G¨¦nero negro
Hace muchos a?os que no vuelvo a aquellas novelas. El g¨¦nero policial, que me import¨® tanto en los primeros tiempos de mi vocaci¨®n, se me ha vuelto lejano
Una de las novedades de la cultura democr¨¢tica que surg¨ªa en Espa?a desde mediados de los a?os setenta fue la relevancia de la literatura policial. Del espacio subordinado del g¨¦nero ascendi¨® a una consideraci¨®n id¨¦ntica o incluso superior a las formas m¨¢s respetadas de la escritura narrativa. No s¨¦ ahora, pero entonces eso era una singularidad que no se repet¨ªa en otros pa¨ªses. En Europa, en Estados Unidos, con culturas literarias m¨¢s asentadas que la nuestra, las fronteras de los g¨¦neros estaban muy marcadas. En una librer¨ªa de Par¨ªs uno buscaba alfab¨¦ticamente a Georges Simenon m¨¢s o menos entre Jorge Sempr¨²n y Claude Simon y no lo encontraba: el sitio de Simenon estaba en las estanter¨ªas dedicadas al g¨¦nero policial, no a la gran literatura, del mismo modo que en EE UU Raymond Chandler, Dashiell Hammett, Patricia High?smith, para nosotros maestros insuperables, estaban y est¨¢n relegados a la secci¨®n Murder & Crime, situada a una conveniente distancia f¨ªsica y cultural de la otra, Fiction & Literature.
En Espa?a casi todas las novelas de Chandler las publicaba Barral Editores en bolsillo, con las portadas negras y el lomo negro de las hojas, en imitaci¨®n de la Serie Noire francesa, en la misma colecci¨®n en la que aparec¨ªan grandes novelas literarias, libros de historia o de marxismo. Y a Dashiell Hammett muchos lo descubrimos en una colecci¨®n igual de respetable, igual de decisiva en la formaci¨®n de la cultura literaria del antifranquismo y la primera democracia, el Libro de Bolsillo, de Alianza, donde se not¨® siempre la influencia ilustrada de Javier Pradera. En Alianza se publicaban adem¨¢s, tra¨ªdas desde la Emec¨¦ de Buenos Aires, las Selecciones del S¨¦ptimo C¨ªrculo, que hab¨ªan dirigido durante a?os Borges y Bioy Casares. Esta era una colecci¨®n de inclinaciones m¨¢s brit¨¢nicas que americanas, con enigmas muchas veces tan cerebrales y geom¨¦tricos como problemas de ajedrez. Pero en ella le¨ª por primera vez La dama del lago, de Chandler, y algunos de los thrillers desquiciados y m¨¢s bien par¨®dicos de James Hadley Chase.
Unas pocas novelas de Cornell Woolrich son magn¨ªficas, y otras est¨¢n demasiado hechas de estereotipos
Uno de los grandes descubrimientos de entonces, en Alianza, fue El cartero siempre llama dos veces, de James Cain. Cain escrib¨ªa con la limpia velocidad de Hammett, pero agregaba a sus historias un elemento de fatalidad tr¨¢gica y fiebre sexual que las hac¨ªa a¨²n m¨¢s atractivas, aun cuando repitiera tantas veces el mismo esquema narrativo. A?os despu¨¦s que a Cain descubr¨ª a otro novelista que aprendi¨® sin duda mucho de ¨¦l, y que a m¨ª acab¨® gust¨¢ndome m¨¢s, Cornell Woolrich, que firmaba a veces como William Irish. Unas pocas novelas de Woolrich son magn¨ªficas, y otras est¨¢n demasiado hechas de estereotipos y de una prosa atropellada y barata. Pero sus cuentos, los mejores, que son muy numerosos, estallan como disparos, como descargas el¨¦ctricas, como poemas de perdici¨®n y soledad ambientados siempre en la Nueva York s¨®rdida de la Gran Depresi¨®n, en cafeter¨ªas y cines abiertos toda la noche, en hoteles para desahuciados y borrachos. Los cuentos de Woolrich/Irish los public¨® tambi¨¦n Alianza, en vol¨²menes delgados que permit¨ªan deslizarlos como rev¨®lveres en el bolsillo de un chaquet¨®n, con portadas de Daniel Gil, todas y cada una de ellas memorables.
La fiebre policial alcanz¨® su temperatura m¨¢s alta cuando irrumpieron las colecciones de Libro Amigo de Bruguera, las m¨¢s baratas y descuidadas, impresas de cualquier manera, en hojas que se volv¨ªan r¨¢pidamente amarillas, en libros que se descuadernaban seg¨²n iba uno ley¨¦ndolos. La deuda que los lectores de mi generaci¨®n y de alguna m¨¢s tenemos con Bruguera no podr¨ªamos pagarla nunca: empezamos a leer con los tebeos de Pulgarcito y Mortadelo y Filem¨®n, seguimos con la Colecci¨®n Historia, nos hicimos adultos con sus traducciones de pr¨¢cticamente toda la literatura universal, la mejor y la p¨¦sima, en una gran catarata que aliment¨® despu¨¦s durante d¨¦cadas los cajones de los puestos callejeros de libros de segunda mano. En Bruguera, bajo la direcci¨®n de Juan Carlos Martini, los ¨²ltimos a?os setenta y los primeros ochenta fueron la edad de oro y de papel barato de las novelas policiales y de esp¨ªas. All¨ª estaban los grandes nombres americanos y brit¨¢nicos, y tambi¨¦n otros argentinos, como Osvaldo Soriano. Durante una ¨¦poca, cada semana, aparec¨ªa en los quioscos la portada con ilustraciones truculentas y muy atractivas de la colecci¨®n Club del Crimen: Ellery Queen, Patricia Highsmith, Wilkie Collins, Raymond Chandler, Agatha Christie, Mickey Spillane, todos mezclados.
Se trataba de una forma narrativa a la vez firme y flexible, que permit¨ªa organizar un relato con m¨¢s rigor que la sucesi¨®n
Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n ten¨ªa ya en marcha su serie de Pepe Carvalho, que se hizo muy popular precisamente en esos a?os. En los tanteos de la cultura literaria que se estaba haciendo entonces, tan improvisadamente y con las mismas carencias que la democracia misma, el g¨¦nero negro nos parec¨ªa tan atractivo por dos razones: la primera, una forma narrativa a la vez firme y flexible, que permit¨ªa organizar un relato con m¨¢s rigor que la pura sucesi¨®n, y con una claridad y una fluidez que sol¨ªan estar ausentes en las novelas de intenci¨®n experimental m¨¢s celebradas entonces; la segunda raz¨®n era muy propia de una ¨¦poca en la que de pronto hab¨ªa libertad para contar los abusos, los horrores, los esc¨¢ndalos de la realidad inmediata: la investigaci¨®n policial, y m¨¢s todav¨ªa la del detective privado, ofrec¨ªan una met¨¢fora perfecta de la b¨²squeda de la verdad y la justicia en un mundo corrupto. Se acentuaba, sin duda exageradamente, la carga de denuncia social en las novelas de Chandler y Hammett, confirmada por la militancia de este ¨²ltimo en el Partido Comunista de Estados Unidos, incluso por su relaci¨®n sentimental con Lillian Hellman. Que Hellman resultara ser una embustera desacreditada y el PC americano una secta diminuta y estalinista no importaba mucho entonces.
Tampoco la dosis de fantas¨ªa masculina de saldo que hab¨ªa en una gran parte de esas novelas, y m¨¢s a¨²n en las pel¨ªculas que inspiraron y de las que se alimentaron. El detective como un tipo duro que en el fondo es un sentimental, un borrach¨ªn entra?able, un noble perdedor, marcado por un pasado oscuro; la hero¨ªna que es tan traicionera como tentadora, etc¨¦tera. A Raymond Chandler, seg¨²n se lee en sus cartas, lo entristec¨ªa la sospecha de que era muy dif¨ªcil escribir gran literatura teniendo que someterse a los l¨ªmites tan estrechos del g¨¦nero, a los estereotipos y lugares comunes que no estaba permitido evitar, al menos entonces, cuando ¨¦l escrib¨ªa. Eso dejando a un lado un problema a?adido para el que escribe y lee en espa?ol: los amaneramientos del lenguaje forzados por las traducciones, agravados en nuestro pa¨ªs por la prosa de garrafa del doblaje. ?Qu¨¦ falta hac¨ªa, por ejemplo, traducir Farewell, my Lovely, por Adi¨®s, mu?eca?
Hace muchos a?os que no vuelvo a aquellas novelas. El g¨¦nero policial, que me import¨® tanto en los primeros tiempos de mi vocaci¨®n, se me ha vuelto lejano, lo cual probablemente me impide descubrir a buenos novelistas que est¨¦n cultiv¨¢ndolo ahora. De vez en cuando hago el prop¨®sito de regresar a novelas que fueron gloriosas de leer para m¨ª: El largo adi¨®s, por ejemplo, para saber de verdad c¨®mo est¨¢ escrita. Lo que no he perdido es una ilusi¨®n de entonces: inventar alguna vez una trama policial luminosa, r¨¢pida, perfecta, como algunas de Bioy Casares y Silvina Ocampo, como una f¨¢bula entreso?ada de Chesterton.
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