¡®Una carta desde Potsdam¡¯ (1): ¡®La despedida¡¯
Virginia Yag¨¹e, guionista de series como 'La se?ora', inicia su relato de verano
Para Sur¨¦n.
?Leve se mueve el baile de las horas
Sobre los cabellos ya plateados,
Porque s¨®lo al inclinar la copa
Se ve con claridad el fondo.
Stefan Zweig
Aquella tarde Davoud hab¨ªa vuelto a despedirse de ella, pero esta vez lo hab¨ªa hecho convencido de que al d¨ªa siguiente estar¨ªa muerto.
Gerda no hab¨ªa podido hacer nada para convencerle de que, seg¨²n le hab¨ªa dicho el propio doctor Kreuzmann, todo iba mucho mejor. La supuraci¨®n de la herida ced¨ªa y en el hueco que el impacto de metralla hab¨ªa dejado estaba creciendo un hueso nuevo que, aunque d¨¦bil, no ten¨ªa astillas dentro. Sin embargo, sus palabras de aliento no hab¨ªan conseguido vencer aquel radical des¨¢nimo que hab¨ªa crecido cebado por el dolor f¨ªsico y el olor nauseabundo de aquel lugar que se empe?aban en llamar hospital. Se hab¨ªa hecho tarde para animar a un marido que se sent¨ªa desahuciado y, aunque trat¨® de disimularlo, Gerda se sinti¨® impotente y rabiosa, s¨²bitamente invadida por aquellas ganas de abofetearlo. ?Es que no ve¨ªa que no era el momento de rendirse? No pod¨ªa dejarla sola, ahora que la guerra hab¨ªa terminado, los ni?os eran demasiado peque?os y todo estaba por reconstruir. Lo observ¨® tendido en el sucio jerg¨®n y sinti¨® que ella misma reduc¨ªa en tama?o, sucia, mezquina y vieja, mientras todo alrededor se hac¨ªa demasiado grande y pesado. Todo se complicaba, pero como siempre suced¨ªa en momentos extremos, algo le sacudi¨® por dentro haci¨¦ndola reaccionar. Se inclin¨®, lo bes¨® en la frente y se despidi¨® de ¨¦l asegur¨¢ndole que al d¨ªa siguiente se volver¨ªan a encontrar. ?l trat¨® de decir algo pero ella ya se hab¨ªa retirado, evitando una ¨²ltima mirada.
Avanz¨® por destartalado pasillo robando compostura a su esp¨ªritu, tratando de no pensar en lo cobarde que hab¨ªa sido en aquel ¨²ltimo momento. Le aterrorizaba la idea de llegar al d¨ªa siguiente, encontrar la cama de Davoud vac¨ªa y no contar con un hombro amigo en el que sollozar. Estaba sumergida en su desolaci¨®n cuando el tac¨®n de uno de sus zapatos vacil¨® sobre una baldosa saliente y su tobillo se torci¨® en un traspi¨¦s rid¨ªculo. Se reh¨ªzo pero ya era tarde. Demasiados testigos de aquel momento hab¨ªan colocado en ella sus miradas sorprendidas. Sinti¨® como el rubor se apoderaba de sus mejillas y, contra todo pron¨®stico y por primera vez en mucho tiempo, recuperaba aquella sensaci¨®n que hab¨ªa experimentado hace a?os en los salones de su familia, al ser presentada en sociedad. Record¨® al apuesto Davoud, moreno, elegante, exquisito y persa, interesante y desafiante al dedicarle una mirada directa que sinti¨® que la traspasaba y provocaba en ella ese mismo sonrojo que ahora la llenaba. Una reacci¨®n inesperada que le hizo emprender camino a casa con energ¨ªas renovadas y tambi¨¦n cierto aire nost¨¢lgico que recordaba su casa familiar y a sus padres.
Esa noche comenz¨® a escribir la carta a sus padres. Seis meses atr¨¢s la comunicaci¨®n se hab¨ªa interrumpido y no hab¨ªa sabido nada de ellos hasta que el Sr Eisele hab¨ªa tra¨ªdo noticias. Recuperado el contacto y, con la certeza de su posible viudedad tan cercana, sinti¨® la urgencia de contar todo lo vivido.
La memoria le tra¨ªa el sonido n¨ªtido del bombardeo que hab¨ªa comenzado el 14 de abril. Su coraz¨®n volvi¨® a palpitar con fuerza al recordar su urgencia por llevar a los ni?os al s¨®tano donde entraron tan s¨®lo unos minutos antes de que los aviones comenzaran a lanzar los pesados ¡°Christb?ume¡± sobre sus cabezas.
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