Alicia maravillada
Los 150 a?os de 'Alicia en el pa¨ªs de las maravillas' reafirman su condici¨®n de voraz agujero negro rebosante de significados
Los 150 a?os de Alice¡¯s Adventures in Wonderland, de Lewis Carroll (conocida entre nosotros como Alicia en el pa¨ªs de las maravillas, donde el territorio asciende o desciende a naci¨®n), no hacen otra cosa que potenciar su condici¨®n de voraz agujero negro. Su luz no es la de una lejana estrella muerta, sino la de un Big Bang que no cesa. En las on¨ªricas y pesadillescas idas y vueltas de Alicia al mundo subterr¨¢neo ¡ªy, seis a?os despu¨¦s, en su secuela espejada¡ª se pone en evidencia una y otra vez que all¨ª dentro todo entra; que no hay interpretaci¨®n que no le quepa; y que su encanto y delirio son perfectamente asimilables por toda moda desde entonces y para siempre.
La ni?a inmensa o empeque?ecida en perpetua batalla contra una monarca loca fue creada por el ingl¨¦s y escritor y matem¨¢tico y fot¨®grafo y di¨¢cono anglicano Charles Lutwidge Dodgson (alias Lewis Carroll) durante una excursi¨®n en bote entre Folly Bridge y Godstow, la "tarde dorada" del 4 de julio de 1862 (aunque los registros meteorol¨®gicos de la fecha reportan que era un d¨ªa fr¨ªo y lluvioso). Carroll la invoc¨® para divertir a la muy fotog¨¦nica Alice Pleasance Liddell y hermanas. Se las cont¨® en voz alta y clara; pero a la ma?ana siguiente ya estaba escribi¨¦ndola. Y la tuvo lista en 1864 para, en una hoy desaparecida versi¨®n m¨¢s breve y de su pu?o y letra, obsequi¨¢rsela a la ni?a de sus ojos antes de Navidad. Al poco tiempo, por motivos nunca aclarados ¡ª?un beso robado?, ?una desconcertante petici¨®n de matrimonio?¡ª, los Liddell rompen toda relaci¨®n con Carroll y destruyeron la correspondencia del visitante con su hija. A finales de 1865 ¡ªtres a?os despu¨¦s de esa primera l¨ªnea en la que se nos informa que Alice estaba muy cansada y sin nada que hacer, y que le irritaba el libro que le¨ªa su hermana mayor porque no "ten¨ªa conversaciones ni ilustraciones"¡ª ya todos sab¨ªan qui¨¦n era la viajera so?adora de ese libro tan conversado e ilustrado.
Para finales del siglo XIX, cuando Carroll muere c¨¦lebre y adinerado, Alicia¡ ya era un cl¨¢sico indiscutido aunque inclasificable
La primera impresi¨®n fue algo tibia y bastante desconcertada (sin embargo, fueron un¨¢nimemente celebrados los grabados de John Tenniel). Pero para finales del siglo XIX, cuando Carroll muere c¨¦lebre y adinerado, Alicia¡ ya era un cl¨¢sico indiscutido aunque inclasificable y G. K. Chesterton celebraba su llamado a la anarqu¨ªa en un paisaje reprimido y estrecho de miras y de miradas. "Me alegra que mis libros produzcan placer, pero no son una lectura muy saludable", diagnostic¨® en una carta el propio Carroll, acaso ya inquietado por todo el merchandising generado por su criatura, incluyendo toallas, modelos para armar, cuadros y postales, canciones de cuna.
Como todos los greatest hits de su g¨¦nero, Alicia¡ es un libro falsamente infantil ("No son libros infantiles, son libros que nos convierten en infantes", precis¨® Virginia Woolf en su introducci¨®n a la obra completa de Carroll). Un agujero sin fondo rebosante de significados y claves que van desde el juego de palabras, pasando por el problema ajedrec¨ªstico-matem¨¢tico, hasta la s¨¢tira pol¨ªtica m¨¢s irreverente. Alicia¡, tambi¨¦n, est¨¢ inevitablemente adelantada a sus tiempos y anticipa la interpretaci¨®n freudiana, la visi¨®n surrealista y la alucinaci¨®n psicod¨¦lica que llevar¨ªa a Carroll a ser uno entre tantos en la portada de Sgt. Pepper¡¯s Lonely Hearts Club Band, de The Beatles (aparece junto a Marlene Dietrich y T. E. Lawrence), y a los Fab Four a alicificarse sin pudor ni disimulo en su visita a la Pepperland de Yellow Submarine.
Alicia¡ es, adem¨¢s, uno de los grandes fetiches de la era victoriana que insiste en un tema clave de la ¨¦poca: el descubrimiento de la infancia como territorio (reci¨¦n por entonces los ni?os comienzan a ser ni?os tal como lo son hoy, abren sus puertas los grandes imperios jugueteros, la clase media impone la unidad familiar moderna alentada por una reina revolucionaria y planificadora social) y la obsesi¨®n por la eterna juventud y la exploraci¨®n aventurera e imperial del mundo (es sabido que el capit¨¢n Scott se llev¨® ambas Alicias¡ al c¨ªrculo polar ¨¢rtico). As¨ª, Alicia junto a Dr¨¢cula, Dorian Grey, Ayesha, Peter Pan: figuras tot¨¦micas que de alg¨²n modo ya anuncian a todos esos traviesos dandy-rockers qu¨ªmicamente insomnes y son¨¢mbulos que no hallan satisfacci¨®n alguna y que esperan morir antes de llegar a viejos. Seres casi m¨ªticos que no s¨®lo se resisten a la supuesta hermosura de la arruga, sino que se rebelan contra la idea de dejar de jugar por verse obligados a irse a la cama.
Douglas-Fairhurst relata un momento terrible y, s¨ª, formidable: el encuentro entre Wonderland y Neverland. El d¨ªa en que Alice Liddell junto al inspirador de Peter Pan? inauguran una librer¨ªa en Oxford Street
Desde entonces a Alicia la honran ¡ªy la suceden y no la superan y la mantienen por siempre joven y locuaz¡ª pel¨ªculas mudas y parlantes, dibujos animados, mangas y c¨®mics (uno de los enemigos de Batman es el Sombrerero Loco), canciones y ¨¢lbumes (t¨ªtulos de Jefferson Airplane, Tom Waits, Marilyn Manson, Bill Evans, Bob Dylan, Chick Corea, videoclips de Aerosmith y Tom Petty y muchos otros se nutrieron de ella), parodias y secuelas (a destacar la de Hugh Munro, Saki), gastronom¨ªa experimental, musicales y ballets, fantas¨ªas steam-punk, videojuegos y juegos de rol, reescrituras nazis, apropiaciones de Salvador Dal¨ª y pinturas de Balthus, estatua en el Central Park y parques tem¨¢ticos, y gui?os de James Joyce, Andr¨¦ Breton, Jorge Luis Borges, Gilles Deleuze, Paul Auster, Agatha Christie, Jeff Noon y Vlad¨ªmir Nabokov, quien la tradujo al ruso como Anya antes de ¡ªcon modales muy carrollianos¡ª dar a luz a su propia n¨ªnfula Lolita.
Los fuegos artificiales por el siglo y medio de edad ya han disparado toda una bater¨ªa de homenajes (una exposici¨®n de manuscritos y fotograf¨ªas en la Morgan Library de New York) y reediciones varias. Entre las que se cuenta una bonita pero innecesaria encarnaci¨®n especialmente para la Vintage Classics por la ya hist¨®rica punki-modista Vivienne Westwood (quien aporta un pr¨®logo feminista-ecol¨®gico-anticapitalista combativo un tanto fuera de lugar pero acorde con los disparates a continuaci¨®n), as¨ª como una imprescindible nueva aproximaci¨®n al fen¨®meno de la ni?a fenomenal.
Primera adaptaci¨®n cinematogr¨¢fica de 'Alicia en el pa¨ªs de las Maravillas' de 1903.
En el reci¨¦n aparecido The Story of Alice: Lewis Carroll and the Secret History of Wonderland (Belknap Harvard), Robert Douglas-Fairhurst (quien ya hab¨ªa deslumbrado a la altura de otro reciente centenario, en 2012, con su Becoming Dickens: The Invention of a Novelist, donde repasaba los preliminares del hombre que ser¨ªa tit¨¢n y especialista en la creaci¨®n de otros ni?os en problemas) no deja naipe sin marcar, taza de t¨¦ sin servir, gran huevo sin romper, sopa de tortuga falsa sin sorber o gato sin sonre¨ªr.
En su exhaustivo pero nunca extenuante estudio, Douglas-Fairhurst tiene el m¨¦rito de reordenar todo el material conocido hasta la fecha (desde posibles antecedentes hasta certeros descendientes, nutri¨¦ndose de la ya can¨®nica biograf¨ªa de Morton Cohen, de las ediciones anotadas de Martin Gardner o del an¨¢lisis del fen¨®meno fandom a cargo de Will Brooker) y su m¨¦todo recuerda a esos personajes interrogadores que la ni?a rubia que se dice: "Cuando crezca escribir¨¦ un libro sobre m¨ª" encuentra sentados sobre una gigantesca seta o encaramados en la rama de un ¨¢rbol. En resumen: si hay que leer un solo libro sobre Carroll y Alice y Alicia¡, aqu¨ª est¨¢ y ojal¨¢ se traduzca pronto. Porque en ¨¦l Douglas-Fairhurst se dedica a fundir y a confundir y finalmente a destilar el producto del encuentro entre Carroll y Liddell. As¨ª, Alicia es un ser mixto, hecho de pedazos, frankenstiano. Una cruza de dos vidas verdaderas como territorio donde se alza un mundo imposible. Y uno de los atractivos de The Story of Alice es el an¨¢lisis del impacto que produjo en los lectores el enterarse de que hab¨ªa una Alicia "verdadera". Semejante impacto, seg¨²n Douglas-Fairhurst, result¨® en una suerte de crack metaficcional y una fascinaci¨®n con la exni?a que tuvo, para la involuntaria hero¨ªna, un efecto entre fascinante y desgastador. La ¨²ltima foto que le toma Carroll, cumplidos sus 18 a?os, fechada el 25 de junio de 1870, muestra a una Alice de mirada hastiada y rictus amargo. M¨¢s tarde, Alice fue cortejada y perseguida en vano por el escritor enloquecido John Ruskin (adorado por Proust, autor de la muy extra?a y vanguardista "biograf¨ªa autodestructiva" Praeterita) y por Leopold, hijo del pr¨ªncipe de Gales. Pero Alice ¡ªquien en 1880 se cas¨® con el muy decente y muy opaco y muy adinerado Reginald Hargreaves¡ª ya no era de nadie porque era de todos.
"No son libros infantiles, son libros que nos convierten en infantes", precis¨® Virginia Woolf en su introducci¨®n a la obra de Carroll
Los muchos retratos de una Alice en Nueva York, en 1932, de gira por el Nuevo Mundo por el centenario de Lewis Carroll y obligada ¡ªpor problemas econ¨®micos¡ª a repetir en conferencias, una y otra vez, su recuerdo alterado para la ocasi¨®n de su g¨¦nesis ficticio en aquella tarde embotada, la revelan con rostro como de son¨¢mbulo: una persona maravillada que ya ha sido abducida por su personaje maravilloso. Y que, a la hora de la necrol¨®gica, dos a?os despu¨¦s, ser¨ªa glosada con un Muere Alicia, la del pa¨ªs de las maravillas. Alguien cuya parte m¨¢s importante de su vida tuvo y ten¨ªa y tendr¨ªa lugar entre p¨¢ginas. Para entonces, los libros que ella ayud¨® a escribir ya son ¡ªjunto con la Biblia y Shakespeare¡ª los m¨¢s citados de la lengua inglesa.
Poco antes de eso, Douglas-Fairhurst relata un momento terrible y, s¨ª, formidable: el encuentro entre Wonderland y Neverland. El d¨ªa en que Alice Liddell junto al inspirador de Peter Pan y sus malhadados ¡ªel editor Peter Llewelyn Davies¡ª inauguran una librer¨ªa en la londinense Oxford Street. Cuenta Douglas-Fairhurst que uno y otra se miran c¨®mplices pero no se dicen gran cosa (aunque ese cruce de mitos haya generado toda una obra de teatro de John Logan estrenada en 2013). Una carta de Liddell a una amiga habla de "cansancio y nerviosismo" y poco m¨¢s. Llewelyn Davies se arroj¨® a las v¨ªas del metro en 1960 y, s¨ª, su obituario no se priv¨® de titular El ni?o que nunca creci¨® ha muerto.
Las sospechas de pedofilia que persiguieron a Carroll y a Barrie todas sus vidas y sus muertes ¡ªconcluye Fairhurst¡ª fueron infundadas. Puede que ambos se sintieran atra¨ªdos por ni?as y ni?os; pero sus intenciones fueron siempre sentimentales, no sexuales. Y, siempre, muy fantasiosas. Lo que les enamoraba no eran los ni?os per se, sino el idioma y los actos de los ni?os. Si de algo cabe acus¨¢rseles es de haber corrompido y utilizado a peque?os para moldearlos y modelarlos como gigantes que pueden reducir su tama?o y nunca jam¨¢s ser adultos.
G. K. Chesterton celebraba su llamado a la anarqu¨ªa en un paisaje reprimido y estrecho de miras y de miradas
La reciente Alice de Tim Burton ¡ªde la que ya viene una secuela¡ª consigue una ¨²ltima y perturbadora redenci¨®n: all¨ª, impresionado por su af¨¢n aventurero, lord Ascot toma a un agrandada Alicia como aprendiz de a bordo en el trazado de las rutas oce¨¢nicas hacia la ex¨®tica y maravillosa China. All¨ª, Alice transformada en loba feroz y entrepeneur colonialista y explotadora m¨¢s que lista para librar las llamadas guerras del opio. Y all¨ª, seguro, recordando a esa enorme oruga fumadora que la aconseja mediante las m¨¢s dif¨ªciles de las preguntas (hay m¨¢s de 150 interrogantes a lo largo de todo el libro) sin respuesta. Una de ellas es, por supuesto, "?Qui¨¦n eres?". A la que Alicia responde con un "?Qui¨¦n soy? No puedo explicar qui¨¦n soy, porque yo no soy quien soy".
Y, leyendo a Alice, nosotros tampoco.
Para formular respuestas as¨ª es que se ha inventado esa gran pregunta que es la gran literatura de todos los tiempos y para todas las edades en tardes doradas.
Esa literatura que, desde ni?os, nos ordena C¨®meme y B¨¦beme.
Y nosotros ¡ªlectores muy bien educados¡ª obedecemos; pero sabiendo que all¨ª abajo o al otro lado del espejo siempre podremos ser como queramos y hacer siempre lo que quisimos.
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