Gil de Biedma, un poeta en la charca de la memoria
Es uno de los poetas espa?oles clave del siglo XX, muri¨® hace 25 a?os Acaba de publicarse la edici¨®n completa de sus ¡®Diarios¡¯, iniciados en 1956
El lunes 21 de octubre de 1985, Jaime Gil de Biedma supo de verdad que la vida iba en serio y tuvo que internarse bajo un nombre ficticio ¡ªJaime Costos S¨¢nchez¡ª en el hospital Claude Bernard, pabell¨®n Roux, de Par¨ªs, para tratarse de un sarcoma de Kaposi, el primer s¨ªntoma de sida, que se le hab¨ªa diagnosticado ese verano. Empezaba as¨ª el martirio de su cuerpo, como el de un San Sebasti¨¢n, cuyas flechas tomaban la forma de pinchazos, radiograf¨ªas, term¨®metros y pastillas. No era la primera vez que la salud le hab¨ªa fallado. En 1956, de regreso de su primer viaje a Filipinas, una tuberculosis lo tuvo varado entre la cama y la hamaca del jard¨ªn en la casa solariega de La Nava, en Segovia, pero aquella enfermedad era una evanescente aura que nimbaba la imagen de un joven poeta y que le permiti¨® iniciar un diario en que verti¨® toda la experiencia er¨®tica de jabal¨ª en busca insaciable de adolescentes masculinos en su estancia en Manila; en cambio, el cuerpo lacerado en 1985 por m¨¢culas de Kaposi no ten¨ªa nada de literario. Era un estigma que hab¨ªa que mantener en secreto. De hecho, solo Ana Mar¨ªa Moix, la psiquiatra Rosa Sender, la familia m¨¢s ¨ªntima, aparte de su pareja sentimental, Josep Madern, y alg¨²n consejero de la empresa Tabacos de Filipinas, de la que era secretario, sab¨ªan el alcance de su tragedia. En este ¨²ltimo diario de 1985 expresa muy bien la angustia que le supon¨ªa recorrer un t¨²nel que entonces solo llevaba a la muerte. En la cl¨ªnica de Par¨ªs alternaba lecturas del economista Schumpeter en la cama con el tedio de la duermevela a la hora de la siesta, los insomnios y las pesadillas nocturnas con los calmantes, reconocimientos t¨¢ctiles de los ganglios, inyecciones de interfer¨®n, electrocardiogramas, an¨¢lisis de heces, ecograf¨ªas de est¨®mago. Con todo este bagaje infernal el poeta imaginaba el tormento que ser¨ªa volver a Barcelona, donde habr¨ªa que seguir el tratamiento y hacer frente a los rumores que inevitablemente iban a suceder.
El diario iniciado el 21 de octubre de 1985 se interrumpi¨® el viernes 1 de noviembre. Fue como ese avi¨®n que deja de emitir se?ales en pleno vuelo y los controladores ignoran d¨®nde ha ido a caer. De hecho, sus ¨²ltimos apuntes son como registros en una caja negra: ¡°O sea, 2 ampollas de 18 millones. Diluida cada ampolla con 1cc de agua para preparaci¨®n inyectable. M¨¢s 2/3 ampolla de tres millones (o sea diluirla con 1cc de agua y tomar 2/3 partes)¡±.
El silencio perdur¨® hasta el 8 de enero de 1990, fecha de su muerte. Pocos d¨ªas antes hab¨ªa muerto Carlos Barral, su amigo desde los tiempos de la universidad. De esta forma, acab¨® la Escuela de Barcelona, aquella dorada tropa que en los felices setenta ten¨ªa asiento en los peluches rojos del pub Bocaccio de la calle Muntaner y que previamente hab¨ªa ensayado la modernidad en los baretos y boutiques de Tuset street, un remedo de Carnaby st. de Londres. ?Qu¨¦ hab¨ªan aportado a la posteridad aquellos j¨®venes de la gauche divine? Tal vez fueron los primeros en saber hundir con el dedo el hielo del gin tonic frente a los escritores del realismo social, que abrevaban vino tinto en vasos de vidrio mojado servido en los mostradores, tambi¨¦n mojados, de las tascas de Madrid. Juan Mars¨¦ sol¨ªa decir que en Madrid si ped¨ªas una ficha de tel¨¦fono en un bar el camarero siempre la daba mojada.
Entre Madrid y Barcelona se repart¨ªan la vida los poetas Caballero Bonald, ?ngel Gonz¨¢lez, Valente, Jaime Gil de Biedma. Alfonso Costafreda, Carlos Barral y Jos¨¦ Agust¨ªn Goytisolo. De todo este grupo, el heraldo hacia la muerte fue Gabriel Ferrater, quien se suicid¨® en 1972, a fecha fija al cumplir los 50 a?os, como hab¨ªa prometido. El 19 de marzo de 1999, d¨ªa de su onom¨¢stica, Jos¨¦ Agust¨ªn Goytisolo se cay¨® por la ventana mientras estaba arreglando una persiana que se hab¨ªa atascado. De hecho, no cay¨® a plomo en la acera sino en medio de la calzada, lo que demuestra tal vez que el salto fue premeditado.
Un canto maldito
Carlos Barral pas¨® por diversas curas de desintoxicaci¨®n del alcoholismo, pero ninguna muerte tan duramente conseguida a trav¨¦s de un largo camino de autodestrucci¨®n como el de Jaime Gil de Biedma. Toda su vida partida en dos, como su cuerpo, de cintura para arriba el yin, poeta excelso y ejecutivo honorable de empresa; de cintura para abajo el yang, el lobo nocturno contra s¨ª mismo en vicios est¨¦ticos en busca de la m¨¢xima degradaci¨®n. Felices tiempos aquellos de la lucha antifranquista cuando todo eran hamacas, amigos, fiestas de esmoquin blanco, poemas, playas y viajes entreverados con cuerpos adolescentes. Un d¨ªa llegaron a casa de Gil de Biedma dos polic¨ªas de la Brigada Social para detenerle. Los recibi¨® el mayordomo. ¡°Tengan la bondad de esperar en la sala de visitas, ¡ªdijo¡ª el se?orito Jaime se est¨¢ ba?ando pero les atender¨¢ en seguida¡±.
El diario que Gil de Biedma inici¨® en 1956, mientras se repon¨ªa de unas manchas en los pulmones en la casa solariega de La Nava, se ha dado a conocer ahora en sus partes sumergidas. El poeta lo reescribi¨® cuando ya sab¨ªa que iba a morir. Esas partes ocultas constituyen un canto maldito al placer de la carne en el que la pasi¨®n por la belleza se transforma en una charca donde agonizan los peces oscuros de la memoria.
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