Japoneses en Criptana
Hasta doce molinos hay sobre la atalaya a la que se encarama el pueblo
¡°Los molinitos de Criptana andan y andan¡±¡ As¨ª comienza Azor¨ªn la descripci¨®n de las construcciones m¨¢s conocidas de La Mancha gracias a la popularidad adquirida por la descripci¨®n que de ellas hace Cervantes en El Quijote y que, habi¨¦ndolas en m¨¢s pueblos, todo el mundo las identifica con las de Campo de Criptana por ser donde se conservan en mayor n¨²mero. Hasta doce molinos hay sobre la atalaya a la que se encarama el pueblo, nueve en perfecto estado y tres en ruinas, de los treinta y cuatro que hab¨ªa en 1752 seg¨²n censo del Marqu¨¦s de la Ensenada que concuerda con ¡°los treinta o cuarenta molinos de viento¡± que vio don Quijote y contra los que libr¨® su batalla m¨¢s c¨¦lebre.
¡°Desde la ventanilla del tren ¡ªprosigue Azor¨ªn¡ª yo miraba la ciudad blanca, enorme, asentada en una ladera, iluminada por los resplandores rojos, sangrientos del crep¨²sculo. Los molinos, en lo alto de la colina, mov¨ªan lentamente sus aspas¡¡±, y yo lo hago desde la de mi coche mientras atravieso ¡°la llanura bermeja, mon¨®tona, rasa¡± que se prolonga desde Tomelloso. Han cambiado los cultivos (al cereal y la vid que ver¨ªa Azor¨ªn ahora se unen otros productos, como el ma¨ªz), pero, en esencia, el paisaje sigue siendo el de hace mil a?os: la misma extensa llanura que se prolonga durante kil¨®metros sin ning¨²n accidente geogr¨¢fico que la interrumpa hasta la sierra de Herencia, hacia el noroeste, y los montes de Ruidera, al sur. En medio, solo la colina de los molinos de Criptana rompe su monoton¨ªa.
Pero es suficiente para detenerse en ella. Es m¨¢s, es uno de los lugares m¨¢s visitados de toda La Mancha, como compruebo al entrar en el pueblo y, sobre todo, al subir a su atalaya, donde est¨¢n los famosos molinos. Hay docenas de personas visit¨¢ndolos o paseando por sus alrededores. Tambi¨¦n mirando el paisaje desde lo alto, desde donde se tiene una visi¨®n completa del caser¨ªo del pueblo y de la llanura que yo acabo de cruzar en coche.
En el primero de los molinos, de nombre Poyatos, est¨¢ la Oficina de Turismo y en ¨¦l se compra la entrada para visitar el de enfrente, llamado Infante, que se conserva con toda su maquinaria e incluso muele para los turistas un domingo al mes, y para otro apodado Culebro, convertido en museo de Sara Montiel, la actriz nacida en Criptana y que siempre presumi¨® de su origen manchego pese a que de muy ni?a emigr¨® a Alicante con su familia. Concha, la gu¨ªa que ense?a los molinos, o la que al menos me ha correspondido a m¨ª, lo explica todo con gran detalle, pero del de la actriz se muestra menos entusiasta:
¡ªLo que tiene m¨¢s inter¨¦s ¡ªme confiesa al notar mi recelo¡ª es el piano de El ¨²ltimo cupl¨¦.
¡ª?Puedo tocarlo?¡ª le pregunto, amagando con levantar la tapa.
¡ªEst¨¢ cerrada¡ª me dice, con una sonrisa.
Fuera de sus molinos, Criptana no ofrece muchos atractivos salvo la disposici¨®n del pueblo, que se escalona por la ladera de la colina formando barrios y rinconadas de gran belleza, como el llamado del Albaic¨ªn, como el granadino, seguramente porque lo construyeron moriscos que se instalaron aqu¨ª huyendo de aquellas tierras y, junto a la plaza principal del pueblo, cerca de la nueva iglesia construida al terminar la Guerra Civil para sustituir a la nueva, que fue quemada por los rojos (es la palabra que usa el hombre que me lo cuenta), el edificio del P¨®sito Real, contempor¨¢neo de don Quijote y que en la actualidad alberga una muestra arqueol¨®gica de la zona y un par de salas de exposiciones, una de ellas dedicada con car¨¢cter permanente a las obras ganadoras del concurso anual de pintura que convoca el Ayuntamiento de Criptana, y otra que acoge estos d¨ªas la obra de un pintor local, Andr¨¦s Escribano S¨¢nchez-Mellado, quien durante a?os ha dibujado a los japoneses que continuamente llegan al pueblo a ver los molinos y que han pasado as¨ª, sin saberlo, de observadores a protagonistas. ¡°Siempre tuve admiraci¨®n por ellos. Desde ni?o observaba c¨®mo llegaban desde la estaci¨®n, con las zapatillas llenas de polvo, en busca de su particular aventura. Los vecinos se preguntaban por qu¨¦ ese inter¨¦s hacia los molinos, y otros respond¨ªan: vienen buscando a Don Quijote¡±, ha escrito en una cartela que reproduce el folleto de la exposici¨®n
Si lo encuentran o no, habr¨ªa que pregunt¨¢rselo a ellos, no s¨®lo a los japoneses, sino a todos los turistas que continuamente llegan a Criptana y que, como Azor¨ªn y yo, suben a los molinos y luego se van tras contemplar el atardecer desde su atalaya, que es uno de los espect¨¢culos m¨¢s hermosos a los que uno puede asistir en el mundo entero.
¡ª ?Y usted qu¨¦ piensa?¡ª le pregunto a un vecino que pasea a su perrita entre los molinos que inmortaliz¨® Cervantes.
¡ªNada. Yo no pienso nada¡ª me responde ¨¦l.
El pueblo de gigantes
¡°En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos que hab¨ªa al final del campo¡¡±, le¨ªa Azor¨ªn a la luz de una vela y contin¨²o yo sentado al pie de uno de ellos mientras la noche cae sobre la llanura, que se ha llenado de luces: ¡°¡y as¨ª como don Quijote los vio, dijo a su escudero: ¡ªLa ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acert¨¢ramos a desear; porque ves all¨ª, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos m¨¢s, desaforados gigantes (¡)¡ª ?Qu¨¦ gigantes?¡ª dijo Sancho Panza¡ª. Aquellos que all¨ª ves ¡ªrespondi¨® su amo¡ª de los brazos largos¡¡±.
400 a?os despu¨¦s, lo que fuera una quijotada m¨¢s, la m¨¢s famosa, eso s¨ª, de la novela que escribi¨® Cervantes, se ha convertido para los habitantes de Criptana en un motivo de presunci¨®n, como se ve en los carteles que saludan al forastero que llega al pueblo: Criptana. Tierra de Gigantes.
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