N¨®madas y libres
La Quincena Musical conf¨ªa la inauguraci¨®n a una formaci¨®n de dimensiones modestas, la Orquesta de C¨¢mara Mahler
Jazz¨ªstica en julio, cl¨¢sica en agosto, cin¨¦fila en septiembre. Jazzaldia, Musika Hamabostaldia, Zinemaldia: en t¨¦rminos musicales, parece casi un tema y variaciones que se suceden al tiempo que, en verano, Donosti va mudando de piel. El arranque de la Quincena Musical, que prolonga su programaci¨®n hasta el 30 de agosto, ha sido este a?o m¨¢s cl¨¢sico que nunca: una sesi¨®n doble con obras de Haydn, Mozart y Beethoven, la primera escuela de Viena al completo, preludiados ¨Cantes la parodia, despu¨¦s los modelos¨C por la Primera Sinfon¨ªa de Prok¨®fiev, un remedo burl¨®n de buena parte de las convenciones formales dieciochescas.
En otro gesto que le honra, la Quincena no s¨®lo ha comenzado sin fanfarrias y sin concesiones de cara a la galer¨ªa, sino que ha confiado la inauguraci¨®n a una formaci¨®n de dimensiones modestas, la Orquesta de C¨¢mara Mahler, una agrupaci¨®n ¨²nica, sin sede propia, con instrumentistas procedentes de numerosos pa¨ªses, en gira permanente, infinitamente maleable y extensible a partir de un n¨²cleo inmutable, sin director titular, con la que todos quieren tocar, a la que todos quieren dirigir, e imbuida del esp¨ªritu de su fundador, Claudio Abbado. Al frente, otro director cuyos comienzos se desarrollaron tambi¨¦n muy cerca del italiano, Manfred Honeck, quiz¨¢ no muy conocido para el gran p¨²blico, pero con una carrera muy s¨®lida, sin alharacas y de una f¨¦rrea coherencia. Recordar que sus ocho hermanos y sus seis hijos son todos m¨²sicos da una idea simb¨®lica del poder¨ªo musical de su apellido: su hermano Rainer es concertino de la Filarm¨®nica de Viena, de la que ¨¦l tambi¨¦n form¨® parte como violista antes de dedicarse a la direcci¨®n, y su hijo Matthias es violinista de la Sinf¨®nica de Viena. Como buenos austr¨ªacos, llevan todos la m¨²sica en sus venas.
Dirigir a la Orquesta de C¨¢mara Mahler parece sencillo, porque tiene el aspecto de ser una maquinaria tan perfecta, tan bien engrasada, en la que todos est¨¢n tan acostumbrados a interactuar y escucharse unos a otros, que una batuta podr¨ªa percibirse casi como una intrusi¨®n. Visto de espaldas, e incluso de perfil, Honeck recuerda mucho a uno de sus ¨ªdolos, Carlos Kleiber, del que, consciente o inconscientemente, ha heredado algunos de sus gestos: las s¨²bitas inclinaciones de cabeza o la manera de dibujar las curvas con la mano izquierda. Pero Honeck no posee su personalidad arrolladora: de hecho, aunque ha dirigido muy bien las cinco obras que ha tra¨ªdo a Donosti, sus versiones no han llevado ninguna impronta especialmente destacable, a excepci¨®n quiz¨¢ de la Misa K. 427 de Mozart, que el austr¨ªaco, cat¨®lico fervoroso, ha dirigido con una unci¨®n e intensidad especial. El problema de la versi¨®n fue que los cantantes de la excelente Coral Andra Mari duplicaban en n¨²mero a los instrumentistas de la orquesta, que se vio obligada en no pocos pasajes a forzar las din¨¢micas y, por consiguiente, a embarullar las texturas, hasta entonces puro cristal. El peque?o ¨®rgano positivo situado detr¨¢s de los primeros violines, absolutamente inaudible, parec¨ªa una presencia testimonial. A pesar de su breve y secundario cometido, de los solistas vocales destac¨® con mucho el tenor Werner G¨¹ra. Las sopranos Christina Landshammer y Simona Saturova no sonaron siempre bien avenidas y en esta obra exigent¨ªsima para ellas deben semejar ser con frecuencia casi almas gemelas.
QUINCENA MUSICAL DE SAN SEBASTIAN
Obras de Haydn, Mozart, Beethoven y Prok¨®fiev.
Till Fellner (piano).
Orquesta de C¨¢mara Mahler.
Coral Andra Mari.
Dir.: Manfred Honeck.
Kursaal, 1 y 2 de agosto.
Mucho mejor fueron las cosas el d¨ªa anterior con Till Fellner, austr¨ªaco como Honeck, con una forma de entender el estilo cl¨¢sico muy similar y sencillo y modesto como ¨¦l. Su manera de tocar recuerda mucho a la de su maestro, Alfred Brendel: contenida, sobria, equilibrada, levemente intelectual. Pero no hizo gala, en cambio, de esas dosis de humor que Brendel ¨Caut¨¦ntico fil¨®sofo en esta materia¨C sab¨ªa introducir en momentos como el rond¨® final del Concierto para piano n? 1 de Beethoven, la obra que Fellner desgran¨® con una exquisita naturalidad y equilibrio, y que a la orquesta debi¨® de resultar extra?o tocar sin Leif Ove Andsnes, con quien acaban de cerrar en Londres cuatro a?os ininterrumpidos de interpretar juntos los cinco Conciertos para piano de Beethoven por todo el mundo. Just¨ªsimamente aplaudido, Fellner toc¨® fuera de programa ¨Cde nuevo de forma admirable¨C la decimocuarta de las Davidsb¨¹ndlert?nze de Schumann.
La Sinfon¨ªa n? 93 de Haydn y la Sinfon¨ªa n? 41 de Mozart reforzaron las impecables credenciales cl¨¢sicas de la orquesta. Algunos gui?os historicistas (las flautas de madera ¨Ctocadas por J¨²lia G¨¢llego y Paco Varoch¨C, las trompetas y los timbales de ¨¦poca) contribuyen a conformar su sonido di¨¢fano y un punto acre, lo que la sit¨²a a caballo entre las orquestas modernas y las de instrumentos de ¨¦poca (el reciente fichaje como concertino de Matthew Truscott, que lo es tambi¨¦n de la Orchestra of the Age of the Enlightenment, o la presencia en estos conciertos de la violinista espa?ola Lina Tur Bonet, apuntan en esta misma direcci¨®n). Todo fue irreprochable estil¨ªsticamente hablando, pero Haydn exige casi mayores dosis de humor (al igual que Prok¨®fiev), mientras que en Mozart hubiera sido deseable respetar la repetici¨®n, prescrita en la partitura, de la segunda secci¨®n del ¨²ltimo movimiento, ese prodigio contrapunt¨ªstico en el que Mozart compendia todo lo que aprendi¨® de Bach, que fue mucho, al tiempo que lo pasa por el tamiz cl¨¢sico. Con la repetici¨®n cobra a¨²n mayor fuerza el momento culminante en que, como una suerte de ¡°y m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa¡±, Mozart hace sonar simult¨¢neamente todos los motivos de este Molto Allegro, algo que la fulgurante versi¨®n de Honeck, extremadamente clara, supo resaltar con nitidez.
Iniciar la Quincena su andadura con dos programas puramente cl¨¢sicos (breve chanza inicial de Prok¨®fiev incluida) no especialmente populares era una decisi¨®n que llevaba aparejada un riesgo indudable. La apuesta ha salido mejor que bien (el Kursaal ha estado lleno las dos tardes) y hay que agradecer a la direcci¨®n del festival haber abierto el fuego de la edici¨®n de este a?o ¨C76 ya, la m¨¢s veterana de las tres variaciones culturales veraniegas donostiarras¨C dejando acampar a orillas del Urumea a estos m¨²sicos sensacionales, deseados por todos pero siempre de paso, que se autocalifican por ello, y predican con el ejemplo, de n¨®madas y libres.
Babelia
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