¡®El verano de los camaleones¡¯ (6): ¡®Mudar la piel¡¯
M¨®nica Mart¨ªn-Grande, guionista de series como 'Compa?eros', concluye hoy su relato. Antonio se prepara para su siguiente excursi¨®n al r¨ªo, esta vez con energ¨ªas renovadas
Casi era de d¨ªa cuando lleg¨® a la casa. Y oy¨® a su madre cantar. Nunca lo hac¨ªa. Normalmente prefer¨ªa estar en silencio, utilizando su truco del mimetismo para minimizar su presencia.
- Estaba preocupada por ti. - Dijo al salir a recibirle.
Pero no lo estaba, o al menos no lo parec¨ªa. Ni siquiera se dio cuenta de lo rotos que estaban los pantalones largos que pretend¨ªan protegerle de las zarzas.
- ?Y pap¨¢?
- Ha tenido que irse. Volver¨¢ a por nosotros al final del verano, como siempre. - Y sigui¨® cantando.
Y entonces Antonio se fij¨® en la piel de su madre. Era distinta. No hab¨ªa rastro de los p¨²rpuras, ni de los grises y amarillos. Y record¨® que en su libro de reptiles dec¨ªa que los camaleones, adem¨¢s de la caracter¨ªstica propia de cambiar de color, tambi¨¦n mudaban la piel dos veces al a?o, como las serpientes.
- Si luego vas a ir con esos chicos a recoger los reteles, deber¨ªas dormir un poco.
Y entonces lo vio en el cobertizo. Bajo aquel techado donde se acumulaban trastos viejos y muchas telara?as pudo ver las ruedas de un coche. Nunca hab¨ªa entrado all¨ª, no hab¨ªa nada que le interesara, pero estaba seguro de que nunca hab¨ªa habido un coche. Cuando su madre se meti¨® en la casa, a¨²n tarareando, Antonio se acerc¨®.
Escondido bajo una lona gris estaba el Citro?n de su padre. Le prest¨® atenci¨®n al cobertizo por primera vez. Hab¨ªa un banco de trabajo manchado de polvo y grasa, viejas herramientas de mec¨¢nico, un hacha oxidada, alguna sierra mellada y neum¨¢ticos pasados. Y el coche en el que su padre no se hab¨ªa ido.
Su madre le oblig¨® a ducharse y le vino bien. A¨²n ten¨ªa la cabeza abotargada de la absenta y el agua le despej¨®.
Al salir, el camale¨®n que cada vez parec¨ªa menos un camale¨®n le hab¨ªa preparado una jarra de limonada con hielo. Antonio repar¨® en una llave que su madre llevaba colgada del cuello. No se la hab¨ªa visto nunca. Ella capt¨® su inter¨¦s con su mirada panor¨¢mica y agarr¨® la llave con fuerza.
- He cerrado con candado el arc¨®n. Atra¨ªa alima?as.- Antonio asinti¨®. Su madre se sent¨® a su lado.
- El a?o que viene iremos a la playa.- Nunca hab¨ªan ido al a playa.
- ?De verdad?
Ella asinti¨® y se fij¨® en la piel de su hijo, con tonos grises y p¨²rpuras.
- Tu padre tiene raz¨®n. Eres como yo. Si no haces algo te terminar¨¢s convirtiendo en un camale¨®n.
Intent¨® orientarse y seguir el camino que hicieron por la noche para ir a colocar los reteles. Sab¨ªa que los chicos iban a volver all¨ª a recoger los cangrejos de las trampas. Se toc¨® la llave del arc¨®n que su madre le hab¨ªa colgado del cuello y sigui¨® caminando. De d¨ªa todo aquello era mucho m¨¢s bonito que por la noche. Estaba feliz, decidido a tener un buen verano y a dejar de ser un camale¨®n. Si no fuera por el peso del hacha en la mochila, todo ser¨ªa perfecto.
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