En el coraz¨®n de la perversi¨®n
La fotograf¨ªa ¨¢spera, casi oscura, de la pel¨ªcula de Pablo Larra¨ªn ambienta el encierro dorado de cuatro o cinco curas pederastas
Qu¨¦ suerte tuvo Proust de que el sabor y el olor de la magdalena le sirvieran, adem¨¢s de para acostarse temprano durante tanto tiempo, para recuperar con maravillosa escritura (de acuerdo, a veces agobiante o aburrida) la b¨²squeda del tiempo perdido. Yo identifico con el rechazo a ese tiempo de mi infancia y adolescencia impunemente destructivo, machaque de la inocencia, constataci¨®n en primera persona y hasta el d¨ªa de mi muerte de las barbaries cotidianas que se pueden consumar desde el poder, a algo tan concreto y hediondo como la halitosis. Ya s¨¦ que es una enfermedad de la boca o del est¨®mago, que me da pavor que yo inconscientemente la padezca aunque la elegancia, el respeto, o la piedad de las personas a las que les llega mi voz o mi aliento no lo manifiesten.
EL CLUB
Direcci¨®n: Pablo Larra¨ªn.
Int¨¦rpretes: R. Far¨ªas, A. Zegers, A. Castro, A. Goic, A. Sieveking.
G¨¦nero: drama. Chile, 2015.
Duraci¨®n: 98 minutos.
Yo la odio. Son las se?as de identidad en mi recuerdo de mucha gente apestosa que me deseduc¨® cuando era un ni?o. Y ese aliento apestoso en las obligadas confesiones, ese olor a an¨ªs y a co?ac en sotanas rancias, el tocamiento y el abuso (y nunca vi lo que ocurr¨ªa en las habitaciones cuando se apagaban las luces, pero s¨ª vi a cr¨ªos humillados, secretamente violados, a gente a la que no le dejaron elegir su sexualidad, todo entre brumas o evidencia). Y pasados infinitos a?os, con un Papa ins¨®lito que reconoce y pide castigo para abusos tan ancestrales como clandestinos, me sigo preguntando si es una operaci¨®n de marketing para salvar un inmenso negocio de la ruina, o si el Dios justiciero le exige cuentas y rectificaci¨®n a su iglesia.
La fotograf¨ªa ¨¢spera, casi oscura, tan parecida al tono m¨¢s gris¨¢ceo de la existencia, de la pel¨ªcula de Pablo Larra¨ªn El club ambienta el encierro por parte de la jerarqu¨ªa religiosa de cuatro o cinco curas pederastas que se pasaron demasiado en su vicio hacia los ni?os. Cuida a estos torturados y complejos hijoputas, apestados, tan protegidos en su destierro como se debieron de sentir cuando eran una instituci¨®n, en imposible camino de redenci¨®n, una monjita maquiav¨¦lica, manipuladora, muy l¨²cida respecto a la amenaza que exigen las apariencias en la nueva ¨¦poca de la Iglesia, cort¨¢ndole las alas mediante el chantaje al ejecutivo que ha mandado el Vaticano para ocultar la mierda.
Esta pel¨ªcula mal¨¦vola, claustrof¨®bica, c¨¢ustica, abarrotada de comprensible mala hostia, provoca malestar, mal cuerpo. Y los malos, borrachos, resignados a su abyecci¨®n, con temor a perder el ¨²ltimo refugio, corrosivos al intentar defender sus instintos, se defienden como pueden contra una hipocres¨ªa de la que eran conscientes todos su jefes, visitados compulsivamente por una v¨ªctima pat¨¦tica, un ni?o al que se foll¨® alguno y que se ha convertido en su madurez en un sic¨®pata con causa.
Existe un atm¨®sfera muy perversa en este inquietante retrato de pecadores que se dedicaban a predicar la virtud. Esa vieja casa junto al mar, a diferencia del inmortal poema de Gil de Biedma, no permite impagar viejas cuentas, no sufrir, sino vivir como pr¨ªncipes entre las ruinas de su inteligencia.
Pero los apestados tienen anverso y reverso. Me dan mucha grima, aunque tambi¨¦n fascinaci¨®n. Y les deseo lo peor, que su intemperie sea absoluta, que les creen serios problemas con su sinceridad a esa iglesia que les protegi¨® y les desterr¨® al fin del mundo para ocultar su infamia. Es una pel¨ªcula salvaje, necesaria, que te pone mal cuerpo. Son las cumplidas intenciones de su inquietante director.
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