¡®Memoria¡¯ (4): ¡®Paseando abejas¡¯
Javier Olivares, guionista de series como 'Isabel' contin¨²a su relato. Hoy, el protagonista echa la vista atr¨¢s a algunos hechos del siglo XX
Mi infancia son recuerdos de un patio de Cuenca, la casa de mis abuelos, donde pas¨¦ tantos a?os. Cuando lleg¨¢bamos en tren, siempre nos esperaba mi abuelo. A 20 metros de distancia, siempre estaba su gato, Rayo. Era grande, gordo y negro como la noche. Nunca entend¨ª por qu¨¦ le pusieron ese nombre.
En verano me llevaban a la era, a trillar. Luego, con los chavales del barrio, jugaba al f¨²tbol, al bote, al pa?uelo o al rescate. Mis amigos me ense?aron que en verano, si hab¨ªa tormenta mejor mojarse que protegerse debajo de un ¨¢rbol. Tambi¨¦n me ense?aron a pasear abejas. Primero las cazaban con una caja de cerillas vac¨ªa. Luego, hac¨ªan un nudo con un hilo, abr¨ªan un poco la cajita y, cuando las abejas asomaban -no s¨¦ d¨®nde-, las enlazaban y las dejaban salir. Era como poner la correa a un perro. Las abejas volaban un metro por encima de nuestras cabezas atadas al hilo que nosotros agarr¨¢bamos con la mano. Seis ni?os paseando cada uno su abeja. Si Garc¨ªa Lorca lo hubiera visto, habr¨ªa escrito un poema.
Mis abuelos hablaban lo justo, pero nunca tanto silencio dio m¨¢s cari?o. No solo yo les quer¨ªa. Todos los vecinos les trataban con especial admiraci¨®n. Una cosa me llam¨® la atenci¨®n: el pasado no exist¨ªa en aquella casa con corral, patio y membrillos. Nadie hablaba all¨ª de ¨¦l.
Ten¨ªan una vieja televisi¨®n en casa. Solo se encend¨ªa cuando echaban el telediario. Un d¨ªa dieron la noticia de que el hombre hab¨ªa llegado a la Luna.
¨CMentira, dijo mi abuelo delante del televisor.
Mi abuelo baj¨® a su madre muerta en burro desde la monta?a cuando era un ni?o. Hizo el servicio militar en ?frica. Despu¨¦s vino la Guerra Civil. Mont¨® en barco. En cami¨®n. Vio aviones bombardeando sobre su cabeza. Demasiado para una sola vida. No se le pod¨ªa pedir que su cabeza admitiera una novedad m¨¢s en forma de cohete.
En aquella Semana Santa del 77, un presidente, que decidi¨® que lo que era normal en la calle lo deb¨ªa ser en la pol¨ªtica, legaliz¨® el PCE. O¨ªmos la noticia en la radio. Ante mi sorpresa, mis abuelos se miraron y sonrieron. Luego me llevaron a la alacena y de un tarro de cer¨¢mica sacaron dos carn¨¦s del PCE al corriente de pago. Esos dos ancianos apacibles y queridos eran unos clandestinos.
Fui el primero en saber de un secreto que debi¨® seguir si¨¦ndolo. Cuando un vecino lo supo, convenci¨® a mi abuelo de que era un truco para que los comunistas escondidos salieran a la luz y detenerlos. Mi abuelo hab¨ªa pasado tantos a?os en la c¨¢rcel en la posguerra que solo con o¨ªr la palabra algo se le fractur¨® dentro. Rompi¨® los carn¨¦s. D¨¦cadas de ilusi¨®n destrozadas por una tijera. No s¨¦ por qu¨¦ he tardado tanto tiempo en descubrir que no hay peor ladr¨®n que quien te roba la memoria. Porque la memoria no es solo una sucesi¨®n de hechos personales o hist¨®ricos. Es la suma de nuestras emociones. Y si nos las quitan, dejamos de ser personas y pasamos a ser solo un n¨²mero de alguna estad¨ªstica. Nos convertimos en seres desterrados de nosotros mismos.
Volv¨ª a mirar la orla. A mis compa?eros y a m¨ª mismo con apenas 16 a?os en 1976. Y me pregunto si mi generaci¨®n no vive toda en el destierro. Sin salir de su hogar, pero alejada de sus ilusiones y sus sue?os. Somos como un tango: la historia de lo que pudo ser y no fue.
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