Cuando el pop eclipsa al rock
La ambiciosa historia de la m¨²sica popular de Bob Stanley, teclista de Saint Etienne, celebra a grupos como los Bee Gees y reprende a Led Zeppelin
Fue as¨ª: escribiendo en The Guardian, Bob Stanley lament¨® que no hubiera nadie capaz de intentar desarrollar una historia del pop en un solo volumen. Y una editorial decidi¨® que ese era un trabajo perfecto para Stanley. Ayudaba su doble militancia: desde 1990 toca con el elegante tr¨ªo Saint Etienne; regularmente, ejerce de periodista musical en revistas y diarios. Su libro ya est¨¢ disponible en espa?ol: Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno (Turner).
Conviene avisar de que, a pesar de ocupar 745 p¨¢ginas, el autor solo llega a cubrir unos cincuenta a?os. Comienza con la irrupci¨®n de Bill Haley y sus Comets; termina cuando la m¨²sica se desmaterializa v¨ªa Internet y las listas de ventas dejan de ser fiables, al ser manipuladas rutinariamente por los departamentos de marketing.
Algo m¨¢s que un cr¨ªtico
Periodista, m¨²sico y coleccionista, Bob Stanley (1964, Gorshan) ejerce como cr¨ªtico de en publicaciones como The Guardian y The Times desde hace 12 a?os. Su primer art¨ªculo se public¨® en el fanzine Pop Avalanche, en 1986; luego pas¨® escribir en el semanario New Musical Express.
Ha sido disc-jockey, propietario de una discogr¨¢fica y teclista del grupo Saint Etienne. Actualmente, el ingl¨¦s vive en Londres y posee una de las mayores colecciones de discos de vinilo del mundo.
La importancia que Stanley otorga a las listas nos da pistas sobre su planteamiento est¨¦tico. En 1969, cuando el pop adquiri¨® cierto sentido de su propia historia, se materializaron dos l¨ªneas cr¨ªticas. El londinense Nik Cohn, con su famoso libro Awopbopaloobop Alopbamboom, defend¨ªa la frivolidad del pop, las emociones elementales que proporcionaba, la desverg¨¹enza de sus responsables. Ese mismo a?o se public¨® Rock And Roll Will Stand, una antolog¨ªa recopilada por el estadounidense Greil Marcus, representante de una escuela que estudiaba el rock con extrema seriedad, como m¨²sica integrada en una contracultura que pretend¨ªa nada menos que cambiar el mundo.
Evidentemente, Bob Stanley es un alumno erudito de Nik Cohn, al que cita varias veces; ¨²nicamente se menciona a Marcus en la bibliograf¨ªa final. Aunque los dardos de Stanley no van dirigidos tanto contra los intelectuales del rock como a su versi¨®n fundamentalista, ese rockismo que atribuye superioridad intr¨ªnseca al elep¨¦, al m¨²sico con pretensiones art¨ªsticas, a la autenticidad.
Un concepto resbaladizo ese de la ¡°autenticidad¡±. Es muy posible que la escasa simpat¨ªa de Stanley por Led Zeppelin derive no tanto de sus reconocidos plagios como de su negativa a publicar singles en el Reino Unido, lo que equival¨ªa a despreciar el potencial democr¨¢tico de las listas. Entrar all¨ª supon¨ªa la confirmaci¨®n de que se juega en la primera divisi¨®n del pop; Stanley realiza acrobacias para justificar la presencia en su libro de grupos rechazados en su tiempo, como The Velvet Underground. Sin olvidar a The Smiths que, marginados en la BBC por indies, nunca llegaron al n¨²mero uno en su pa¨ªs.
Stanley es un creyente. Un creyente que hace apostolado. No hay aqu¨ª margen para paladares ir¨®nicos o el concepto del ¡°placer culpable¡±. Los Bee Gees son ensalzados por su extraordinaria racha creativa durante los sesenta y por su dominio de las ventas en la d¨¦cada siguiente. ¡°Desde Elvis, ning¨²n otro artista hab¨ªa fundido influencias blancas y negras de modo m¨¢s satisfactorio¡±, dice.
Contadas por Stanley, las semblanzas cl¨¢sicas del pop suenan frescas; sus narraciones pivotan sobre escuchas atentas y datos poco conocidos. Suele establecer paralelismos inesperados: igual que Elvis con su Memphis Mafia, en 1965 Bob Dylan se mov¨ªa escoltado por ¡°una recua de modernillos sofisticados que no se quitaban las gafas de sol ni para la ducha¡±, unos ¡°perros falderos que le re¨ªan las gracias como lacayos¡±.
Cuando se trata de m¨²sicas que ama particularmente, Stanley hace filigranas: las doce p¨¢ginas que dedica al pop del Brill Building neoyorquino son sencillamente magistrales, desde el perfil del capataz de aquella plantaci¨®n de compositores, Don Kirshner, a la noche en que Carole King se niega a acudir al estreno de ?Qu¨¦ noche la de aquel d¨ªa!, intuyendo (acertadamente) que los Beatles van a acabar con su posici¨®n de preeminencia.
Como fan apasionado, Stanley tampoco esconde sus fobias. Cada vez que menciona a Eric Clapton, lo hace de modo despectivo. Sugiere tambi¨¦n que urge salir corriendo ante cantantes que citan a Lorca o Rimbaud: es ¡°mero atrezo¡±, una manera de afirmar ¡°tomadme en serio¡±. Para ¨¦l, la verdadera diosa surgida del mundillo punk neoyorquino ser¨ªa Debbie Harry, no Patti Smith.
Y se emplea a fondo contra los Rolling Stones. Repite el t¨®pico de que su concierto de Altamont fue ¡°la tumba del sue?o pop de la d¨¦cada de los 60¡±, menospreciando la devastadora revelaci¨®n de las actividades de Charles Manson y su Familia, ocurrida por esas mismas fechas. Los Stones, a?ade, son ¡°responsables indirectos de algunos de los peores aspectos del pop moderno¡±: su ¡°pasotismo displicente¡± ha servido para ¡°justificar la apat¨ªa, el tedio y la puerilidad de centenares de bandas, de los Doors en adelante¡±.
Advierto que cuesta buscar esas estocadas en la edici¨®n espa?ola de Yeah! Yeah! Yeah!. Se han eliminado las fotos que abr¨ªan cada cap¨ªtulo, el ¨ªndice onom¨¢stico, buena parte de las fascinantes notas a pie de p¨¢gina, los cuadros estad¨ªsticos y hasta p¨¢rrafos enteros. Muy extra?o que ocurra esto con un libro consagrado al pop: lo de poner obst¨¢culos es algo muy rock.
Un mundo bipolar
Bob Stanley describe la evoluci¨®n del pop como un combate mano a mano entre Estados Unidos e Inglaterra (solo si resulta estrictamente necesario habla de Gales, Escocia o Irlanda). Es consciente del chovinismo que aliment¨® fen¨®menos como el britpop, "un ejercicio colectivo de voluntad de poder, tanto por parte de la prensa musical como de los grupos adheridos a la corriente".
Por lo tanto, el resto del mundo solo existe si tiene reflejo en la m¨²sica brit¨¢nica: se menciona al krautrock, el "sonido M¨²nich" de Giorgio Moroder, las chicas yey¨¦s francesas y el house italiano; Abba y Jamaica tienen sendos cap¨ªtulos.
Por el contrario, se le escapa la presencia de lo latino en la m¨²sica estadounidense. La bossa nova marc¨® buena parte del pop de los sesenta. Y el elemento afrocubano siempre ha estado all¨ª, con picos de visibilidad como el bugal¨² o el latin rock de Santana y compa?¨ªa.
Babelia
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