Para poder contarlo
Ha muerto P¨ªo Caro Baroja, el pen¨²ltimo Baroja, hijo de Carmen Baroja y de Rafael Caro, impresor, sobrino de P¨ªo y Ricardo Baroja, hermano de Julio Caro Baroja y padre de P¨ªo Caro Baroja. Los Baroja. As¨ª fue como titul¨® don Julio Caro el libro de la familia, unas memorias hechas en nombre de todos ellos. Ven¨ªa a ser como la cr¨®nica oficial, y como cronista oficial de la dinast¨ªa, don Julio no digo que estuviera interesado m¨¢s en las luces que en las sombras, pero dej¨® casi todas estas en eso, en la sombra. Con todo, Los Baroja es un libro fascinante de una familia ¨²nica, muy barojiana desde luego, api?ada en un caser¨®n legendario, Itzea, en Vera de Bidasoa, cuajado de tesoros rom¨¢nticos, quiero decir con incalculable valor sentimental. Don Julio fue durante casi cuarenta a?os el jefe del clan, quien decid¨ªa los asuntos e intereses que les concern¨ªan: desde pleitear con una gran editorial que trataba de avasallarlos (Planeta), a protestar airadamente al Gobierno (socialista) que pretendi¨® reducir en diez a?os la propiedad de los derechos de autor. Mientras don Julio vivi¨®, P¨ªo Caro respet¨® y acat¨® la autoridad de su hermano y su criterio, y si hubo entre ellos discrepancias, estas no se aventaron. Muerto don Julio, entraron nuevos aires en aquella casa, que vinieron a poner como m¨ªnimo en entredicho algunas de sus decisiones. El reinado de P¨ªo Caro ha sido ben¨¦fico para los asuntos barojianos, y los barojianos le estar¨¢n eternamente agradecidos. Don Julio se hab¨ªa negado, por ejemplo, a reeditar ninguno de los t¨ªtulos de P¨ªo Baroja que tuviera que ver con la Guerra Civil, especialmente Ayer y hoy, publicado en Chile en 1938 y en el que Baroja expone sus ideas anarcoconservadoras, bastante razonables en general y en un tono amargo y sarc¨¢stico. Tampoco hab¨ªa querido don Julio ni o¨ªr hablar de las tres novelas in¨¦ditas de Baroja sobre la Guerra Civil ni, desde luego, de las memorias de Carmen Baroja, su madre. Fue tomar P¨ªo Caro las riendas, sin embargo, y todos estos libros empezaron a salir uno detr¨¢s de otro, poco a poco, as¨ª como unas obras completas de P¨ªo Baroja, que puso en manos de Jos¨¦-Carlos Mainer, quien mejor pod¨ªa editarlas.
A la imagen de los Baroja, la que ten¨ªamos desde el libro de don Julio, que m¨¢s o menos segu¨ªa la que P¨ªo Baroja nos hab¨ªa dejado en sus propias memorias, Desde la ¨²ltima vuelta del camino (otro libro admirable), empezaban a llegar las sombras. Las puso en primer lugar Carmen Baroja en sus Recuerdos de una mujer de la generaci¨®n del 98. Y a su hijo P¨ªo Caro, al rev¨¦s que a su hermano, no le import¨® que se conocieran las cosas que contaba su madre de sus seres queridos y del ambiente que se respiraba en aquella casa: ego¨ªsmo, tristeza, encono, peque?as miserias, soledad, desamor¡ En ese retrato un tanto tenebroso quedaba algo descolgado P¨ªo Caro Baroja, el peque?o de los Baroja que acaba de morir a la edad de 87 a?os.
Al lado de la brillante carrera de antrop¨®logo y hombre sabio de su hermano, llena de toda clase de reconocimientos, la de P¨ªo Caro quedaba un tanto deslucida. Si Julio Caro era ¡°hijo¡± de su t¨ªo P¨ªo, un mis¨¢ntropo de sal¨®n (fue este al parecer quien lo envered¨® de ni?o a Barandiar¨¢n, su maestro en la cosa de las piedras y las brujas vascas), P¨ªo Caro se puso bajo la f¨¦rula de su t¨ªo Ricardo, un solitario jovial. Como este, se dio a la vida m¨¢s o menos diletante y aventurera, atra¨ªdo por muchas cosas al mismo tiempo: el cine (lleg¨® a dirigir un buen pu?ado pel¨ªculas y documentales y public¨® en 1954, en M¨¦xico, por donde anduvo unos a?os, un libro, hoy raro, sobre el cine neorrealista italiano), los versos (muy en la onda de Canciones del suburbio), los relatos de corte realista y¡ las memorias. Si lo pensamos bien, se dir¨ªa que lo que los Baroja han tenido en com¨²n no ha sido la vida, sino su deseo de contarla. Todos nos han dejado sus memorias, todos han comprendido que o se salvaban juntos en un ¨²nico relato colectivo o el olvido caer¨ªa tarde o temprano sobre ellos. Las de P¨ªo Caro est¨¢n en muchos libros suyos, en los estudios sobre la pintura y los grabados de su t¨ªo Ricardo, en un util¨ªsimo Itinerario sentimental (Gu¨ªa de Itzea), en la Cr¨®nica barojiana, en La barca de Caronte¡ Contar cosas originales en una familia que ha contado tantas veces las mismas cosas no es f¨¢cil, pero creo que en el caso de los Baroja lo importante es el tono que tienen todos ellos, antirret¨®rico y un tanto seco, lo cual, en una ¨¦poca como la nuestra tan llena de gorgoritos, no tiene precio.
P¨ªo Caro era, seg¨²n he o¨ªdo decir a la gente que lo trat¨® algo, un hombre especial y de car¨¢cter. Puede. Al fin y al cabo aquellos Baroja eran como todos los Barojas: llegado el caso, pod¨ªan criticar a alguno de los suyos, pero no permitir¨ªan que nadie, fuera de la familia, lo hiciera. Y en los ¨²ltimos a?os hizo P¨ªo Caro lo que ten¨ªa que hacer, y lo hizo bien, cuidar y administrar el fascinante legado de los Baroja de una manera discreta y eficaz que habr¨¢ garantizado seguramente que se recuerde a los Baroja al menos otros cien a?os.
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