Que se quede
Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n se ha decantado en sus libros por un realismo galdosiano
Pasaba antes y me dicen que sigue ocurriendo. Todos sus amigos saben que si es de noche y Pis¨®n anuncia que se va, no hay nada qu¨¦ hacer, se va seguro en el siguiente segundo. Es implacable, tremendamente inflexible. Parece que tenga los minuteros parados a las tres en punto de la noche, porque esa es la hora en la que suele decir que se va y, en efecto, se va. Por eso siempre que le vemos, aunque haga s¨®lo un segundo que haya llegado, ya estamos pidi¨¦ndole que se quede.
Habr¨ªa sido un narrador aunque hubiera nacido en cualquier otro rinc¨®n. Porque es un narrador nato, lo que significa que lo habr¨ªa sido aqu¨ª y en la Conchinchina, lugar que tambi¨¦n ha visitado. ?Y qu¨¦ es exactamente un narrador nato? Alguien que tiene muy buena memoria y conf¨ªa en que los dem¨¢s no la tengan. Pis¨®n trabaja con ella. Es buen lector de Baroja y Mars¨¦, entre tantos otros. Y en los ¨²ltimos libros, en sus piezas mayores (Enterrar a los muertos, Dientes de leche, El d¨ªa de ma?ana y La buena reputaci¨®n) se ha decantado decididamente por un realismo galdosiano innegociable. Ya cuando en 2003 public¨® El tiempo de las mujeres proclam¨® en diversas entrevistas que, despu¨¦s de tantos a?os, hab¨ªa descubierto que era un escritor realista y eso le encantaba. Y dec¨ªa tambi¨¦n que las suyas eran ¡°novelas del nosotros, no del yo¡±. Para ¨¦l, indagar en los dem¨¢s tambi¨¦n era hacerlo de alg¨²n modo en uno mismo: ¡°Si s¨®lo te interesa lo tuyo como escritor, estas confundido: no debes escribir sino irte al psic¨®logo¡±.
Con semejantes declaraciones de principios, sucede exactamente lo mismo que con sus minuteros parados a las tres en punto: ?cualquiera se lo discute!
Desde hace un tiempo, hay historias que le importan m¨¢s que otras, pues ha acotado ya un territorio que limita con la Espa?a de los a?os sesenta y setenta y con familias de clase media que, como ocurre en casi todas, han perdido a alguien: ¡°Me gusta retratar esa clase social; Gald¨®s fue el ¨²ltimo escritor de la clase media; yo, a diferencia de ¨¦l, tiendo a exculparles¡±.
Al pensar en el tema de las familias y en el de la monstruosidad de toda herencia, he recordado que Rilke dec¨ªa que, por distracci¨®n y por errores heredados, nos perdemos casi enteramente las innumerables riquezas de aqu¨ª que nos han sido destinadas. Y creo que llevaba toda la raz¨®n. Nosotros s¨®lo conocemos seres que han luchado desesperadamente por zafarse de los errores y malentendidos heredados y abrirse camino en el hondo fatalismo de tanto espanto del pasado. Dicho de otro modo, siempre ha habido herencias de mala sangre y equ¨ªvocos en las cosas y los gestos familiares, y esas herencias y errores heredados hemos de saber que ser¨¢n ¡ªsi no lo han sido ya¡ª nuestra ruina m¨¢s completa. Sobre esto, con signos a veces de esperanza, trabaja Pis¨®n.
Un escritor amigo. Con ¨¦l siempre se confirma que las mejores amistades, las m¨¢s duraderas, se basan en la admiraci¨®n. Aunque sin duda, para que lo amistoso se contemple como un sentimiento sagrado, es necesario que haya esa admiraci¨®n mutua que encierra en su ¨¢rea el respeto hacia el otro, por distinto que ¨¦ste sea; un respeto fundamental para que todo circule entre iguales.
Quiz¨¢s la palabra m¨¢s exacta no sea pues admiraci¨®n, sino tener en alta estima al otro. Porque si el otro no nos merece mucha consideraci¨®n, no puede ser nuestro amigo. Se admira o respeta a alguien por lo que hace, por lo que es, por c¨®mo se las arregla para andar por el mundo. Esa admiraci¨®n, que en realidad es profundo respeto, vino a decirnos Montaigne, lo ennoblece al amigo, lo realza ante nuestros ojos, lo eleva a una posici¨®n que nosotros ¡ªsi, nosotros¡ª entendemos que es superior a la nuestra.
Por dios, que se quede.
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