El ciudadano Welles tambi¨¦n fascinaba hablando
Un libro recupera las conversaciones (o interrogatorios) entre Orson Welles y Peter Bogdanovich
Existe una tradici¨®n gozosa en la admiraci¨®n y la generosidad que profesan grandes creadores del cine hacia directores que les precedieron y dispusieron durante corto o largo tiempo de un lugar en el sol, de cuya obra aprendieron, alimentaron su deseo y su iniciaci¨®n en el arte ( o el artesanado) de narrar historias con una c¨¢mara. Martin Scorsese ha profesado continuamente ese tributo hacia los viejos maestros. No solo del cine. Tambi¨¦n de la m¨²sica, incluida la m¨¢s emocionante filmaci¨®n de un concierto ( y muchas mas cosas vibrantes, melanc¨®licas, hermosas )que yo he visto nunca. Se trata de ¡°El ¨²ltimo vals¡±, la despedida de The Band, acompa?ados de sus impagables amigos, un pu?ado de m¨²sicos y compa?eros de carretera que nos regalaron felicidad y consuelo a varias generaciones de mel¨®manos. Y son esplendidos, l¨²cidos y sentidos sus documentales Una carta a Elia (si, a Kazan, el delator, el fel¨®n, pero tambi¨¦n el hombre que pari¨® joyas como La ley del silencio, Am¨¦rica, Am¨¦rica y R¨ªo salvaje ) , Mi viaje a Italia y Un viaje personal con Martin Scorsese trav¨¦s del cine norteamericano.
Francois Truffaut, no solo en su inicial, apasionada y esplendorosa faceta de cr¨ªtico, sino cuando ya era un director consagrado, sigui¨® escribiendo sobre los creadores que amaba. Fruto de ello naci¨® El cine seg¨²n Hitchcock, ese libro que resulta imprescindible en la biblioteca de cualquier cin¨¦filo. Me atrever¨ªa a asegurar que incluso se lo han le¨ªdo m¨¢s de una vez aquellos que solo otorgan categor¨ªa de gran t¨¦cnico al autor de Vertigo. Truffaut, no solo disfrut¨® de esa obviedad, sino que estaba convencido de que este hombre pose¨ªa un universo tan perturbador como fascinante. Y aunque comparta esa evidencia me sigue haciendo mucha gracia la venenosa teor¨ªa del guionista y escritor William Goldman ( creo que es suya y que la contaba en su muy divertido libro Aventuras de un guionista en Hollywood, pero a lo peor me traiciona la memoria) de que Hitchcock fue un gran director hasta que Truffaut intenta convencerle de que su obra es tan profunda como compleja. El hombre gordo, al que solo le preocupa entretener y asustar al p¨²blico y la recaudaci¨®n en taquilla que logra cada una de sus pel¨ªculas, en principio no cree en la certidumbre de Truffaut sobre el inmenso arte que contiene su cine. Pero su admirador sigue insistiendo y el ego de Hitchcock a fuerza de repet¨ªrselo llega un momento en el que se derrite de gusto y acaba admitiendo que efectivamente es un gran artista, con obsesivo mundo propio y que esto es transparente desde su primera pel¨ªcula. Seg¨²n Goldman, a partir de ese legendario libro, Hitchcock pierde su genialidad ya que se dedica a hacer pel¨ªculas pensando en el halago de los cr¨ªticos, convencido de su trascendencia. No es cierto, pero si ingenioso.
No puedo dejar de pensar en cierto y amargo paralelismo en el malditismo entre Welles y su disc¨ªpulo Bogdanovich
Peter Bogdanovich se inici¨® en el cine escribiendo de el, buceando en su historia, profundizando en la personalidad , el estilo y las claves de los directores que crearon el gran cine norteamericano, oriundos y europeos emigrados que encontraron en Hollywood los medios adecuados para expresar su talento. Adem¨¢s de estar muy bien relacionado con instituciones culturales y filmotecas p¨²blicas, el joven Bogdanovich tambi¨¦n deb¨ªa de poseer un notable poder de seducci¨®n, ya que consigui¨® que los grandes maestros, algunos de ellos caracterizados por su inaccesibilidad o su desden hacia periodistas, historiadores y cr¨ªticos, le dedicaran una parte de su valioso tiempo, le permiten asistir a sus rodajes, hablan interminablemente con el de lo divino y de lo humano. Tiene m¨¦rito que el pesado consiguiera esa cercan¨ªa con se?ores que pod¨ªan ser muy bordes, que hac¨ªan cine como respiraban, pero a los que no les hac¨ªa ni puta gracia hablar de el ,tener que explicarlo con extra?os.
Adem¨¢s de ese amor incondicional al gran cine y de investigar el proceso de su gestaci¨®n, Bogdanovich aspiraba a realizar el suyo. Y si el arranque con El h¨¦roe anda suelto es tan posibilista como imaginativo, m¨¢s que interesante, las tres pel¨ªculas que rueda a continuaci¨®n, la muy triste y evocadora La ¨²ltima pel¨ªcula, la excelente y enloquecida comedia?Qu¨¦ me pasa, doctor? y su divertido y tierno paseo por la ¨¦poca de la Depresi¨®n acompa?ando a un estafador y a su falsa hija (maravillosa Tatum O¡¯ Neal) en Luna de papel no solo arrasan en la taquilla sino que tambi¨¦n alcanzan el prestigio cr¨ªtico, la convicci¨®n por parte de la industria y de la cinefilia de que el hombre que entrevist¨® a los cl¨¢sicos tiene posibilidades de acompa?arles en esa gloriosa condici¨®n. Bogdanovich se convierte en el ni?o mimado de Hollywood. Puede hacer lo que quiera. Dispone de enorme cr¨¦dito. Y comienza una impensable y eterna tragedia. Sus siguientes y muy caras peliculas, Una se?orita rebelde, Por fin, el gran amor y As¨ª empez¨® Hollywood suponen un naufragio estrepitoso. Y Bogdanovich se convertir¨¢ en un apestado para las productoras que le hab¨ªan adorado. Se refugiar¨¢ en numerosas telefilms, alg¨²n episodio en series, buscar¨¢ financiaci¨®n en cualquier lugar y en vano para sus proyectos. El p¨²blico le ha dado definitivamente la espalda al que fue ni?o prodigio aunque en su filmograf¨ªa todav¨ªa aparezcan pel¨ªculas tan atractivas como Saint Jack y Todos rieron.
Y mientras leo con enorme curiosidad y delectaci¨®n el libro Ciudadano Welles, que recoge numerosas conversaciones (o ambiciosos interrogatorios) a lo largo del tiempo entre Bogdanovich y su venerado Orson Welles, algunas de ellas en ¨¦pocas florecientes para el primero y desastrosas para el segundo, busc¨¢ndose la vida mediante la interpretaci¨®n o la publicidad televisiva, sabiendo que todo dios le considera un genio pero que le resulta tit¨¢nico o imposible lograr financiaci¨®n para su cine, no puedo dejar de pensar en cierto y amargo paralelismo en el malditismo que sufrieron el maestro y su disc¨ªpulo. Y escuchar a Welles es fascinante, aunque en muchos temas intente fugarse o revisar su pasado. Pero Bogdanovich insiste sin tregua y Welles, tal vez por aburrimiento, acaba contestando. Y habla de muchas de las cosas que le ocurrieron entre Ciudadano Kane y Sed de mal, con la que se cierra este libro tan instructivo como apasionante.
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