¡®El verano de los camaleones¡¯ (2): ¡®Mimetismo¡¯
M¨®nica Mart¨ªn-Grande, guionista de series como ¡®Compa?eros¡¯, contin¨²a su relato. Hoy, Antonio y su familia hacen su habitual parada en la tienda de Ferm¨ªn
La tienda de Ferm¨ªn estaba en la plaza del pueblo. No ten¨ªa ning¨²n cartel que identificara el establecimiento, tan solo una silla de playa en la puerta donde el due?o del negocio, que ni siquiera se llamaba Ferm¨ªn y que hab¨ªa heredado el nombre a la vez que el local, pasaba las tardes mientras los clientes entraban en su tienda, cog¨ªan lo necesario y le pagaban en mano al salir.
Antonio apart¨® la cortina de tiras de pl¨¢stico deste?idas y sinti¨® su tacto baboso y caliente. Esta vez su padre s¨ª se fij¨® en su gesto de desagrado: - Eres como tu madre.- Otra vez la misma frase, siempre la misma frase.
Sus ojos tuvieron que acostumbrarse a la oscuridad del interior antes de que el Se?or Ferm¨ªn que no se llamaba Ferm¨ªn saludara a los reci¨¦n llegados.
- Otro a?o m¨¢s, ?no?
- Vamos a darle una vuelta a la casa.
- Esto est¨¢ bien.
Esas tres frases se repet¨ªan cada principio del verano. Despu¨¦s, cada visita a la tienda solo se despachaba con un hola y adi¨®s.
Antonio fue hacia la nevera de los helados y le vio all¨ª sentado. No sab¨ªa su nombre pero le llamaban Metralla. Era un a?o mayor que ¨¦l, quiz¨¢ dos, o quiz¨¢ ninguno, pero le sacaba una cabeza. Metralla le mir¨® y le sonri¨®, pero hab¨ªa desd¨¦n en su mirada y burla en su boca. Antonio se qued¨® parado sin llegar a coger el helado, pero su madre, que hab¨ªa entrado a la tienda detr¨¢s de ellos, se adelant¨® y meti¨® la mano en la c¨¢mara. ¨CQu¨¦ mayor est¨¢s. Un a?o vamos a llegar y no te vamos a conocer- Metralla, ahora s¨ª, sonri¨® a su madre y volvi¨® la infantilidad a su cara.
- Esta noche vamos al r¨ªo a poner reteles para los cangrejos, ?te quieres venir?
Antonio mir¨® a su madre, el se?or que no se llamaba Ferm¨ªn mir¨® a su hijo y en la radio son¨® la se?al horaria que anunciaba la media tarde.
- Mejor otro d¨ªa.- Dijo el camale¨®n, desplegando su instinto de protecci¨®n.
- ?Que vaya con los chicos, co?o! A ver si as¨ª se sacude la tonter¨ªa.- Ese era su padre-. Su madre le consiente demasiado, pasa el d¨ªa metido en su habitaci¨®n con esos dichosos libros de animales, a su edad yo viv¨ªa en la calle, que es donde se aprende¡
Antonio sab¨ªa que ahora ven¨ªa una retah¨ªla de frases que contribu¨ªan a hacerle m¨¢s peque?ito, y a convertirle en una presa m¨¢s apetecible para cualquier depredador.
Llegaron a la casa de las afueras del pueblo acompa?ados por los cantos de las chicharras y su padre, antes de descargar el coche, baj¨® al s¨®tano. Abri¨® el arc¨®n, que permanec¨ªa encendido todo el a?o, y sac¨® un paquete que le tendi¨® al chico.
- H¨ªgado de vaca. D¨¦jalo al aire, que lo pudra el calor. Cuanto m¨¢s huela, m¨¢s cangrejos atrapar¨¢s.
Cogi¨® las v¨ªsceras y el helado de fresa subi¨® por su garganta, ahora caliente y en estado l¨ªquido, y sali¨® disparado de su boca, salpicando el zapato de su padre.
- Joder, eres como tu madre.
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