Murakami y el olor a pan
Babelia publica un adelanto de 'Asalto a las panader¨ªas', del escritor japon¨¦s, que Libros del Zorro Rojo saca a la venta en una cuidada edici¨®n ilustrada por Kat Menschik
Fuera como fuese, ten¨ªamos hambre. No, no es que tuvi¨¦semos hambre. Era m¨¢s bien la sensaci¨®n de haber engullido todo un vac¨ªo c¨®smico. Al principio parec¨ªa algo muy peque?o, como el agujero de un d¨®nut. Pero, conforme pasaban las horas fue aumentando r¨¢pidamente de tama?o en nuestro interior hasta convertirse en una nada insondable.
?A qu¨¦ se debe la sensaci¨®n de hambre? La sensaci¨®n de hambre se debe, por supuesto, a la falta de alimentos. ?Y por qu¨¦ suelen faltar los alimentos? Porque no se dispone de los debidos bienes de intercambio por un valor equivalente. Y, entonces, ?c¨®mo es que no dispon¨ªamos de bienes de intercambio por un valor equivalente? Pues tal vez porque carec¨ªamos de imaginaci¨®n. Hasta es posible que el hambre no fuese m¨¢s que una consecuencia directa de nuestra falta de imaginaci¨®n.
No importa.
Dios, Marx, John Lennon: todos han muerto. Fuera como fuese, ten¨ªamos hambre y, en consecuencia, avanzar¨ªamos por la senda del mal. No es que el hambre nos hubiera encaminado hacia el mal, sino que el mal nos hab¨ªa encaminado hacia ¨¦l mediante el hambre. No acabo de entenderlo bien, pero el razonamiento tiene un aire existencialista.
¡ª?Yo ya no aguanto m¨¢s! ¡ªdijo mi compa?ero. Esa era, en pocas palabras, la situaci¨®n.
No nos faltaban razones. Los dos llev¨¢bamos un par de d¨ªas enteros sin ingerir m¨¢s que agua. Solo una vez nos hab¨ªamos arriesgado a comer unas hojas de girasol, pero no nos sent¨ªamos inclinados a repetir la experiencia.
De modo que agarramos un cuchillo de cocina y salimos hacia la panader¨ªa. La panader¨ªa estaba en el centro de la zona comercial, entre una tienda de futones y una papeler¨ªa. El panadero era un cincuent¨®n calvo, miembro del partido comunista. En el interior del negocio hab¨ªa, pegados en las paredes, numerosos carteles del partido comunista japon¨¦s.
Cuchillo en mano, avanzamos por la calle a paso lento. Igual que en Solo ante el peligro. Los proscritos que van a enfrentarse a Gary Cooper. A medida que nos acerc¨¢bamos aumentaba el olor del pan horne¨¢ndose. Cuanto m¨¢s intenso era el olor, m¨¢s se inclinaba la pendiente que nos conduc¨ªa al mal. Nos enardec¨ªa el hecho de atacar la panader¨ªa y el hecho de atacar al miembro del partido comunista. Y la idea de llevar a cabo las dos cosas al mismo tiempo nos produc¨ªa una feroz excitaci¨®n.
Entrada ya la tarde, dentro de la panader¨ªa no hab¨ªa m¨¢s que un cliente. Una mujer de mediana edad y aire poco despierto con una fea bolsa de la compra colgada del brazo. La envolv¨ªa el olor del peligro. Los planes m¨¢s detallados de
los malhechores siempre se ven obstaculizados por el comportamiento poco espabilado de se?oras poco espabiladas. Al menos eso es lo que pasa siempre en las pel¨ªculas. Con la mirada, le indiqu¨¦ a mi compa?ero que no hiciera nada hasta que la se?ora se fuese. Y, con el cuchillo escondido detr¨¢s de la espalda, fing¨ª escoger el pan.
La se?ora, invirtiendo en ello una cantidad de tiempo desmesurada, y con la misma cautela que si estuviese eligiendo un armario de tres lunas, puso encima de la bandeja un bollo frito y un pan de mel¨®n. Pero eso no quer¨ªa decir que se dispusiera a comprarlos enseguida. Para ella, el bollo frito y el pan de mel¨®n no eran m¨¢s que una tesis. Los dos permanec¨ªan todav¨ªa en el ¨¢mbito de lo provisional. Para su verificaci¨®n era preciso algo m¨¢s de tiempo. Despu¨¦s de un rato, el pan de mel¨®n fue el primero en perder terreno. La mujer neg¨® con la cabeza, como dici¨¦ndose: ??Por qu¨¦ habr¨¦ elegido el pan de mel¨®n? No tendr¨ªa que haber escogido algo as¨ª. Para empezar, es demasiado dulce?.
Devolvi¨® el pan de mel¨®n a su estante y, tras reflexionar un momento, coloc¨® con suavidad dos cruasanes sobre la bandeja. Nac¨ªa una nueva tesis. El iceberg perdi¨® algo de su rigidez y unos rayos de sol primaveral empezaron a brillar a trav¨¦s de las nubes.
¡ª?Todav¨ªa no? ¡ªme susurr¨® mi compa?ero¡ª. De paso, ?acabemos tambi¨¦n con la vieja!
¡ªEspera ¡ªdije, conteni¨¦ndolo.
El due?o de la panader¨ªa, indiferente a cuanto ocurr¨ªa a su alrededor, aplicaba el o¨ªdo, embelesado, a la m¨²sica de Wagner que sal¨ªa del radiocasete. ?Es realmente un acto l¨ªcito que un miembro del partido comunista escuche Wagner? No lo s¨¦. Eso escapa a mi discernimiento.
La se?ora segu¨ªa con la mirada fija en los cruasanes y en el bollo frito. Parec¨ªa haber percibido algo raro. Antinatural. Que los cruasanes y los bollos fritos jam¨¢s deber¨ªan alinearse unos al lado de otros. Que hab¨ªa all¨ª una especie de contrasentido. La bandeja donde hab¨ªa colocado el pan le traquete¨® en la mano, taca-taca-taca, como una nevera con el termostato estropeado. No es que raqueteara de verdad, por supuesto. Pero traquete¨® metaf¨®ricamente. Taca-taca-taca.
¡ª?Acabemos con ella! ¡ªdijo mi compa?ero. Por el hambre, Wagner y a la inquietud que se hab¨ªa apoderado de la se?ora, ¨¦l se hab¨ªa vuelto tan sensible como la pelusilla de un melocot¨®n. Negu¨¦ con la cabeza sin decir palabra.
A pesar de todo, la se?ora segu¨ªa deambulando, bandeja en mano, por el sombr¨ªo infierno. El bollo frito se plant¨® en la tribuna y dirigi¨® a los ciudadanos de Roma un discurso no exento de emoci¨®n. Hermosas frases, brillante ret¨®rica, sonora voz de bar¨ªtono¡ Todos aplaudieron, ?plas!, ?plas!, ?plas! A continuaci¨®n se plant¨® el cruas¨¢n en la tribuna y pronunci¨® un discurso incoherente sobre algo referido al tr¨¢fico. ?Los veh¨ªculos que se disponen a girar a la izquierda deben avanzar en l¨ªnea recta cuando el sem¨¢foro de enfrente est¨¢ en verde y, tras comprobar que no viene ning¨²n veh¨ªculo en direcci¨®n contraria, doblar hacia la izquierda?, o algo similar. Los ciudadanos de Roma no entendieron de qu¨¦ les hablaba (en aquella ¨¦poca todav¨ªa no exist¨ªan los sem¨¢foros), pero como parec¨ªa un tema complicado, aplaudieron, ?plas!, ?plas!, ?plas!, ?plas! Las ovaciones al cruas¨¢n fueron algo mayores. Y el bollo frito fue devuelto a la estanter¨ªa.
La bandeja alcanz¨® una perfecci¨®n de extrema simplicidad. Dos cruasanes. Sin recurso de apelaci¨®n.
Y la se?ora abandon¨® la tienda.
?Adelante! Ahora nos tocaba a nosotros.
¡ªTenemos mucha hambre ¡ªle confes¨¦ al due?o. Manten¨ªa el cuchillo de cocina oculto detr¨¢s de la espalda¡ª. Adem¨¢s, no llevamos encima nada de dinero.
¡ªYa veo ¡ªdijo el due?o, asintiendo.
Sobre el mostrador hab¨ªa un corta¨²?as y nos quedamos mir¨¢ndolo fijamente. Era tan enorme que parec¨ªa capaz de cortarle las u?as a un ave de rapi?a. Deb¨ªan de haberlo fabricado para alguna broma.
¡ªSi tanta hambre ten¨¦is, comed pan ¡ªdijo el due?o.
¡ªPero es que no tenemos dinero.
¡ªEso ya lo he o¨ªdo antes ¡ªdijo el due?o, aburrido¡ª. No hace ninguna falta el dinero, comed tanto como quer¨¢is.
Volv¨ª a posar la mirada en el corta¨²?as.
¡ª?Sabe? Nosotros andamos por la senda del mal.
¡ª?Ah!
¡ªEso nos impide aceptar favores ajenos.
¡ªEntiendo.
¡ªAs¨ª est¨¢n las cosas.
¡ªYa veo ¡ªdijo de nuevo el due?o¡ª. En ese caso, ?por qu¨¦ no hacemos lo siguiente? Vosotros pod¨¦is comer todo el pan que quer¨¢is. Y a cambio yo os maldigo. ?Os parece bien as¨ª?
¡ª?Maldecirnos? ?C¨®mo?
¡ªUna maldici¨®n siempre es algo muy impreciso. No es como los horarios del metro.
¡ª?Eh, t¨²! ?Espera! ¡ªintervino mi compa?ero¡ª. A m¨ª eso no me hace ninguna gracia. Yo no quiero que me maldigan.
Te matamos y listo.
¡ª?Espera! ?Espera! ¡ªdijo el due?o¡ª. Yo no quiero que me maten.
¡ªYo no quiero que me maldigan ¡ªdijo mi compa?ero.
¡ªTenemos que hacer alg¨²n intercambio ¡ªdije yo.
Enmudecimos unos instantes con la mirada clavada en el corta¨²?as.
¡ª?Qu¨¦ os parece esto? ¡ªdijo el due?o¡ª. ?Os gusta Wagner?
¡ªNo ¡ªdije yo.
¡ªEn absoluto ¡ªdijo mi compa?ero.
¡ªPues si escuch¨¢is con toda atenci¨®n esta m¨²sica de Wagner, os dejar¨¦ comer todo el pan que quer¨¢is.
Parec¨ªa la historia de un misionero del Continente Negro, pero a nosotros aquella propuesta nos convenci¨® enseguida. Como m¨ªnimo, era preferible a que nos maldijera.
¡ªDe acuerdo ¡ªdije yo.
¡ªTambi¨¦n acepto ¡ªdijo mi compa?ero.
Y as¨ª, mientras escuch¨¢bamos la m¨²sica de Wagner, nos hartamos de comer pan.
¡ªTristan und Isolde, esta joya que reluce en la historia de la m¨²sica, fue concluida en 1859 y es una obra fundamental, imprescindible para comprender el ¨²ltimo per¨ªodo de Wagner.
El due?o de la tienda nos iba leyendo el texto explicativo.
¡ª?Hum! ?Hum!
¡ª??am! ??am!
¡ªTrist¨¢n, el sobrino del rey de Cornualles, va a buscar a la princesa Isolda, la prometida de su t¨ªo, pero durante el regreso, a bordo del barco, Trist¨¢n se enamora perdidamente de Isolda. El hermoso d¨²o de violonchelo y oboe de la apertura es el tema de amor de la pareja.
Una hora m¨¢s tarde nos separamos, todos satisfechos por igual.
¡ªSi quer¨¦is, ma?ana podemos escuchar Tannh?user ¡ªdijo el due?o.
Cuando llegamos a casa, la sensaci¨®n de vac¨ªo de nuestro interior se hab¨ªa esfumado. Y nuestra imaginaci¨®n empezaba, poco a poco, a ponerse en marcha, como si bajara rodando por una suave pendiente.
Asalto a las panader¨ªas, de Haruki Murakami / Kat Menschik (ilustraciones), se publica el 4 de noviembre por Libros del Zorro Rojo. 14,90 €
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