Las marismas de los campos del arroz
Una tierra dura de jornaleros y pescadores de cangrejos, robada al r¨ªo Guadalquivir para cultivar, rodea el thriller del director espa?ol Alberto Rodr¨ªguez
Los campos de arroz de las marismas del Guadalquivir se extienden hasta el horizonte. Forman una gigantesca mancha verde que sobrevuelan bandadas blancas de garzas y cig¨¹e?as. Los deltas de los grandes r¨ªos representan un espacio narrativo extraordinario, como si arrastrasen sus historias con los sedimentos. Hay algo en esos paisajes interminables en los que la tierra se mezcla con el agua, el horizonte con el cielo que los convierte en fascinantes: son lugares en los que la geograf¨ªa, el paisaje, se impone a la ficci¨®n. Dos escritores del realismo social, el sevillano Alfonso Grosso (1928-1995) y el madrile?o Armando L¨®pez Salinas (1925-2014), que fue tambi¨¦n dirigente del Partido Comunista en la clandestinidad, caminaron el delta del Guadalquivir en 1960 y publicaron seis a?os despu¨¦s en Francia el libro de viajes Por el r¨ªo abajo, un crudo relato de la pobreza y la explotaci¨®n en la Espa?a franquista. El fot¨®grafo sevillano At¨ªn Aya, fallecido en 2007 a los 56 a?os, recorri¨® tambi¨¦n las marismas en los noventa. Sus im¨¢genes, recogidas en un libro de la colecci¨®n Photobolsillo de La F¨¢brica, muestran en un implacable blanco y negro la belleza y la dureza de este territorio, que arranca apenas 30 kil¨®metros al sur de Sevilla. Inspirado por aquellos viajeros y por las im¨¢genes de Aya, el realizador sevillano Alberto Rodr¨ªguez busc¨® ese espacio, el delta del Guadalquivir, para ambientar La isla m¨ªnima, una pel¨ªcula que transcurre al principio de la Transici¨®n espa?ola y que esconde muchas cargas de profundidad sociales detr¨¢s de la estructura de un thriller. En las tres obras hay algo que se impone por encima de todo: los personajes, los habitantes de las marismas.
Buenos tiempos para la intriga
Por Andrea Aguilar ?
Hace calor y la miseria transpira en las marismas del Guadalquivir donde Pedro y Juan llegan para investigar el crimen de unas adolescentes. El joven polic¨ªa, m¨¢s de acuerdo con el cambio democr¨¢tico que va orden¨¢ndose en la Espa?a posfranquista, y el viejo veterano, con pocos escr¨²pulos, deben resolver este caso de tintes macabros. Entre silencios y miedos? se adentran en el cortijo de aguas estancadas.
La sombra que ha pesado sobre el potente thriller de Alberto Rodr¨ªguez ha sido la de la serie de HBO True detective, que ¨¦l ha insistido no lleg¨® a ver antes del rodaje. Las apariencias, como todo investigador sabe, enga?an, pero lo que s¨ª parece quedar claro es que el g¨¦nero policiaco vive un excelente momento. Con este trabajo, la cuarta pel¨ªcula del realizador andaluz, ha recibido dos premios en el Festival de San Sebasti¨¢n y diez premios Goya en la ¨²ltima gala, en la que fue se?alada como la mejor pel¨ªcula del a?o.
Todav¨ªa no ha terminado la ma?ana y el term¨®metro roza los 40 grados. El olor que emana de la mezcla del agua, el sol y el arroz, un aroma almidonado, lo impregna todo. Apenas se ven trabajadores en los campos de arroz, que se cosechan en septiembre, justo cuando transcurre el filme, en el que dos polic¨ªas investigan la desaparici¨®n de dos chicas, con una huelga de temporeros que se rebelan contra la explotaci¨®n como tel¨®n de fondo. Es una tierra dura, robada al r¨ªo para cultivar, de jornaleros y pescadores de cangrejos. ¡°Es una tierra de arroz y paludismo. Los viajeros van en busca de los hombres que en ella trabajan¡±, escriben Grosso y L¨®pez Salinas que relatan que, cuando hicieron el viaje, muchos temporeros dorm¨ªan en chozas que se constru¨ªan con paja y barro.
Las cosas han cambiado mucho desde entonces, pero los jornales siguen siendo reducidos, la labor, dura, y el trabajo, escaso. Al menos, eso cuentan la mayor¨ªa de los habitantes del delta entrevistados durante una jornada de julio. Las fronteras de los pueblos las marcan las carreteras y los canales. Se trata de poblados de colonizaci¨®n, la mayor¨ªa construidos despu¨¦s de la Guerra Civil para albergar a los trabajadores. En el Poblado de Alfonso XIII, una pedan¨ªa de Isla Mayor, comienzan las fiestas del Carmen y muchos de sus habitantes se han reunido para comer en dos casetas situadas en la plaza principal del pueblo. Bajo la carpa, el bochorno es agobiante. En la calle, los ni?os se dan manguerazos. Todos han visto la pel¨ªcula, todos conocen a alguien que aparece aunque sea unos segundos. ¡°Lo que m¨¢s me gusta es el dinero que ha tra¨ªdo al pueblo. Ahora nos conoce todo el mundo y vienen muchos turistas¡±, asegura una mujer joven. Un hombre muestra una moto Puig de los a?os ochenta, de la misma ¨¦poca en que transcurre el filme. ¡°Mi abuelo iba con la puig a pescar cangrejos. Todo ilegal. Pero ya sabes: aqu¨ª nos tenemos que buscar la vida¡±. La inmensa mayor¨ªa son jornaleros, pescadores o las dos cosas.
La pel¨ªcula est¨¢ llena de detalles, de pinceladas que describen la vida cotidiana de aquellos a?os, marcada todav¨ªa por la supervivencia y la falta de recursos. Por ejemplo, cuando los dos polic¨ªas, que simbolizan dos generaciones y dos Espa?as a las que no les queda m¨¢s remedio que trabajar en colaboraci¨®n, interrogan a una mujer que vio el coche al que se subieron las chicas antes de desaparecer ¡ªun Diane 6 que, como el 600, es uno de los veh¨ªculos populares que simbolizan el desarrollismo¡ª. Antes de empezar a hablar muestra a los agentes las fotos de sus hijos: todos son emigrantes, en Francia, Alemania o Barcelona. Ninguno se ha quedado en el pueblo. En la caseta del Poblado de Alfonso XIII, Juan, de 61 a?os, rostro curtido, brazos tatuados, manos duras, relata que aparece en una escena en segundo plano. ¡°No es exactamente igual. Es dif¨ªcil contar lo que han pasado los antepasados¡±, asegura preguntado sobre c¨®mo era la vida entonces. Ha tenido muchos oficios, ha vivido en muchos lugares de Espa?a en busca de trabajo. Y de su ¨¦poca de trabajador del arroz recuerda sobre todo los mosquitos. ¡°Era exagerado¡±, explica. El paludismo ya ha desaparecido, pero en los sesenta era una presencia constante.
En un campo situado junto a la carretera de Sevilla, una cuadrilla de cinco hombres acaba de terminar el trabajo matinal. Estaban limpiando malas yerbas. Pertenecen a diferentes generaciones. ¡°Era m¨¢s duro que lo cuenta la pel¨ªcula. En aquellos tiempos no hac¨ªa falta llevar reloj, trabaj¨¢bamos de sol a sol¡±, explica un hombre que luce un rosario blanco en el cuello. ¡°Tengo 61 a?os y el pueblo que ven (Poblado de Alfonso XIII), 70¡±. ¡°Mi abuela me dice: ¡®No has visto lo que yo he pasado¡¯ cuando me habla de aquellos a?os¡±, se?ala un joven. Todos trabajan en tierras ajenas. En el libro de Grosso y L¨®pez Salinas ¡ªdel que todav¨ªa puede encontrarse alg¨²n ejemplar de segunda mano¡ª aparecen conversaciones muy parecidas, personajes que cuentan historias de pobreza similares. ¡°Yo no tengo amor a la tierra. ?C¨®mo voy a tenerle amor si no tengo ni cacho de ella? Los hijos se fueron a Barcelona y me vine aqu¨ª, a Puebla, a busc¨¢ el jorn¨¢¡±, les cuenta un hombre que se encuentran en un bar. Los escenarios tambi¨¦n se repiten. Un bar instalado en un chamizo junto a un canal sirve de lugar de encuentro para los trabajadores del campo cuando el sol ya hace imposible estar fuera. Se reconoce a los arroceros porque llevan los pantalones remangados y la camisa h¨²meda. En el bar todos son hombres y, como dice un parroquiano, ¡°todos somos gente del arroz¡±. Algunos cuentan que est¨¢n desde las siete de la ma?ana en las marismas. Los veteranos, de nuevo, explican que los tiempos han cambiado mucho, que es dif¨ªcil imaginar lo dura que era aquella tierra hace s¨®lo 30 a?os.
El bar est¨¢ situado justo en el linde de Isla Mayor que, con 11.000 habitantes, es la principal localidad de estas marismas del bajo Guadalquivir, que producen el 40% del arroz espa?ol. All¨ª es donde se alojan los dos polic¨ªas, donde se celebra la feria de la cosecha en septiembre, donde los patrones van a buscar a los jornaleros y les amenazan con dejarles sin trabajo si siguen pidiendo m¨¢s derechos. Desde all¨ª se pueden seguir los caminos de tierra que circulan entre cultivos y canales, que forman l¨ªneas rectas que se pierden en el horizonte. Junto al cortijo de Isla M¨ªnima, en la que se cr¨ªan toros, se organizan tientas, cacer¨ªas o bodas y hasta tiene un hotel; un cartel se?ala la direcci¨®n que lleva a Sevilla. Incluso ahora la capital andaluza no puede parecer m¨¢s lejana de esas marismas de paisajes e historias interminables.
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