensaciones, sentimientos, identificaci¨®n emocional con sus palabras y sus sonidos, acompa?ando variados estados de ¨¢nimo, a m¨²ltiples personas en cualquier lugar medianamente civilizado del planeta. Se llama Bob Dylan. Tiene 74 a?os y al parecer alergia a quedarse en su casa. Le he visto sobre el escenario muchas veces. Algo que est¨¢ al alcance de cualquier admirador, ya que se ha tomado en serio lo de vivir ¡°on the road¡±. Su personalidad, o su forma de protegerse, siempre ha estado marcada por el secreto y su arte, y las palabras que salen de su boca se prestan a muy variadas y heterodoxas interpretaciones por parte de los que escuchan esas canciones. Pero el gran enigma no se oculta, su exhibici¨®n en los escenarios es permanente durante las ¨²ltimas d¨¦cadas.
Hay gente que leg¨ªtimamente le encuentra insoportable, antes y ahora, o dependiendo de los infinitos caminos y giros que se ha inventado un hombre enfrentado permanentemente a lo previsible, que como Picasso podr¨ªa afirmar sin arrogancia: ¡°Yo no busco, yo encuentro¡±. Y otros le amamos incondicionalmente. Aunque nos mosqueemos ligeramente con sus villancicos y desbordado de emoci¨®n (?imagino que tal vez arrodillado o haci¨¦ndole reverencias?) ante el papa Wojtyla. Pero esta noche no he hecho el menor esfuerzo por intentar verle. Ni siento que me estoy perdiendo algo excepcional. Y s¨¦ que debido a su edad est¨¢ cercano el momento en el que le fallar¨¢n las fuerzas para seguir con esa existencia fren¨¦ticamente viajera. Y cada vez me gusta m¨¢s su ¨²ltima entrega, Shadows in the Night. Pero desertar de esta cita que podr¨ªa ser la ¨²ltima me plantea que mi alma debe de sentirse muy vieja, exhausta, renegando de alivios.
Al parecer no es obligatorio esperar a que la palmen los m¨²sicos para que el cine nos cuente su ajetreada vida
Hay m¨¢s acontecimientos musicales, con formato de documental o de biopic. Ma?ana, martes, ver¨¦ Amy, dedicado a esa mujer que no pudo o no quiso dejar de destruirse, en posesi¨®n de un estilo que transmite autenticidad y arte. Y adem¨¢s, debe de ajustarse bien a su tenebrosa realidad, porque ha encabronado al explotador padre de esa yonqui con una voz de seda, sensual, elegante, con clase. Y hace unos d¨ªas vi un biopic m¨¢s que curioso, tambi¨¦n irregular, titulado Love and Mercy, que narra el infierno mental que padeci¨® uno de los m¨²sicos m¨¢s originales y grandiosos del siglo XX, un tal Brian Wilson, creador, compositor y alma de los Beach Boys. Es dif¨ªcil para cualquier persona que ame la m¨²sica no enamorarse de esa obra maestra, parida para el irremplazable y maravilloso sonido del vinilo, titulado Pet Sounds. Y yo guardo entre mis recuerdos imborrables de adolescencia haber escuchado por primera vez en la radio un tema que combinaba muchas variantes de la hermosura, una deslumbrante armon¨ªa vocal. Esa canci¨®n maravillosa, ¡®Good Vibrations¡¯, la pod¨ªas gozar sin la menor sombra de empacho hasta que el disco sencillo acababa ray¨¢ndose.
Love and Mercy retrata la creativa juventud y el sombr¨ªo y enloquecido oto?o de Brian Wilson a trav¨¦s de los actores Paul Dano y John Cusack, ambos convincentes, pero especialmente inquietante el joven Dano. A los dioses les han concedido ese prodigio, la facultad de crear belleza mediante la m¨²sica, de reinventar continuamente el sonido, de buscar el perfeccionismo y arriesgar continuamente a costa de la infinita paciencia de su grupo (unido adem¨¢s por lazos familiares), los t¨¦cnicos de sonido, la avidez de las compa?¨ªas discogr¨¢ficas reclamando ¨¦xitos seguros y la repetici¨®n de f¨®rmulas que han servido para vender millones de discos. Pero Wilson no cede, solo vive para expresar la m¨²sica que impregna su cerebro y su coraz¨®n. Y luego es un ser precozmente atormentado, con pavor a un padre mercachifle y brutal, que no soporta subirse a un avi¨®n en una profesi¨®n en el que esto es inevitable, con fantasmas que le amenazan y explotan en su cerebro. El LSD y otras drogas aumentar¨¢n la confusi¨®n y el machaqueo de su vulnerable cerebro, le encerrar¨¢n en una angustia dif¨ªcilmente soportable. Y llegar¨¢n los cuervos presuntamente terap¨¦uticos, un psiquiatra (espl¨¦ndido Paul Giamatti, como siempre) que controlar¨¢ cada minuto en la l¨²gubre existencia de su paciente, intentar¨¢ convertirle en un vegetal para frenar su enfermedad. Esa terapia incluye la negativa a que el desdichado pasivo tenga la oportunidad de volver a amar y a ser amado, de intentar sentirse vivo. Solo le permiten seguir creando m¨²sica, porque eso supone negocio y la posibilidad de seguir exprimi¨¦ndole. Pero como todo biopic que est¨¦ pendiente de la taquilla, el final no aconseja la tragedia. Nos cuentan que Wilson se recuper¨® mentalmente, form¨® una nueva familia y arras¨® en solitario con su disco Smile. Todo ello cierto, afortunadamente. Pero si no hubiera sido as¨ª, seguro que los productores se las ingeniaban para inventarse un final feliz.
Esa canci¨®n maravillosa, Good Vibrations, la pod¨ªas gozar sin la menor sombra de empacho hasta que el disco sencillo se rayara
Al parecer, no es obligatorio esperar a que la palmen los m¨²sicos para que el cine (o lo que peor, los telefilmes) nos cuente su ajetreada vida. En bastantes ocasiones lo ha hecho de forma olvidable. Creo que he visto pel¨ªculas sobre los Beatles, Elvis Presley y Frank Sinatra, pero no logro recordar nada de ellas. Las dedicadas a Johnny Cash, al ¨¦pico y grandioso hombre de negro que vigilaba el camino en medio del permanente pasote anfetam¨ªnico, o al ciego y estremecedor Ray Charles (prest¨¢ndole escasa atenci¨®n a su larga y dolorosa historia de amor con el caballo) solo eran correctas y estrat¨¦gicamente acad¨¦micas. Lo mejor de ellas eran las interpretaciones de Joaquin Phoenix y de Jamie Foxx. Amadeus era poderosa y tr¨¢gica, aunque la continua risa del actor que interpretaba a Mozart me pusiera muy nervioso. Y el magn¨ªfico Ed Harris fue un Beethoven muy cre¨ªble, pero a la pel¨ªcula le faltaba grandeza. Detesto el tono in¨²tilmente psicod¨¦lico que utiliz¨® Oliver Stone para retratar a Jim Morrison en la irritante The Doors. ?Y cu¨¢ndo el cine ha estado a la altura del legendario m¨²sico al que pretend¨ªa revivir? No hace falta pedirle esfuerzos a la memoria. Lo hizo de forma inolvidable el mejor Clint Eastwood retratando en la impresionante Bird la desgraciada y esplendorosa existencia del hombre que revolucion¨® el jazz con sus composiciones y el sonido de su saxo (no s¨¦ si fue el m¨¢s grande con ¨¦l, no le quitar¨ªa la raz¨®n a nadie que estuviera perdidamente enamorado de John Coltrane o de Lester Young), alguien llamado Charlie Parker. Pero la calidad escasea en los biopics sobre m¨²sicos, sobre gente que supo expresar con inmensa belleza todas las cosas, tristes o alegres, que alguna vez sentimos los seres humanos.
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