El gran Luis Bermejo
El actor gira y gira a una velocidad endiablada en 'El minuto del payaso', dirigida por Fernando Soto
Luis Bermejo es un actor inasible. Le va de perlas lo del ¡°be water, my friend¡± de aquel anuncio. Ojos de agua, que pueden ser un remanso de alta monta?a o un charco electrificado por un rayo alien¨ªgena. Ojos fijos, abiertos, de p¨¢jaro desvelado, con la melancol¨ªa del ni?o eterno. Ojos eslavos. Un habitante de los primeros cortos de Polanski. O de las novelas de Gombrowicz, con Ferdydurke a la cabeza. Bermejo es un actor ideal para dar vida a la extra?eza, la mirada perpleja ante la existencia: el padre oscuro de Magical Girl; el actor clept¨®mano de Jugadores, de Pau Mir¨®; el jefe de seguridad, habitante del subsuelo, de El traje, o el Tati suburbano de El se?or, ambas de Juan Cavestany. Ahora, en la sala peque?a del Espa?ol, viaja de nuevo al otro lado de la luna para interpretar al payaso imaginado por Jos¨¦ Ram¨®n Fern¨¢ndez y dirigido con mano maestra por Fernando Soto.
El payaso llega con gafas desmesuradas, setentinas, como las que llevaba De Niro al final de Casino. Jersey de cuello Mao, de esos que hacen bolitas, seguro. Pantalones de tergal, rebajad¨ªsimos, gran liquidaci¨®n. El aire de un hombre que come perpetuamente en bares de carretera, con el cohete en el culo porque act¨²a de aqu¨ª a dos horas. Un hombre de dif¨ªcil encaje en el mundo: ¡°Yo si no me como una flor o me tiro un pedo no s¨¦ seguir una conversaci¨®n¡±. Un payaso que esta noche ha sido llamado para ser bocadillo entre el hombre bala y los trapecistas. Payaso ¡°de soir¨¦e¡±, es decir, que solo tiene un minuto para salir y hacer lo suyo. En una funci¨®n ben¨¦fica, o sea que encima sin cobrar. Pero en un minuto te lo juegas todo, dice, y puedes salvar la vida de mucha gente. En un minuto, dice, un buen payaso puede poner al mundo del rev¨¦s. Santa verdad.
En un minuto, dice,
un buen payaso puede poner
al mundo del rev¨¦s.
Santa verdad
Al principio vemos a un tipo encabronado por peque?eces (¡°?Qu¨¦ italiano ni italiano, si ese es de Pontevedra!¡±), neur¨®tico, pose¨ªdo por la inquietud, su cuerpo como un lugar inaguantable, habitado por mil peque?os demonios cabrones que pinchan, retuercen, zahieren. Un hijo de Beckett: Krapp a punto de escuchar su ¨²ltima cinta, Clov con un escorpi¨®n en los calzoncillos. Prepar¨¢ndose. Esperando a salir. Hablando y movi¨¦ndose sin parar para entretener la espera y aventar el miedo. Uno m¨¢s, pensamos, en la larga estela de payasos tortuosos y amargados, desde el que recibe las bofetadas de Andreiev hasta Krusty, de Los Simpson. Tiene sus razones. Quer¨ªa ser domador de elefantes y llamarse Simbad, pero su padre era carablanca, como su abuelo y el abuelo de su abuelo. Y de ni?o le daban miedo los payasos, qu¨¦ le vamos a hacer. Y tampoco le gustaba que su padre le forrase a hostias en la pista, para hacer re¨ªr. El hijo del Gran Amaro. Amarito J¨²nior, dice, ¡°un nombre como de telonero de Jos¨¦ V¨¦lez¡±. Un payaso resignado a ser payaso, al que lo que m¨¢s le gusta es trabajar en los parques por cuatro chavos, ¡°porque en los parques es donde est¨¢ la gente¡±. Pero, atenci¨®n, un payaso que cuando se viste con sus galas tiene un aire baudeleriano, de poeta maldito, como sagazmente dice mi colega Nacho Garz¨®n. Un poeta que cree en el minuto salvador, arte breve para ayudar a pasar el invierno, para no acordarte de que te tienes que morir, dice, y lo va a dar todo para bordar ese minuto, va a demostrarnos que el cabreo, las maldiciones, las repeticiones, no son sino un precalentamiento para conseguir su explosi¨®n creativa, su gran n¨²mero, un minuto que crece y se extiende como un r¨ªo saltando entre r¨¢pidos. Ese viaje es la funci¨®n, primorosamente compuesta y ritmada por Jos¨¦ Ram¨®n Fern¨¢ndez, un texto que le hurta el cuerpo a los clich¨¦s sentimentales del g¨¦nero y sabe abrir sin reparos las puertas a la emoci¨®n cuando conviene. Gira y gira Bermejo a una velocidad endiablada, es muchas personas en una, te abre el coraz¨®n y, cuando te lo muestra en la mano abierta, lo aprieta ante tus narices para que haga mec mec (o al rev¨¦s, con ¨¦l nunca puedes estar seguro). Y no, no puede contarse ese n¨²mero final que Bermejo y Fernando Soto parecen haber fabricado mano a mano porque est¨¢ hecho de energ¨ªa mutante y furiosa. No hay forma de explicar esa cima, hay que verla; una cima donde sopla, a mis ojos, un viento de locura muy argentino, el viento de Norman Briski y Urdapilleta, temibles burlones, y donde resuena, como grito de guerra, la gloriosa invocaci¨®n jardielesca: ¡°?Papapancho!¡±. Qu¨¦ gran viaje y qu¨¦ gran actor.
Estoy de suerte este principio de temporada, porque no paro de ver buenas funciones. En Madrid, El minuto del payaso y luego Reikiavik, de Mayorga, en el Valle-Incl¨¢n, con otras dos fieras, C¨¦sar Sarachu y Daniel Albaladejo; en Barcelona, las lecciones magistrales de Rosa Mar¨ªa Sard¨¢ (Crec en un sol D¨¦u) y Miriam Iscla (Dona no reeducable), dos mon¨®logos de Stefano Massini, en el Lliure de Gr¨¤cia, dirigidos por Llu¨ªs Pasqual. Y en la Villarroel, ?lex Rigola ha vuelto a clavar Marits i mullers, la comedia de Woody Allen que estren¨® en La Abad¨ªa, ahora en catal¨¢n y de nuevo con un reparto formidable. Ya se lo ir¨¦ contando. Reserven ya.
El minuto del payaso. De Jos¨¦ Ram¨®n Fern¨¢ndez. Direcci¨®n: Fernando Soto. Interpretada por Luis Bermejo. Teatro Espa?ol, sala Margarita Xirgu. Calle del Pr¨ªncipe, 25, Madrid. Hasta el 11 de octubre.
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