La Polonia rota
La biograf¨ªa de Wislawa Szymborska permite iluminar en el ¨¢mbito dom¨¦stico las grandes l¨ªneas hist¨®ricas que reconstruye Anne Applebaum
Cracovia, Polonia, a?os de posguerra. En la calle Krupnicza est¨¢ la llamada Casa de los Escritores donde se alojan un mont¨®n de j¨®venes que se dedican a la literatura. Joanna Ronikier, por ejemplo, vive con su madre y su abuela, una legendaria editora. En un libro sobre aquella ¨¦poca se refiri¨® a aquel lugar: ¡°Conviv¨ªan juntas muchas personas diferentes al azar, condenadas a la permanente e irritante relaci¨®n de intimidad, roz¨¢ndose constantemente en el estrecho pasillo. Cada uno con su propia y terrible historia debida a la ocupaci¨®n, con miedo de no tener bastante fuerza para empezar de nuevo y desesperados por lograr devolver a esta vida alg¨²n sentido¡±. Otro de los hu¨¦spedes era el maravilloso Tadeusz Rozewicz, autor de piezas teatrales tan deliciosas como Testigos y que muri¨® hace unos meses, al que le toc¨® una de las peores habitaciones: no s¨®lo era diminuta sino que daba a un vertedero de olores nauseabundos. En Mi escuela filos¨®fica escribi¨® sobre aquella ¨¦poca: ¡°Todo termin¨® de una vez para siempre, cualquier cosa que haga, estoy muerto. ?Qui¨¦n vuelve a hablar de la m¨²sica aqu¨ª? ?De la poes¨ªa? ?Qui¨¦n puede hablar de la hermosura? ?Qui¨¦n puede hablar del hombre? ?Qui¨¦n osa hablar del hombre? Menuda payasada, menuda comedia. Muertos, estoy con vosotros. Qu¨¦ bien¡±.
No ten¨ªan la suficiente fuerza para volver a empezar o simplemente se sent¨ªan muertos: as¨ª estaban las cosas en Cracovia tras la Segunda Guerra Mundial. Lo cuentan Anna Bikont y Joanna Szczesna en Trastos, recuerdos, la fascinante biograf¨ªa que han escrito de Wislawa Szymborska, la poeta que gan¨® el Premio Nobel de Literatura en 1996. Pero ese inmenso desconcierto y esa par¨¢lisis vital no eran exclusivos de Polonia, recorr¨ªan el continente entero, que segu¨ªa oliendo a cad¨¢veres y a destrucci¨®n. Wislawa Szymborska se cas¨® en 1948, vivi¨® en aquella legendaria casa con su marido, Adam Wlodek, y tuvo tambi¨¦n que levantar vuelo sobre la marcha, salir del fango, empezar como sea, de la manera que fuera, buscando complicidades, invent¨¢ndose las ganas de vivir en medio de la nada. ¡°Ya durante la guerra me mov¨ª en los c¨ªrculos de j¨®venes de tendencias izquierdistas¡±, les cont¨® a Anna Bikont y Joanna Szczesna. ¡°Estaban sinceramente convencidos de que el comunismo era la ¨²nica salida para Polonia. Gracias a ellos empec¨¦ a pensar en temas sociales. Se sab¨ªa muy poco entonces de lo que hab¨ªan hecho los bolcheviques. Suena est¨²pido, pero cuando se es una persona sin experiencia pol¨ªtica, uno depende mucho de la gente que encuentre en su camino¡±.
En 1956, otro polaco, Witold Gombrowicz, escribi¨® en Buenos Aires en su diario a prop¨®sito de lo que les pas¨® a sus compatriotas durante aquel periodo: ¡°En realidad, el final de la guerra les sorprendi¨® derrumbados, atontados y vac¨ªos. Todav¨ªa eran capaces de emprender diversas acciones colectivas, participaban en organizaciones, pero era porque se agarraban a cualquier cosa para sobrevivir, para moverse, les agitaba el instinto de luchar y de vivir, pero estaban aturdidos. Y en este vac¨ªo interior cay¨® el marxismo. Me imagino que el marxismo cay¨® en ellos antes de que consiguieran encontrarse del todo a s¨ª mismos, es decir, a s¨ª mismos como eran antes de la guerra¡±. Gombrowiz apunta unas l¨ªneas despu¨¦s que el comunismo se impuso en Polonia, ¡°del mismo modo que se deja caer una jaula sobre unos p¨¢jaros aturdidos o como se le pone la ropa a un hombre desnudo¡±.
Wislawa Szymborska tard¨® un poco en darse cuenta de que aquellas promesas de justicia e igualdad no terminaban de sostenerse con los nuevos gobernantes, que algo chirriaba. Le ocurri¨® hacia 1952, cuando lleg¨® a Cracovia procedente de Lodz un escritor ya mayor, Marian Prominski, que andaba intentado seducirla. Le pregunt¨® si estaba segura de hallarse ¡°en el lado correcto¡±. Szymborska: ¡°Su pregunta no hizo que mi fe se tambaleara; el poema a Stalin lo escrib¨ª despu¨¦s. Pero la socav¨® y creo que a partir de esa pregunta empieza mi distanciamiento. Nadie antes me hab¨ªa sugerido que quiz¨¢s mantuviera el rumbo equivocado¡±.
El a?o pasado se tradujo en Espa?a El tel¨®n de acero, un largo y riguroso ensayo de Anne Applebaum sobre la destrucci¨®n de Europa del Este entre 1945 y 1956. Han ido por delante las anteriores observaciones sobre las dificultades de salir adelante en una ciudad de aquella zona, como Cracovia, para tomarle el pulso a esa poblaci¨®n desamparada: el abatimiento de quienes acababan de padecer las ignominias de una guerra que devast¨® Polonia era de tal magnitud que carec¨ªan de cualquier capacidad de resistencia. El comunismo lleg¨®, ten¨ªa raz¨®n Gombrowicz, como la ropa que se le pone a un hombre desnudo. Pero, tal como cuenta Applebaum, las cosas no sucedieron de forma fortuita y el Ej¨¦rcito Rojo no estaba simplemente all¨ª para dar calor al que padece fr¨ªo.
Lo que los comunistas pretend¨ªan realmente al terminar la guerra, escribe la periodista estadounidense, ¡°era crear sociedades en las que todo estuviera dentro del Estado, nada fuera del Estado y nada contra el Estado, y quer¨ªan hacerlo con rapidez¡±. Anne Applebaum colabora con el Washington Post y Slate, ocup¨® una c¨¢tedra de Historia y Relaciones Internacionales en la London School of Economics y su anterior libro, Gulag, obtuvo los premios Pulitzer y Duff Cooper. Est¨¢ casada con Radek Sikorski, un pol¨ªtico conservador que fue ministro de Defensa y de Exteriores de Polonia y que ha presidido su Parlamento. Lo conoci¨® durante un viaje a Berl¨ªn en 1989 cuando se dirig¨ªa a cubrir la ca¨ªda del Muro para The Economist. El apoyo de Applebaum a la guerra de Irak fue criticado en su d¨ªa por el historiador Tony Judt.
En 1945, el Ej¨¦rcito Rojo ocup¨® ocho pa¨ªses: Polonia, Hungr¨ªa, Checoslovaquia, Alemania del Este, Ruman¨ªa, Bulgaria, Albania y Yugoslavia. No hay duda de que el comunismo no le gusta nada a Anne Applebaum, y eso se nota en su libro. Pero no lo invalida en absoluto: est¨¢ construido con un escrupuloso rigor hist¨®rico y tiene, por otro lado, la agilidad de la escritura period¨ªstica: la relaci¨®n y el an¨¢lisis de lo que fue ocurriendo consigue complementarlo con la viveza de un sinf¨ªn de testimonios. Lo que Applebaum sostiene, y procura fundamentar con un apabullante material procedente de los archivos, es que la conquista del poder en los pa¨ªses ocupados por el Ej¨¦rcito Rojo se hizo de manera planificada y utilizando h¨¢bilmente todos los recursos de los implacables servicios secretos de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. El brutal sistema estalinista se hab¨ªa visto legitimado tras su victoria sobre Hitler y desembarc¨® en la parte oriental de Europa sin que los dem¨¢s aliados estuvieran demasiado dispuestos, ni tuvieran tiempo y medios, para poner la lupa y atender a sus peculiares m¨¦todos. Y estos repet¨ªan un esquema perverso. En primer lugar, la NKVD cre¨® en cada uno de los pa¨ªses ocupados una polic¨ªa secreta a su imagen y semejanza con el apoyo de los partidos comunistas locales. En segundo, las autoridades sovi¨¦ticas pusieron a cargos de su confianza al frente del medio de comunicaci¨®n m¨¢s poderoso de entonces, la radio. Tercera maniobra: los comunistas sovi¨¦ticos y los locales prohibieron toda iniciativa organizada que surgiera de la sociedad civil. Y, por ¨²ltimo, pusieron en marcha donde fuera necesario pol¨ªticas de limpieza ¨¦tnica masiva y provocaron as¨ª el desplazamiento de millones de personas de los lugares donde hab¨ªan vivido durante siglos. Los refugiados, desorientados ah¨ª donde fueran a parar, apunta Applebaum, eran m¨¢s f¨¢cilmente manipulados y controlados.
A pesar de la intimidaci¨®n y la propaganda se produjo la extra?a paradoja de que los partidos comunistas perdieran por un amplio margen las primeras elecciones que se celebraron tras la guerra en pa¨ªses como Alemania, Austria y Hungr¨ªa. En Polonia evitaron la cita con las urnas y se inclinaron por un refer¨¦ndum para medir su aceptaci¨®n, y en Checoslovaquia, tras obtener un aceptable tercio de votos en 1946, prefirieron en 1948 asegurarse el poder con un golpe de Estado. En El tel¨®n de acero, Applebaum se centra exclusivamente en tres pa¨ªses --Alemania, Polonia y Hungr¨ªa-- para analizar con todo detalle ese largo proceso a trav¨¦s del cual los comunistas fueron penetrando en la sociedad y estableciendo su dominio.
Contaban, de un lado, con una poblaci¨®n que hab¨ªa sido machacada durante la guerra. ¡°Con el tiempo¡±, escribe, ¡°se hizo evidente que esa combinaci¨®n curiosamente poderosa de emociones --miedo, verg¨¹enza, ira, silencio-- ayud¨® a sentar las bases psicol¨®gicas para la imposici¨®n de un nuevo r¨¦gimen¡±. Y de otro, aprovechaban la fuerza de una propaganda que divid¨ªa el mundo en buenos y malos: ¡°En todos los pa¨ªses ocupados por el Ej¨¦rcito Rojo, la definici¨®n de ¡®fascista¡¯ se volvi¨® m¨¢s amplia¡±, cuenta Applebaum, ¡°y se expandi¨® hasta incluir no solo a los colaboradores nazis, sino a cualquiera que no contara con la aprobaci¨®n de los ocupantes sovi¨¦ticos y de sus aliados locales¡±. Todo estaba dispuesto para que, como dec¨ªa Gombrowicz, se dejara caer ¡°una jaula sobre unos p¨¢jaros aturdidos¡±.
En la calle Krupnicza, en aquella Casa de los Escritores, tambi¨¦n se impusieron las s¨®rdidas maneras de los que conquistaron el poder. Sea como sea, aquellos j¨®venes artistas e intelectuales procuraban pas¨¢rselo lo mejor que pod¨ªan. En Trastos, recuerdos se reproduce una imagen del actor Leszek Herdegen y del escritor Slawomir Mrozek haciendo el ganso en el tejado del edificio que resume a la perfecci¨®n ese af¨¢n que ten¨ªan todos por divertirse y pasar p¨¢gina. Szymborska se instal¨® en el ¨¢tico en el que viv¨ªa su marido: ¡°En aquellos tiempos era un comunista ferviente, convencido --como la mayor¨ªa de nuestra generaci¨®n literaria-- de que ¨¦sa era la ideolog¨ªa poseedora de la receta de la felicidad para la humanidad¡±, cuenta en el libro. Se afiliaron al partido en 1950 y, al poco, la poeta entonaba versos que celebraban la construcci¨®n en la propia Cracovia de Nowa Huta, un gran barrio moderno que hizo el r¨¦gimen socialista y en cuyo coraz¨®n puso una inmensa f¨¢brica sider¨²rgica: ten¨ªa que cantar al nuevo obrero, al camarada trabajador, al futuro radiante que empezaba a asomar en el horizonte.
En la planta baja de la Casa de los Escritores hab¨ªa un local donde se daban cursos de formaci¨®n ideol¨®gica. As¨ª iba penetrando poco a poco el nuevo r¨¦gimen en la conciencia de cada polaco. El 8 de febrero de 1953, los escritores dieron otro paso m¨¢s y, reunidos en el comedor de la casa seg¨²n explican Anna Bikont y Joanna Szczesna, ¡°firmaron una resoluci¨®n condenatoria contra los sacerdotes sentenciados a duras condenas, incluida la pena de muerte, en el juicio-farsa de la curia de Cracovia¡±. ¡°Expresamos nuestra m¨¢s implacable condena a los Traidores de la Patria¡±, dec¨ªan en un escrito en el que acusaban a aquellos curas de haber practicado ¡°con dinero americano¡± ¡°el espionaje y la subversi¨®n¡±. La firma del escrito de condena y, de paso, la pr¨¢ctica corriente de la delaci¨®n: en la calle Krupnicza, entre los propios escritores, hab¨ªa soplones, informadores. Alguien se meti¨® con Stalin, no tard¨® en saberlo la polic¨ªa.
El poeta Adam Zagajewski, que naci¨® el mismo a?o en que termin¨® aquella brutal guerra, se ha referido a aquellas casas como ¡°un invento sovi¨¦tico: el acuartelamiento de los escritores en un solo lugar facilitaba el control sobre sus mentes, plumas y carteras¡±. As¨ª iba, poco a poco, una sociedad totalitaria tendiendo sus redes. En Trastos, recuerdos, Wislawa Szymborska, sin embargo, no se arrepiente de aquellas experiencias: ¡°Sin ¨¦stas nunca hubiera sabido realmente qu¨¦ es tener fe en una ¨²nica verdad. Y lo f¨¢cil que resulta entonces no saber lo que no deseamos saber¡±.
?se es seguramente el mecanismo que importa. Es tan fuerte la fe en que las cosas van a cambiar, y cada cual ha ido comprometi¨¦ndose tanto en las promesas de transformaci¨®n, en la liquidaci¨®n de las injusticias, en la posibilidad de regreso a una idealizada sociedad anterior que, en cuanto surge la cr¨ªtica, algo dispara una voraz mordida que devora los argumentos del contrario hasta liquidarlos. ¡°Pertenec¨ª a una generaci¨®n que cre¨ªa¡±, confiesa Szymborska. Y que cre¨ªa tanto que ten¨ªa incorporado el diagn¨®stico sobre el enemigo. ¡°Suena rid¨ªculo, pero yo miraba con desd¨¦n a mis compa?eras vestidas de fiesta: ?C¨®mo es posible! Si est¨¢s luchando por un mundo mejor, ?c¨®mo puedes pensar en un vestido de gala?¡±. Y la poeta polaca admite finalmente: ¡°Fue la peor experiencia de mi vida¡±.
En Buenos Aires, en los primeros cincuenta, Gombrowicz interven¨ªa en las p¨¢ginas de la prensa polaca del exilio en cualquiera de los debates que iban surgiendo al calor de la Guerra Fr¨ªa, y fue de los pocos que critic¨® de manera implacable a sus colegas europeos --Sartre y compa?¨ªa-- que procuraban borrarle al comunismo sus ya evidentes y apabullantes zonas oscuras. ¡°Cuando hablas con un comunista, ?no te da la sensaci¨®n de estar hablando con un ¡®creyente¡¯?¡±, escribi¨® en su diario en 1953. ¡°Para un comunista tambi¨¦n todo est¨¢ solucionado, al menos en la presente fase del proceso dial¨¦ctico; ¨¦l posee la verdad, ¨¦l sabe. Es m¨¢s, ¨¦l cree; m¨¢s a¨²n, ¨¦l quiere creer. ?No has tenido la sensaci¨®n, cuando tus palabras rebotaban en este hermetismo como en una pared, que la verdadera l¨ªnea divisoria pasa entre los creyentes y los no creyentes, y que el continente de la fe abarca iglesias tan discordes como el catolicismo, el comunismo, el nazismo, el fascismo...? Y en este momento te has sentido amenazado por una colosal Santa Inquisici¨®n¡±.
Una colosal Santa Inquisici¨®n: Anne Applebaum explica c¨®mo a partir de 1948 ¡°los reg¨ªmenes empezaron a crear un nuevo sistema de escuelas y de organizaciones de masas controladas por el Estado que rodear¨ªan a sus ciudadanos desde el momento de su nacimiento¡±. La f¨®rmula era: ¡°crear entusiasmo y colaboraci¨®n desde abajo¡±; el objetivo: ¡°el hombre sovi¨¦tico¡±. ¡°El Homo sovieticus no solo no se opondr¨ªa al comunismo, sino que nunca concebir¨ªa siquiera la posibilidad de oponerse al comunismo¡±, escribe en El tel¨®n de acero. Como en todas las iglesias, como en todas las dictaduras que construyen a sus s¨²bditos a la medida de sus ambiciones de control, ¡°sus m¨¦todos priorizaban la presi¨®n del grupo, la repetici¨®n y el adoctrinamiento, y hac¨ªan hincapi¨¦ en la convivencia y el trabajo colectivo¡±. El culto a Stalin, las maravillas de la planificaci¨®n central, los males del capitalismo y ese nuevo esp¨ªritu ideol¨®gico que hab¨ªa convertido ¡°la democracia¡± en uno de sus mayores reclamos: si alguien se sal¨ªa del gui¨®n, ya llegar¨ªa alguien de la polic¨ªa secreta para devolverlo a la buena direcci¨®n. Applebaum se refiere tambi¨¦n al ejercicio de reescritura que se estaba haciendo de la historia. Por ejemplo, en un programa de estudios de la RDA para ni?os de trece a?os pod¨ªa leerse: ¡°Con la ayuda de las autoridades de ocupaci¨®n sovi¨¦ticas [...] consiguieron quitarles el poder a capitalistas y terratenientes monopolistas en esta parte de Alemania y establecer un orden democr¨¢tico antifascista¡±.
Wislawa Szymborska, desencantada con el r¨¦gimen, pens¨® durante una larga temporada que era desde dentro c¨®mo mejor pod¨ªa colaborar para cambiar las cosas. Alguna vez vio c¨®mo manipulaban su firma y protest¨® ante sus superiores. En 1966, el fil¨®sofo Leszek Kolakowski pronunci¨® una conferencia durante la celebraci¨®n del aniversario del levantamiento de Octubre de 1956 --una t¨ªmida rebeli¨®n de los comunistas polacos frente a los sovi¨¦ticos, y que permiti¨® una temporada de aire fresco hasta que Gomulka volvi¨® a hacer de las suyas-- y fue expulsado del Partido Obrero Unificado Polaco. Szymborska, en un acto de solidaridad, devolvi¨® tambi¨¦n su carnet. Aceptaba as¨ª su marginaci¨®n, su condena al ostracismo. En un poema, que escribi¨® m¨¢s adelante, dejaba clara su opci¨®n: ¡°Prefiero amar a la gente / que amar a la humanidad¡±, dec¨ªa: ¡°Prefiero tener objeciones. / Prefiero el infierno del caos al infierno del orden¡±. Hab¨ªa acabado con aquella colosal Santa Inquisici¨®n.
En El tel¨®n de acero, Anne Applebaum recoge una observaci¨®n del historiador Jan Gross sobre las especiales dificultades por las que pasaron los jud¨ªos de Polonia. Durante la guerra, cuando los nazis pusieron en marcha la Soluci¨®n Final, se cre¨® ¡°un vac¨ªo social que fue llenado de inmediato por la peque?a burgues¨ªa polaca aut¨®ctona¡±. Simplemente se colocaron en el sitio del que fueron arrancados los jud¨ªos: sus casas, sus propiedades, sus trabajos. Pero no las ten¨ªan todas consigo, as¨ª que, como tem¨ªan perder lo que hab¨ªan usurpado y se sent¨ªan amenazados por el r¨¦gimen comunista, ¡°ese estrato social, conjetura Gross, dirigi¨® toda su ira hacia los jud¨ªos que regresaron¡±. Ese es el trasfondo de Ida, la pel¨ªcula de Pawel Pawlikowski que gan¨® este a?o el Oscar a la mejor pel¨ªcula extranjera.
Witold Gombrowicz: ¡°He dicho que la Polonia actual es como un trozo de pan seco que se rompe con un crujido en dos partes: la creyente y la no creyente¡±. Lo escribi¨® en Buenos Aires en 1953, en una nota de su diario en el que le contestaba a una lectora que lo hab¨ªa rega?ado por sus habituales observaciones cr¨ªticas con el catolicismo. Luego dec¨ªa: ¡°Nuestro pensamiento est¨¢ tan ligado a nuestra situaci¨®n y tan fascinado por le comunismo, que s¨®lo podemos pensar en contra de ¨¦l o de acuerdo con ¨¦l, y avant la lettre estamos encadenados a su carro, nos ha vencido at¨¢ndonos a s¨ª mismo, aunque gocemos de una apariencia de libertad. De modo que hoy s¨®lo es posible pensar el el catolicismo como en una fuerza capaz de resistir, mientras que Dios se ha convertido en una pistola con la que quisi¨¦ramos matar a Marx¡±. Todo eso est¨¢ en la pel¨ªcula de Pawlikowski. Ese brutal dilema entre el entusiasmo por el r¨¦gimen prosovi¨¦tico o la f¨¦rrea contestaci¨®n de los cat¨®licos. Un trozo de pan seco partido en dos.
En Ida, una joven novicia se ve obligada por su superiora a sumergirse en el mundo antes de convertirse en monja y, arrastrada por su t¨ªa a un brutal viaje interior, descubre sus or¨ªgenes jud¨ªos y conoce la terrible historia de sus padres. De paso, va enter¨¢ndose del oscuro agujero al que fueron arrastrados esos polacos que quisieron creer que el comunismo les abr¨ªa nuevos horizontes cuando, a la larga, no hizo sino conducirlos a vivir en el mundo triste y gris de una dictadura, burocr¨¢tico, yermo, apagado, terriblemente est¨¦ril. Su t¨ªa fue una de ellas. Liberada y valiente, una mujer arrojada, una mujer de su tiempo, llena de ¨ªmpetu: hac¨ªa falta construir un nuevo pa¨ªs. Hasta que se rompe.
¡°No hay polvor¨ªn emocional mayor que la historia de los jud¨ªos en la Europa del Este de posguerra, y en particular la de los jud¨ªos en la Polonia de posguerra¡±, escribe Anne Applebaum. La pel¨ªcula de Pawel Pawlikowski enciende una cerilla para que ese polvor¨ªn estalle y registra la cat¨¢strofe en unas im¨¢genes en blanco y negro de una parad¨®jica limpieza formal y contenci¨®n. Todo ocurre en el interior de los personajes. E incluso en ese pan seco que fue la Polonia de la dictadura comunista hay margen para la vida: la joven novicia conoce a un joven saxofonista.
Cruzan unas cuantas palabras, se van acercando, y m¨¢s tarde los tortolitos caen en las redes del amor. La novicia consigue romper sus miedos, yacen juntos. ?Qu¨¦ pasar¨¢ con nosotros?, le pregunta al muchacho del saxof¨®n despu¨¦s de hacer el amor. ¡°Compraremos un perro¡±, le contesta ¨¦l. ?Y luego? Nos casaremos, tendremos hijos. ?Y luego?, insiste la jovencita. Luego, la vida.
Cuando se hace de d¨ªa, la novicia se pone la toca, coge el abrigo, y vuelve a casa. Las ¨²ltimas im¨¢genes son las de una mujer que camina con prisa, con urgencia, sin volver la vista atr¨¢s, decidida a enterrarse en el globo de su fe, lejos del mundo, lejos de las dificultades, en el retiro apartado de la vida mon¨¢stica. Sin ruido. Qui¨¦n sabe si Pawlikowski quiso rendir con ese final un homenaje a la solidez de la religi¨®n frente al desgraciado mundo del r¨¦gimen comunista, pero la desolaci¨®n que transmite pertenece a otro registro. Algo hay de nihilista en esa escapada final. Algo de nihilista hay en todas esas creencias que te protegen de las dificultades de vivir a trav¨¦s de las abstracciones de una fe (Gombrowicz: esa fe que ¡°abarca iglesias tan discordes como el catolicismo, el comunismo, el nazismo, el fascismo...¡±). Wislawa Szymborska prefiri¨®, en cambio, el camino m¨¢s complicado. En vez de amar a la humanidad, eligi¨® amar a personas concretas. ¡°Prefiero tener objeciones¡±, escribi¨®: ¡°Prefiero el infierno del caos al infierno del orden¡±. Donde no hay nada escrito, donde todo est¨¢ por escribirse.
Trastos, recuerdos. Una biograf¨ªa de Wislawa Szymborska. Anna Bikont y Joanna Szczesna. Traducci¨®n de Elzbieta Bortkiewicz y Ester Quir¨®s. Pre-Textos. Valencia, 2015. 667 p¨¢ginas. 29,70 euros.
El tel¨®n de acero. La destrucci¨®n de Europa del Este 1944-1956. Anne Applebaum. Traducci¨®n de Silvia Pons Pradilla. Debate. Barcelona, 2014. 703 p¨¢ginas. 29,90 euros.
Diario 1. Witold Gombrowicz. Versi¨®n espa?ola de Bozena Zaboklicka y Francesc Miratvilles. Alianza. Madrid, 1988. 391 p¨¢ginas. (Hay otra edici¨®n en Seix Barral; Barcelona, 2005; 858 p¨¢ginas. 55 euros).
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