Fabulosa m¨²sica color sepia
Cab Calloway ocup¨® un lugar central durante gran parte del siglo XX, en la galaxia de la m¨²sica afroamericana
Est¨¢n las supernovas musicales: figuras que brillan incluso despu¨¦s de su muerte. Pero tambi¨¦n abundan las estrellas fugaces, astros que se desvanecen r¨¢pidamente. A riesgo de parecer que estoy barriendo para casa, en muchos casos la suerte con la posteridad reside en el grado de apreciaci¨®n cr¨ªtica.
Es una posible explicaci¨®n para el arrinconamiento de Cab Calloway, que ocup¨® un lugar central, durante gran parte del siglo XX, en la galaxia de la m¨²sica afroamericana, aunque entonces se denominaba sepia music (eufemismo para evitar hablar de negritud, igual que ocurre ahora con el g¨¦nero urban).
Cab no goz¨® del respeto de los cr¨ªticos, al menos hasta su reivindicaci¨®n por Gunther Schuller con The Swing Era (1989). Cierto que, en t¨¦rminos ic¨®nicos, ser¨ªa recuperado por Outkast y Tupac Shakur.
Puede que todo comenzara con una sospechosa campa?a en su contra del londinense Melody Maker, en su primera visita a Europa (1934): si divert¨ªa a la masa, no pod¨ªa ser aut¨¦ntico. Tal vez, simplemente fue demasiado conocido durante demasiado tiempo: su carrera abarca desde el Cotton Club en su esplendor a la resurrecci¨®n del soul pilotada por los Blues Brothers (Cab aparece en su primer largometraje, en 1980).
Puede que para el gran p¨²blico fuera, ay, un meteoro de un solo ¨¦xito. Dicen que su Minnie the Moocher (1930) fue el primer disco negro que super¨® el mill¨®n de ventas. Y Cab no dej¨® de grabarlo, con numerosas variaciones, en los sesenta a?os siguientes. En todas las versiones destacaban sus acrobacias vocales, las vigorosas respuestas de sus m¨²sicos y, s¨ª, las referencias a las drogas, desde el opio a la marihuana.
Paradojas: en la vida profesional, Calloway prohib¨ªa que sus m¨²sicos se ¡°colocaran¡±, Aunque tuvo muchos porreros en la banda y al menos un yonqui notorio (Ike Quebec). Con todo, se mantuvo la convivencia alejando sus camerinos del que ocupaba el l¨ªder. Precavido, Cab elimin¨® toda la jerga drogota de su famoso Hepster's Dictionary.
Pero la evidencia est¨¢ en sus v¨ªdeos de YouTube. En el correspondiente a Kicking the gong around (1932), aparenta que se hace unas rayas de coca¨ªna y escenifica los efectos de una esnifada. La escena procede de una comedia de Bing Crosby, una pel¨ªcula anterior al c¨®digo de censura Hays, cuando tales detalles pasaban desapercibidos.
Hab¨ªa, adem¨¢s, manga ancha a la hora de reflejar los ¡°vicios¡± de los negros. Cab hasta se prest¨® a ser v¨ªctima de la ¡°justicia popular¡±: en uno de los cortos de los hermanos Fleischer encarna a un l¨²brico anciano que persigue a la hero¨ªna Betty Boop y que termina linchado.
Hay que gritarlo: esos fragmentos en blanco y negro son deslumbrantes. Y contienen revelaciones: 50 a?os antes de que Michael Jackson demostrara su moonwalk, Cab exhib¨ªa similares pasos de baile. Los zoot suits, ahora ¡°trajes de pachuco¡±, imitaban las exageradas vestimentas de Calloway. El mismo nombre de los zazous, aquellos ¡°rebeldes del jazz¡± que tanto irritaban a los milicianos del mariscal P¨¦tain en la Francia vencida, derivaba de los delirios de Cab en scat, espec¨ªficamente de ¡°Zaz zuh zaz¡±.
Con todo, Calloway ha sido maltratado en los anales del jazz. Su biograf¨ªa no encaja en las narraciones habituales: como Duke Ellington, pertenec¨ªa a la clase media negra, orgullosa de su educaci¨®n. Tampoco se sinti¨® asfixiado por los g¨¢nsteres que controlaban la far¨¢ndula de Chicago o Harlem; m¨¢s bien, supo usar esos contactos para esquivar contratos onerosos y barreras sindicales.
Result¨® un patr¨®n amable para Ben Webster, Doc Cheatham, Milt Hinton o Dizzy Gillespie. Bueno, Dizzy fue despedido tras clavar una navaja en la pierna del jefe. Pero, qu¨¦ quieren, el joven Gillespie era un tanto montaraz.
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