La ¡®Colecci¨®n Mexicana¡¯ en Chile: una historia de solidaridad
La exposici¨®n es el fiel reflejo de c¨®mo, en determinados momentos de la historia, se une la pol¨ªtica con el arte
Veinticinco a?os despu¨¦s de la reanudaci¨®n de relaciones diplom¨¢ticas entre M¨¦xico y Chile, en 1990, la historia de c¨®mo se integr¨® la llamada Colecci¨®n Mexicana en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende (MSSA) de Santiago de Chile, uno de los museos de arte moderno m¨¢s interesante en Sudam¨¦rica, sigue siendo el testigo vivo y silencioso de la utop¨ªa de construir una sociedad igualitaria, la representaci¨®n plural y a la vez contradictoria de los diversos lenguajes con que la pintura y la escultura expresan una o varias maneras de comprender el mundo, y el fiel reflejo de la relaci¨®n que, en determinados momentos de la historia, une a la pol¨ªtica con el arte.
La Colecci¨®n Mexicana, un conjunto de 305 obras hoy alojada en el antiguo Palacio Heiremans, una casa de principios del siglo XX ubicada en el barrio Rep¨²blica santiaguino, que m¨¢s tarde ser¨ªa la embajada de Espa?a y donde luego, paradoja cruel, oper¨® un centro de tortura de la Central Nacional de Informaciones, la polic¨ªa pol¨ªtica de Augusto Pinochet, es una refinada muestra, desde el punto de vista ¨¦tico y est¨¦tico, de la manera en que el arte intenta influir, de modo libre y ¨²nico, en una coyuntura pol¨ªtica muy particular. Pero la muestra relata tambi¨¦n, mediante formas, im¨¢genes, colores, materiales y texturas variadas, una historia de solidaridad con aquellos valores y principios en que se funda toda comunidad civilizada que pretenda ser digna de ese nombre.
El itinerario recorrido en sus distintas etapas por el MSSA ¡ªy el estupendo acervo que lo integra (www.mssa.cl) con alrededor de 2700 obras¡ª, ha sido bien documentado, tanto en su primer momento ¨Cde 1971 a 1973- cuando numerosos artistas internacionales, invitados por Salvador Allende en el marco de la ¡°Operaci¨®n Verdad¡± para observar lo que estaba sucediendo en el gobierno de la Unidad Popular, enviaron obra como gesto de fraternidad, como de 1973 a 1990, el per¨ªodo de la dictadura, cuando las donaciones fueron remitidas a los grupos de exiliados en diversos pa¨ªses, hasta la reuni¨®n de toda la obra en Chile y la apertura del museo, luego del retorno de la democracia. Lo que probablemente son menos conocidas son las circunstancias que, con el impulso de sus principales promotores, motivaron a artistas, creadores, cr¨ªticos, intelectuales, diplom¨¢ticos, muse¨®grafos e incluso dirigentes pol¨ªticos, a apoyar no tanto un proyecto cultural, que lo era, sino una causa claramente pol¨ªtica, que es el origen y fundamento de la gran colecci¨®n que hoy atesora el museo.
En ese trayecto, el env¨ªo mexicano fue el primero en producirse, a fines de 1971, en la etapa conocida como Solidaridad, que pretendi¨® ofrecer un respaldo pol¨ªtico y moral a Allende y la Unidad Popular. Gracias a la convocatoria de un grupo de artistas mexicanos, entre ellos Octavio Bajonero, Guillermo Ceniceros, Esther Gonz¨¢lez y Jos¨¦ Z¨²?iga; al ascendiente que ejerc¨ªa el legendario muse¨®grafo Fernando Gamboa en la vida cultural mexicana, y a la organizaci¨®n log¨ªstica del entones agregado cultural de la embajada de Chile en la ciudad de M¨¦xico, Jos¨¦ de Rokha, el Museo recibi¨® en esos primeros a?os 179 obras, a las cu¨¢les se sumaron, ya en la etapa de la Resistencia, es decir despu¨¦s del golpe de Estado, 126 m¨¢s, para integrar 305 piezas tanto de artistas mexicanos como de muchos otros que, sin serlo, resid¨ªan en M¨¦xico.
Por supuesto que en el coraz¨®n de esa disposici¨®n de los artistas estaban principalmente la generosidad, las afinidades ideol¨®gicas con la v¨ªa chilena al socialismo, el sue?o que encabezaba Allende, y lo que por aquellos a?os todav¨ªa se conoc¨ªa como el compromiso pol¨ªtico de creadores alineados con posiciones nacionalistas y progresistas, cualquier cosa que esto signifique en estos tiempos. Pero es indudable que igualmente contribuy¨® una atm¨®sfera de marcada simpat¨ªa hacia Chile y hacia Allende, espec¨ªficamente por parte de distintas fuerzas pol¨ªticas mexicanas, de ciertos grupos intelectuales y del gobierno del Presidente Luis Echeverr¨ªa.
Las razones de ese sentimiento, sin embargo, que en tal coyuntura galvaniz¨® de alg¨²n modo a grupos y corrientes heterog¨¦neas y en ocasiones antag¨®nicas, se fund¨ªan en el experimento chileno pero ten¨ªan mucho que ver con la singularidad, el excepcionalismo dir¨ªan algunos acad¨¦micos, del r¨¦gimen pol¨ªtico mexicano, de sus relaciones con la izquierda dom¨¦stica y externa como con Am¨¦rica Latina, y, de hecho, de sus relaciones internacionales.
Durante la larga era del partido dominante en la pol¨ªtica mexicana, as¨ª como en la cultura c¨ªvica que inevitablemente procre¨®, la pol¨ªtica exterior fue, a caballo entre mitos, realidades y desaf¨ªos, una de las ¨¢reas en donde los diferentes actores parec¨ªan haber logrado un elevado grado de coincidencias. A diferencia de otras pol¨ªticas p¨²blicas, la acci¨®n internacional de M¨¦xico fue generalmente un espacio de consensos m¨¢s que de disensos; una extensi¨®n del l¨¢baro patrio en el que se envolvieron -bajo una mezcla de nacionalismo, timidez y desconfianza ante lo externo- gobiernos, partidos, intelectuales, acad¨¦micos y la opini¨®n p¨²blica, tanto para resolver determinados arreglos de la pol¨ªtica interna como para que el pa¨ªs buscara un sitio pretendidamente propio en el mundo.
El car¨¢cter relativamente aut¨®nomo de esa pol¨ªtica no fue una cuesti¨®n solo de principios sino m¨¢s bien instrumental y, en algunos momentos, de evidente sobrevivencia. En el siglo XIX y en el porfiriato sirvi¨® para consolidar la independencia mexicana y la viabilidad de la naciente rep¨²blica y para establecer un contrapeso ante las tentaciones espa?olas de reconquista y los afanes expansionistas de Estados Unidos. En la Revoluci¨®n funcion¨® para alcanzar el reconocimiento del nuevo r¨¦gimen y resolver los saldos de la guerra civil. Entre los a?os cuarenta y sesenta, permiti¨® sacar ventaja de la recuperaci¨®n econ¨®mica posterior a la Segunda Guerra Mundial y navegar con cierta comodidad en medio de la tensi¨®n bipolar derivada de la Guerra Fr¨ªa, y en los a?os 70 se utiliz¨® para desplegar un nuevo activismo basado en lo que entonces se defini¨® como ¡°no alineamiento¡± o ¡°tercermundismo¡±.
Una lectura detenida y desapasionada de cada una de esas etapas revela que la pol¨ªtica exterior mexicana no fue siempre estrictamente principista ¡ªaunque tuvo notables ¨¦xitos diplom¨¢ticos como en los casos de la ruptura franquista en Espa?a, el derrocamiento de Arbenz en Guatemala, la revoluci¨®n cubana o el propio golpe de estado en Chile¡ª, sino que de manera a veces muy puntual los distintos gobiernos la esgrimieron, en primer lugar, para ensanchar los m¨¢rgenes de negociaci¨®n en la compleja, variada, dif¨ªcil y accidentada agenda bilateral con los Estados Unidos; para cobijarse, en segundo t¨¦rmino, bajo el paraguas de seguridad norteamericano en el hemisferio y evitar, gracias a su relaci¨®n especial con la revoluci¨®n cubana, que M¨¦xico se viera contaminado por los brotes de insurgencia que proliferaron en Am¨¦rica Latina, y, finalmente, para neutralizar a la disidencia interna y a las organizaciones de izquierda, entonces ilegales en M¨¦xico, que supuestamente amenazaban la estabilidad pol¨ªtica encarnada en el r¨¦gimen de partido casi ¨²nico.
Es decir, mientras M¨¦xico vivi¨® esos per¨ªodos hist¨®ricos, seguir una pol¨ªtica exterior cautelosa, neutral, aislada y, en ocasiones, hasta solitaria, cimentada en una noci¨®n militante de la soberan¨ªa y el nacionalismo, fue una decisi¨®n prudente que le permiti¨® sobrellevar los costos de la vecindad norteamericana, sostener un cierto equilibrio ante el enfrentamiento bipolar, contener a las oposiciones pol¨ªticas locales, y dar una imagen de apertura que casaba bien con los vientos de la ¨¦poca.
En el frente pol¨ªtico interno, el inicio del nuevo gobierno en los a?os setenta ¨Cque coincide con la elecci¨®n de Allende- lleva a Echeverr¨ªa a la necesidad de afrontar la herencia del movimiento estudiantil de 1968, que termin¨® en la matanza de Tlatelolco, reconciliando al r¨¦gimen con los universitarios y las ¨¦lites progresistas, reemplazando a generaciones pol¨ªticas anteriores por funcionarios m¨¢s j¨®venes y en apariencia m¨¢s modernos en su gabinete, incorporando a intelectuales muy visibles en posiciones de distinci¨®n (Carlos Fuentes fue, por ejemplo, embajador de M¨¦xico en Francia de 1972 a 1976), abriendo nuevas universidades p¨²blicas y centros de investigaci¨®n que en teor¨ªa facilitaran la movilidad ascendente de los j¨®venes o creando instituciones t¨ªpicas del estado de bienestar.
Como era l¨®gico, a ese dise?o correspondi¨® otro, de perfiles m¨¢s o menos equiparables, en materia de pol¨ªtica internacional, que parec¨ªa introducir algunas innovaciones en la tradici¨®n diplom¨¢tica mexicana. Por un lado, se propuso ejecutar una pol¨ªtica de mayor activismo y estrecho acercamiento hacia mecanismos multilaterales como el Movimiento de los pa¨ªses No Alineados, el Grupo de los 77 y, en general, el Tercer Mundo. Y por otro, se plante¨® elaborar un modelo alternativo de desarrollo para los pa¨ªses marginales, que articul¨® en la Carta de Derechos y Deberes Econ¨®micos de los Estados, presentada en la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD III) celebrada justamente en Santiago en abril de 1972.
Ese activismo condujo a Echeverr¨ªa a hacer durante su gobierno 12 viajes internacionales y estar en 36 pa¨ªses. Fue el primer presidente mexicano que visit¨® Cuba y la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica, acudi¨® a la Organizaci¨®n de Estados Americanos en una ocasi¨®n y a las Naciones Unidas dos veces, y recibi¨® a m¨¢s de 30 jefes de Estado y otros funcionarios extranjeros de alto nivel. M¨¦xico increment¨® el n¨²mero de pa¨ªses con los que ten¨ªa relaciones de 67 a 129, y firm¨® 160 tratados y acuerdos internacionales.
El enfoque conceptual que sosten¨ªa ese ajetreo era hacer patente que, en un mundo bipolar, el ¨²nico instrumento geopol¨ªtico para contar con una diplomacia m¨¢s o menos aut¨®noma y ensanchar el margen de maniobra para preservar y eventualmente fortalecer los intereses nacionales de M¨¦xico, era a trav¨¦s de la construcci¨®n, en horas en que asomaban ya los rescoldos de la Guerra Fr¨ªa, de un camino aparentemente propio, progresista y equidistante de las dos grandes superpotencias de la ¨¦poca.
Con independencia de los escasos resultados que realmente arroj¨® la estrategia en esos a?os ¡ªexpresada ciertamente en decisiones pol¨ªticas acertadas, de apreciable dignidad y de clara autonom¨ªa declarativa¡ª para robustecer la soberan¨ªa nacional, disminuir la dependencia econ¨®mica externa o incrementar la influencia de M¨¦xico en la arquitectura internacional, lo cierto es que irrig¨® el florecimiento en el ambiente p¨²blico, especialmente de la ciudad de M¨¦xico, y en numerosos sectores pol¨ªticos e intelectuales, en una era donde la regi¨®n estaba plagada de dictadores o caudillos, de una seducci¨®n por lo que estaba ocurriendo en Chile bajo el mandato de Allende.
A lo largo del siglo XX, Chile hab¨ªa estado vigente en el imaginario mexicano por distintas razones. En los a?os veinte, por ejemplo, cuando Gabriela Mistral viaj¨® a M¨¦xico para colaborar en la puesta en marcha del naciente ministerio de Educaci¨®n (hoy existen en M¨¦xico 984 escuelas p¨²blicas de nivel b¨¢sico que llevan su nombre) y de los primeros planes pedag¨®gicos nacionales. En los a?os cuarenta, cuando Pablo Neruda vivi¨® en M¨¦xico como C¨®nsul General de Chile (y se convierte, seg¨²n Christopher Dom¨ªnguez Michael, en ¡°un verdadero cacique de la literatura hispanoamericana cuya sede obispal instala en la ciudad de M¨¦xico¡±) y contribuye a lograr que David Alfaro Siqueiros y Xavier Guerrero fueran a pintar los murales que hoy se encuentran en la Escuela M¨¦xico de Chill¨¢n, un centro escolar donado por M¨¦xico durante las presidencias de L¨¢zaro C¨¢rdenas y de Manuel ?vila Camacho luego del sismo de 1939. En los a?os cincuenta, cuando Daniel Cos¨ªo Villegas decide abrir en Santiago la segunda filial latinoamericana del Fondo de Cultura Econ¨®mica, antes que la de Madrid con Javier Pradera al frente, en 1963. O una d¨¦cada m¨¢s tarde cuando, despu¨¦s del terremoto de 1960, se suscribe el Plan de Cooperaci¨®n Fraternal M¨¦xico-Chile, que fue un mecanismo con el cual M¨¦xico financi¨® el desarrollo de infraestructura cultural, educativa y deportiva para coadyuvar a la reconstrucci¨®n de las zonas m¨¢s afectadas en Santiago y en el interior del pa¨ªs.
Pero en el aspecto pol¨ªtico, lo que suced¨ªa en el lejano Chile de los a?os sesenta result¨® tambi¨¦n atractivo para los mexicanos interesados en los asuntos latinoamericanos en dos momentos particularmente relevantes.
Por un lado, el ¨¦xito electoral de la Democracia Cristiana encabezada por Eduardo Frei Montalva, con su reforma agraria (que fue inevitablemente contrastada con la que M¨¦xico ven¨ªa realizando desde los a?os treinta) y la ¡°chilenizaci¨®n¡± del cobre, constituy¨® una originalidad porque tales decisiones suger¨ªan que una formaci¨®n conservadora pod¨ªa emprender pol¨ªticas econ¨®micas y sociales avanzadas para la ¨¦poca, y que ¨¦stas no eran patrimonio reservado de gobiernos o partidos revolucionarios, seg¨²n la terminolog¨ªa en boga. Por otro, la ¡°revoluci¨®n en libertad¡± de Frei inspir¨® y de hecho reanim¨® las opciones de un centro-derecha mexicano en principio m¨¢s moderno y cautiv¨® a pol¨ªticos, periodistas y acad¨¦micos j¨®venes que, procedentes de una matriz cristiana, humanista y relativamente liberal, quer¨ªan participar en una oposici¨®n pol¨ªtica distinta al partido gobernante.
El segundo momento, el triunfo de Allende en 1970, fue m¨¢s decisivo y tuvo un sensible impacto en ciertas corrientes ideol¨®gicas e intelectuales en M¨¦xico.
En un sentido, para quienes dentro pero sobre todo fuera del r¨¦gimen intentaban promover algunas reformas, simboliz¨® la creencia de que una ruta democr¨¢tica y pac¨ªfica hacia el socialismo era posible, y, m¨¢s a¨²n, que era posible en Am¨¦rica Latina. Recu¨¦rdese que en ese a?o mandaban Stroessner en Paraguay, Velasco Alvarado en Per¨², Ongan¨ªa y sus sucesores en la Argentina o los militares en Brasil. En Espa?a todav¨ªa viv¨ªa Franco y en Portugal el Estado Novo de Salazar agonizaba pero sobrevivi¨® cuatro a?os m¨¢s antes de caer bajo los p¨¦talos de la revoluci¨®n de los claveles. Con ese panorama, el ascenso de la Unidad Popular fue casi una epifan¨ªa entre diversos sectores pol¨ªticos en M¨¦xico. Y en otro sentido, le ofreci¨® a la reci¨¦n inaugurada presidencia de Echeverr¨ªa la oportunidad de tejer una relaci¨®n privilegiada con un gobierno de izquierda, novedoso en Am¨¦rica Latina, con la cual aumentar su legitimidad interna como un gobierno que quer¨ªa dar la imagen de apertura y cambio.
Hasta donde se sabe, Echeverr¨ªa y Allende no se conocieron personalmente sino hasta 1972, pero las presuntas afinidades fueron varias en temas econ¨®micos, como la propiedad estatal de sectores estrat¨¦gicos o el tratamiento de la deuda externa de los pa¨ªses subdesarrollados, as¨ª como en materia de pol¨ªtica internacional y no alineamiento.
Echeverr¨ªa visit¨® Santiago en abril de 1972 para participar en la mencionada UNCTAD III, en una circunstancia extremadamente cr¨ªtica en Chile. El objetivo inmediato del viaje fue desde luego presentar la Carta de Derechos y Deberes Econ¨®micos de los Estados pero tambi¨¦n dar una clara se?al de apoyo al gobierno de Allende en momentos en que la situaci¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica del pa¨ªs sufr¨ªa un grave, creciente y, como se vio a la postre, imparable deterioro.
Durante cuatro d¨ªas, el presidente mexicano insisti¨® en un mensaje de estridente orientaci¨®n nacionalista, con un reconocimiento directo al proceso democr¨¢tico en Chile, haciendo ¨¦nfasis en la viabilidad de que las transformaciones en Am¨¦rica Latina tuvieran lugar de forma pac¨ªfica e institucional, y subrayando el respeto al pluralismo y a la diversidad de los sistemas pol¨ªticos en la regi¨®n y al derecho de los estados de disponer libremente de sus recursos naturales.
Al respaldo diplom¨¢tico y pol¨ªtico del gobierno mexicano al de Allende, sigui¨® otro en el aspecto material. Como han documentado distintos historiadores, en abierto desaf¨ªo a la pol¨ªtica norteamericana de aislamiento a Chile y a pesar de que la situaci¨®n financiera mexicana era precaria, Echeverr¨ªa proporcion¨® por ejemplo, en 1973, cr¨¦ditos que llegaron a los 80 millones de d¨®lares, embarc¨® un cargamento de emergencia de 400 mil barriles de petr¨®leo a Chile y envi¨® en condiciones comerciales muy favorables cantidades considerables de azufre, cacao, ma¨ªz y trigo.
En correspondencia, el 30 de noviembre de 1972 Allende lleg¨® a M¨¦xico y su visita fue saludada por el gobierno anfitri¨®n, por algunos medios de comunicaci¨®n y por las distintas corrientes nacionalistas y de izquierda, dentro y fuera del partido oficial, como una revelaci¨®n. Como se analiz¨® l¨ªneas atr¨¢s, el proceso chileno, o mejor dicho: la percepci¨®n de un pa¨ªs que buscaba la transici¨®n democr¨¢tica al socialismo, hab¨ªa sido seguido muy de cerca en M¨¦xico de suerte que ver y escuchar en plena acci¨®n a quien lo encarnaba coagul¨® aspiraciones ideol¨®gicas, controversias intelectuales y ventajas pol¨ªticas de los distintos actores mexicanos. El violento derrocamiento de Allende y su tr¨¢gica muerte, sucedidos meses despu¨¦s, tuvo en M¨¦xico, por consecuencia, un efecto psicol¨®gico y pol¨ªtico que deriv¨® tanto en gestos muy consistentes de activa y concreta solidaridad como en cierta reflexi¨®n intelectual acerca de las posibilidades reales de arribar al socialismo por el sendero de los votos y las instituciones.
Quiz¨¢ nadie condens¨® mejor ese sentimiento que Octavio Paz: ¡°El cuartelazo del ej¨¦rcito chileno y la muerte violenta de Salvador Allende han sido acontecimientos que, una vez m¨¢s, han ensombrecido a nuestras tierras. Ayer apenas Brasil, Bolivia, Uruguay -ahora Chile. El continente se vuelve irrespirable. Sombras entre las sombras, sangre sobre la sangre, cad¨¢veres sobre cad¨¢veres: la Am¨¦rica Latina se convierte en un enorme y b¨¢rbaro monumento hecho de las ruinas de las ideas y de los huesos de las v¨ªctimas¡±.
Lo que vino despu¨¦s es historia conocida. Tras el golpe militar de septiembre de 1973 y hasta noviembre de 1974, cuando Echeverr¨ªa decide romper las relaciones diplom¨¢ticas con la dictadura militar, M¨¦xico asil¨® a entre 600 y 700 chilenos y algunos m¨¢s de otras nacionalidades, tanto en la residencia como en la canciller¨ªa de la embajada mexicana en Santiago. Se calcula que se exiliaron en este pa¨ªs unas tres mil personas, entre ellos la familia del presidente Allende, aunque se habla del doble al sumar a quienes llegaron en las distintas oleadas,
Con los a?os, M¨¦xico mantuvo una f¨¦rrea actitud de solidaridad y apoyo; fue sede de numerosos encuentros de dirigentes pol¨ªticos, intelectuales y acad¨¦micos chilenos, residentes en M¨¦xico y en otros pa¨ªses, que empezaban a planear la resistencia del exilio contra la dictadura; acogi¨®, en 1975, la tercera sesi¨®n de la Comisi¨®n Internacional Investigadora de los Cr¨ªmenes de la Junta Militar en Chile; financi¨® la creaci¨®n de centros de investigaci¨®n impulsados por acad¨¦micos chilenos o de otras instituciones como la Casa de Chile, y, en suma, facilit¨® a numerosos cient¨ªficos, acad¨¦micos, investigadores, pol¨ªticos, maestros, artistas y profesionales integrarse a lo que se convertir¨ªa en su nuevo hogar.
La combinaci¨®n de estos elementos ¨Ccultura, solidaridad y pol¨ªtica-, que caracteriz¨® la visi¨®n de Chile desde M¨¦xico a lo largo de las d¨¦cadas de los sesenta y setenta, explica puntualmente el entorno afectivo que se gener¨® por Chile en c¨ªrculos mexicanos y que estimul¨® no solo las donaciones al MSSA sino, dicho con m¨¢s propiedad, defini¨® la calidad del trato de M¨¦xico hacia Chile en los a?os de la Unidad Popular y, durante la dictadura, hacia los miles de exiliados chilenos que encontraron en M¨¦xico refugio y la oportunidad de rehacer sus vidas truncadas por el cuartelazo.
La Colecci¨®n Mexicana, por tanto, no surgi¨® tan solo de una simpat¨ªa pol¨ªtica, una vocaci¨®n est¨¦tica o de la adhesi¨®n a un proyecto cultural, aunque fuese expresi¨®n de todo ello en su origen. Era tambi¨¦n una peculiar modalidad del as¨ª llamado internacionalismo revolucionario y prueba de que el arte ejerce, dentro de un determinado contexto, un raro pero en¨¦rgico poder sobre los ¨¢ridos terrenos de la lucha pol¨ªtica y la recuperaci¨®n de las libertades fundamentales.
Vista a la distancia, esta colecci¨®n es una manifestaci¨®n riqu¨ªsima de la pintura y la gr¨¢fica mexicanas y sus diversas evoluciones, pero tambi¨¦n de su variedad, sus matices y sus contradicciones pl¨¢sticas, pol¨ªticas y art¨ªsticas. El env¨ªo mexicano, dice la historiadora chilena Carla Miranda, ¡°signific¨® recibir un territorio estil¨ªstico en donde las confrontaciones entre el realismo socialista versus la independencia del arte eran a¨²n m¨¢s latentes y obvias que en los otros env¨ªos¡Los artistas donantes de este primer env¨ªo mexicano pertenecieron a diferentes generaciones y tendencias, tanto pol¨ªticas como art¨ªsticas, no obstante sus obras retratan la antigua contienda entre arte y pol¨ªtica vivida en M¨¦xico¡±.
La Colecci¨®n Mexicana es un aut¨¦ntico caleidoscopio en el que destacan por igual la militancia pol¨ªtica y el intenso historicismo en las obras del Taller de la Gr¨¢fica Popular, de Siqueiros, Gilberto Aceves Navarro o Arturo Garc¨ªa Bustos, que fueron emblem¨¢ticos del nacionalismo mexicano de la posrevoluci¨®n, del radicalismo social, del compromiso pol¨ªtico, o en los temas ¨¦picos bien expresados en el muralismo, que los vientos renovadores que introdujo, tras el agotamiento de la Escuela Mexicana de Pintura, la llamada generaci¨®n de la Ruptura representada en la colecci¨®n por Manuel Felgu¨¦rez y Vicente Rojo, entre otros, o pintores de otras pertenencias estil¨ªsticas y or¨ªgenes geogr¨¢ficos como Jos¨¦ Luis Cuevas, Arnold Belkin, Helen Escobedo, Ricardo Mart¨ªnez, Myra Landau, Vicente Gand¨ªa o Kazuya Sakai. Otros artistas como Fernando Garc¨ªa Ponce, Leonel Maciel, Juan Casta?eda, Elva Garma y Juan Manuel de la Rosa, tambi¨¦n parte de la Colecci¨®n Mexicana del MSSA, pero de mundos, edades, estilos y t¨¦cnicas heterog¨¦neas, compartieron sin embargo el denominador com¨²n de narrar el tr¨¢nsito est¨¦tico de lo que ser¨ªa la pintura mexicana de la segunda mitad del siglo XX.
Todas estas ¨²ltimas generaciones eran artistas cuya obra, a partir de los a?os sesenta, represent¨® nuevos cauces expresivos en la pl¨¢stica mexicana. Dicho en otros t¨¦rminos, era un grupo de creadores que intentaba dejar atr¨¢s a los pintores m¨ªticos de la evangelizaci¨®n vasconcelista y la moralizaci¨®n cardenista para introducir un cambio poderoso y refrescante que, si bien reconoc¨ªa determinadas identidades mexicanas y sus ra¨ªces fundacionales, se exteriorizaba de una manera completamente distinta. Su formulaci¨®n geom¨¦trica, abstracta o surrealista era, en alguna medida, fiel al origen pero tambi¨¦n aventuraba lo que ser¨ªa la pl¨¢stica mexicana en las siguientes d¨¦cadas. El esp¨ªritu contradictor, el uso de nuevos y variados ingredientes, texturas y colores para crear formas desafiantes, figuras in¨¦ditas o ambientes cotidianos pero redescubiertos, o el expresionismo abstracto como significado, fueron algunas de las aportaciones fundamentales de esta riada de pintores, por nacimiento o por elecci¨®n, mexicanos.
¡°Gracias a ellos ¨Cescribi¨® Paz¡ª el arte mexicano de esta d¨¦cada posee car¨¢cter y diversidad, osad¨ªa y madurez. (¡) Aunque las disyuntivas est¨¦ticas han sido y son las mismas para todos, las obras de cada uno de los artistas expresan una visi¨®n individual del mundo y de la realidad. (Y) Por m¨¢s diversas y desemejantes que sean las obras con que estos pintores responden a la informulada pregunta que les hace la realidad mexicana, hay un elemento que los une y que, en cierto modo, es una contestaci¨®n que los engloba a todos: el arte no es una nacionalidad pero, asimismo, no es un desarraigo¡±.
Finalmente, cuatro d¨¦cadas despu¨¦s del primer env¨ªo, la Colecci¨®n Mexicana del MSSA puede ser apreciada, desde una perspectiva principalmente est¨¦tica, como una arm¨®nica suma de contradicciones pero tambi¨¦n de coherencia. Por un lado, el itinerario durante el que dicho acervo se fue reuniendo plasma con fidelidad los distintos matices y acentos creativos, intelectuales, hist¨®ricos y pol¨ªticos de las artes visuales en el M¨¦xico del siglo pasado. Y por otro, cada una de las obras testimonia, ciertamente, una pasi¨®n por el arte y un respeto al valor de la historia, pero supone sobre todo una lecci¨®n de solidaridad.
Otto Granados es embajador de M¨¦xico en Chile
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