Y Hiroshima hizo explotar el periodismo humano
Al cumplirse 70 a?os del estallido de la bomba at¨®mica en Jap¨®n, Debate reedita ¡®Hiroshima¡¯, de John Hersey, traducido al espa?ol por el colombiano Juan Gabriel V¨¢zquez.
Adem¨¢s de casas y edificios, en Hiroshima hab¨ªa gente. Es obvio, pero aquel agosto de 1945, a excepci¨®n de los japoneses, casi nadie pareci¨® darse cuenta. La mayor parte de lo que se dijo y se escribi¨® inmediatamente despu¨¦s del estallido de la bomba at¨®mica giraba en torno a la pol¨ªtica, las estrategias militares y, desde luego, al inminente fin de la Segunda Guerra Mundial. Por eso, cuando al a?o siguiente apareci¨® un reportaje sobre ¡°el factor humano¡± de la tragedia, con m¨¢s im¨¢genes textuales que datos, la comunidad internacional dio un giro en su visi¨®n sobre lo ocurrido. El texto se llama Hirosima, lo escribi¨® John Hersey y, cuando se cumplen 70 a?os de uno de los principales acontecimientos del siglo XX, lo ha reeditado Debate, traducido al espa?ol por el escritor colombiano Juan Gabriel V¨¢zquez.
El periodista pas¨® el mes de mayo de 1946 haciendo su investigaci¨®n en la ciudad, recolectando historias humanas y no tanto sobe los da?os a las infraestructuras urbanas, y se fue a Nueva York con mucho material y dispuesto a encerrarse para escribir
John Hersey era hijo de una pareja estadounidense de misioneros protestantes que se encontraban en china cuando el futuro periodista naci¨® en 1914. La familia regres¨® a Estados Unidos cuando Hersey era un ni?o de diez a?os. Creci¨® siendo un aficionado al f¨²tbol americano y, en 1937, el escritor Sinclair Lewis, el primer estadounidense que gan¨® el Premio Nobel de Literatura (1930), lo contrat¨® como asistente. Permaneci¨® poco tiempo a su lado porque, un d¨ªa, escribi¨® una carta al director de Time especific¨¢ndole las deficiencias de la revista y, lejos de ningunear al aprendiz de escritor, decidieron integrarlo a la redacci¨®n. En los comienzos de la Segunda Guerra Mundial realiz¨® sendas cr¨®nicas sobre las acciones de las tropas de Estados Unidos en Europa y, basado en esa experiencia, comenz¨® a escribir novelas. Luego lo nombraron corresponsal en Asia y se fue a vivir a Shangai (China), desde donde hac¨ªa tambi¨¦n algunas colaboraciones para The New Yorker.
En la primavera de 1946, cuando estaba por cumplirse el primer aniversario del estallido nuclear, William Shaw y Harold Ross, los editores de la m¨ªtica publicaci¨®n neoyorkina, se pusieron en contacto con ¨¦l para pedirle que fuera a Hiroshima con el fin de averiguar las repercusiones de la bomba at¨®mica en la vida de la gente, algo en lo que, hasta entonces, nadie parec¨ªa haberse fijado. Al llegar a la ciudad japonesa ley¨® el testimonio de un sacerdote jesuita que hab¨ªa sobrevivido a la hecatombe. Lo busc¨® y ¨¦ste le present¨® a otros sobrevivientes. El periodista pas¨® el mes de mayo de aquel a?o haciendo su investigaci¨®n en la ciudad, recolectando historias humanas y no tanto sobe los da?os a las infraestructuras urbanas, y se fue a Nueva York con mucho material y dispuesto a encerrarse para escribir.
Hersey entreg¨® 150 p¨¢ginas a sus editores en las que, a trav¨¦s de seis sobrevivientes (un sacerdote, una costurera, dos m¨¦dicos, un ministro y una empleada de una f¨¢brica), mostraba la dimensi¨®n humana de lo ocurrido. Con precisi¨®n y detalles, pero alejado del sentimentalismo, Hiroshima cuenta c¨®mo vivieron el momento en que el Enola Gay arroj¨® la bomba y c¨®mo sobrevivieron los primeros instantes y los primeros d¨ªas posteriores. Era, sobre todo, un trabajo period¨ªstico y no un panfleto de activista. ¡°Se trata de un libro distante y fr¨ªo, y traducirlo al espa?ol, que es por naturaleza y por m¨²sica solemne y c¨¢lido, equivale a falsear algo en el texto. Tan importantes son la distancia y la frialdad en Hiroshima, que Gore Vidal sol¨ªa lapidar a Hersey con el argumento de que sus art¨ªculos ense?aban s¨®lo el c¨®mo de las cosas, nunca el por qu¨¦; al dogm¨¢tico Vidal le habr¨ªa gustado que Hersey se acercara al debate sobre si era o no necesario usar semejante arma, siendo que Jap¨®n ya estaba mostrando intenciones de rendirse¡±, dice Juan Gabriel V¨¢zquez en el pr¨®logo de la obra en espa?ol.
Despu¨¦s de la exhaustiva revisi¨®n de los editores Shaw y Ross, Hersey hizo algunas correcciones y volvi¨® a entregar su extenso texto. El dilema era ahora si deb¨ªa cortarse o publicarse en varias partes. Al final, se tom¨® una decisi¨®n excepcional: publicarlo completo. As¨ª que en la edici¨®n de The New Yorker del 31 de agosto de 1946, cuya portada era un jard¨ªn veraniego, un solo texto ocup¨® casi todas las p¨¢ginas de la revista (s¨®lo se respet¨® el sitio destinado a la cartelera teatral). Y todo mundo empez¨® a comentar su contenido. Y cambi¨® el punto de vista sobre lo ocurrido. Y se tradujo a varios idiomas y luego se public¨® en forma de libro, el cual se convirti¨® en paradigma del buen periodismo.
Casi 40 a?os despu¨¦s del estallido de la bomba at¨®mica, John Hersey volvi¨® a Hiroshima para ver, ahora, las consecuencias (f¨ªsicas y psicol¨®gicas) a largo plazo en la gente. Pero esta vez, el texto dejaba claro que, pese a los tremendos da?os causados en los japoneses, narrados en su reportaje, la carrera armament¨ªstica nuclear no hab¨ªa dejado de desarrollarse.
Babelia
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