¡®Una carta desde Potsdam¡¯ (4): ¡®Sobrevivir¡¯
Virginia Yag¨¹e, guionista de series como 'La Se?ora', contin¨²a su relato. En la entrega de hoy, Gerda sale en b¨²squeda de un m¨¦dico
Los disparos continuaban y los rusos salieron corriendo dej¨¢ndola sola con su marido reci¨¦n herido. Como pudo se las arregl¨® para llevarle hacia el s¨®tano. Davoud no hab¨ªa perdido la consciencia pero se retorc¨ªa de dolor mientras Gerda trataba de arrastrarlo. Not¨® c¨®mo su coraz¨®n se desbordaba y su cabeza ard¨ªa pero no se dio cuenta de que ella misma estaba herida hasta que le cost¨® distinguir entre su propia sangre y la de ¨¦l. Tampoco sinti¨® dolor ni se dio cuenta del momento preciso en el que la se?ora Baumann, todav¨ªa refugiada en su casa, lleg¨® corriendo con los ni?os y le ayud¨® a limpiar su propia herida con las gasas de los peque?os. Fue entonces cuando pudieron ver en el muslo de Davoud un boquete del tama?o de un pu?o. Como pudieron lo colocaron sobre un colch¨®n y lo vendaron con los pa?ales mientras afuera se volv¨ªan a o¨ªr detonaciones. Varios miembros de las SS se hab¨ªan escondido en el contiguo bosque de Kathrinen. Ellos hab¨ªan realizado los disparos que hab¨ªan herido a Davoud y contra ellos disparaban los soldados rusos. Nadie pod¨ªa entrar ni salir y, mucho menos, ir en busca del doctor Stappenbeck.
Aquella misma tarde el se?or Kirchhoff enterr¨® a su mujer envuelta en una s¨¢bana, ¨¦l solo, en su propio b¨²nker; sin flores, sin sacerdote y sin amigos, mientras Gerda, todav¨ªa con el pelo ensangrentado y pegado a su cara, se manten¨ªa acurrucada al lado de Davoud sin poder apartar de su mente el recuerdo de la mujer muerta en sus brazos en aquel mismo s¨®tano.
La situaci¨®n se hizo insoportable al d¨ªa siguiente y Gerda, desoyendo las prevenciones de la se?ora Baumann, se arm¨® de valor y sali¨® a la calle con el firme prop¨®sito de conseguir un m¨¦dico. El tiroteo prosegu¨ªa y, mientras sal¨ªa del s¨®tano, prefiri¨® no pensar que sus hijos se quedar¨ªan hu¨¦rfanos si una de aquellas balas la mataba. Solo quer¨ªa encontrar una forma para que el dolor y la hemorragia no terminaran con su marido. Al salir detuvo a un oficial y le suplic¨®. De aquella manera fue conducida hasta la doctora del campamento, que recogi¨® algo de instrumental y varias tablillas. Aparte de yodo no dispon¨ªa de medicamentos, as¨ª que vend¨® y entablill¨® a Davoud sin ning¨²n tipo de anestesia.
Davoud permaneci¨® tumbado y sin dejar de gemir durante varios d¨ªas hasta que Gerda consigui¨® morfina para inyectarle. El alivio que sinti¨® al ver que su marido por fin pod¨ªa descansar dur¨® hasta que escuch¨® las pisadas de los soldados acerc¨¢ndose. Dos de ellos, bastante borrachos, entraron en el s¨®tano. Mientras uno de ellos se quedaba en la puerta el otro la empuj¨® contra la pared. Recordaba revolverse mientras gritaba que era iran¨ª y golpeaba al soldado que, como ¨²nica respuesta, coloc¨® el ca?¨®n de su rev¨®lver en su pecho.
En ese momento Gerda sinti¨® que algo en su interior se rebelaba. No hab¨ªa pasado por todo aquello para ser violada o morir frente a sus hijos. Agarr¨® con fuerza la boca del rev¨®lver y lanz¨® una mirada fulminante al soldado mientras la se?ora Baumann y los ni?os lloraban y gritaban.
El alborot¨® despert¨® a Davoud, que increp¨® a los soldados haciendo que desaparecieran justo antes de que ¨¦l mismo se desmayara. Gerda y la se?ora Baumann lo volvieron a tender en el suelo y se miraron a los ojos. Pero no dijeron ni una sola palabra sobre lo que acababa de ocurrir.
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