¡®El verano de los camaleones¡¯ (3): ¡®Visi¨®n estereosc¨®pica¡¯
M¨®nica Mart¨ªn-Grande, guionista de series como 'Compa?eros', contin¨²a su relato. Antonio se ve obligado a irse al r¨ªo con 'Metralla' y sus amigos, algo que detesta
Deb¨ªa ser m¨¢s de medianoche cuando su padre le despert¨®.
- ?Arriba! Ya est¨¢n esos chicos esper¨¢ndote fuera.
Quiso decir que no quer¨ªa ir, que no le gustaba el r¨ªo, ni los cangrejos, ni aquellos chicos que continuaban cada verano, con maestr¨ªa, la labor que hac¨ªan sus compa?eros de colegio ri¨¦ndose de ¨¦l durante todo el a?o, pero su cuerpo desobedeci¨® y se incorpor¨® de la cama, haciendo caer al suelo el libro de reptiles con el que se hab¨ªa dormido. El ruido del mazacote sobre la madera termin¨® de espabilarle y pudo ver, entre los velos del sue?o, a su madre asomada a la puerta de la habitaci¨®n.
- Ponte pantal¨®n largo, no vayas a ara?arte con las zarzas.
Y fue el padre el que ara?¨® con la mirada a la madre.
- ?Vale ya! T¨² eres la culpable de que sea as¨ª. ?La vida te da muchas hostias, y a este ya va siendo hora de que le llegue alguna!
Y el camale¨®n estir¨® el cuello por una d¨¦cima de segundo, adoptando una leve posici¨®n de ataque. Y Antonio se fij¨® en c¨®mo le brillaba a¨²n m¨¢s el color p¨²rpura de la piel. Pero aquello solo dur¨® un momento. Cuando el padre se dirigi¨® hacia ella, el camale¨®n retrocedi¨®, sumiso, y cerr¨® la puerta con docilidad. Los pasos se alejaron y ¨¦l se apresur¨® a vestirse. Con pantal¨®n largo.
Antes de salir oy¨® a sus padres en la cocina. En realidad solo hablaba ¨¦l. No hablaba. Gritaba. Blasfemaba contra su madre, contra ¨¦l, contra las clases de solfeo de Antonio, acusaba al camale¨®n de todas sus miserias y le escup¨ªa su frustraci¨®n.
Porque su padre cada verano les llevaba al pueblo, les dejaba all¨ª, y volv¨ªa semanas despu¨¦s a recogerles. Pero ese a?o escaseaban el trabajo y las excusas para irse. Y eso le hac¨ªa estar enfadado. M¨¢s que de costumbre. O quiz¨¢ como siempre.
La puerta cerrada no le impidi¨® o¨ªr un sonido sordo, seguido de un leve quejido, m¨¢s sordo a¨²n. Le era familiar. Como cuando amasaba arcilla h¨²meda y le daba con el pu?o para ablandarla. Le gustaba crear animales imaginarios con barro.
Abri¨® la puerta y sinti¨® los ojos de su madre clavados en ¨¦l, a pesar de que estaba de espaldas. Antonio sab¨ªa que el camale¨®n tambi¨¦n ten¨ªa ese poder. Pod¨ªa mover sus ojos de forma independiente el uno del otro para conseguir una visi¨®n de casi trescientos sesenta grados. Lo hab¨ªa le¨ªdo en su libro.
No dijo nada. Volvi¨® a cerrar la puerta y sali¨® al porche. Cogi¨® con asco la carnaza que se oreaba junto a las escaleras y que ya empezaba a oler y se reuni¨® con los dem¨¢s.
Metralla, Santi y una chica a la que no hab¨ªa visto nunca le esperaban fumando lo que quedaba de un cigarrillo y sonri¨¦ndole como hienas.
- ?Quieres?
Lo que quer¨ªa era salir corriendo y volver a la cocina, pero un fuerte golpe procedente del interior de la casa le hizo cambiar de opini¨®n. Todos miraron hacia el sonido, busc¨¢ndole una explicaci¨®n.
- Venga, v¨¢monos. - Y Antonio huy¨® una vez m¨¢s.
Babelia
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