¡®Fargo¡¯ y los setenta
Pod¨ªa haber resultado uno de los grandes discos de 2015. Imaginen: intensas versiones hechas por Jeff Tweedy o White Denim, oscuras canciones a?ejas que tienen el resplandor del tesoro reci¨¦n descubierto, Gustav Mahler conviviendo con Jethro Tull¡
Me refiero al sountrack de la segunda temporada de Fargo. Hay unanimidad en situarla entre las mejores series del pasado a?o, aunque no sea precisamente un radiante ejemplo de esa edad de oro de la televisi¨®n que tantos proclaman: finalmente, se trata de otra vuelta de tuerca sobre el territorio y los personajes de un largometraje de 1996.
La d¨¦cada de los setenta es seguramente la peor tratada en las historias del rock
A Joel y Ethan Coen debemos esa fauna extraordinaria: tenaces polic¨ªas pueblerinos, asesinos fascinantes, ciudadanos vulgares que revelan su carencia de centro moral. La genialidad de la serie reside en las piruetas del guion, que enhebra lugares comunes del western con veleidades propias del thriller posmoderno. En Fargo 2 se ha trabajado mucho la textura sonora: dado que la acci¨®n se sit¨²a en 1979, las canciones proceden de los setenta.
La d¨¦cada de los setenta es seguramente la peor tratada en la historia del rock: todav¨ªa se repite que el rock progresivo agoniz¨® a manos del punk que surgi¨® en 1976-77. En realidad, ambos subg¨¦neros solo fueron mayoritarios en atenci¨®n de los medios especializados: las listas de ¨¦xitos estaban llenas de otras m¨²sicas. M¨²sicas menos ambiciosas, dif¨ªciles de encajar en los relatos roqueros, y, adem¨¢s, contaminadas en nuestro recuerdo por indumentarias y peinados horrorosos. Ya habr¨¢n o¨ªdo ese mantra: ¡°Los setenta fueron la d¨¦cada en que el buen gusto estuvo ausente¡±.
Noah Hawley, creador del Fargo televisivo, quer¨ªa un soundtrack mayormente setentero, pero fuera de lo trillado. A estas alturas, ya habituados a los campos nevados de Minnesota, Hawley aumenta el cociente fantasmal con la aparici¨®n de ovnis (no lo consideren un spoiler; apenas inciden en la acci¨®n); se justifican las r¨¢fagas de space rock con Billy Thorpe, Steve Miller o Pink Floyd.
Conviene recordar que, m¨¢s all¨¢ de la voluntad del showrunner, la m¨²sica de cualquier serie est¨¢ determinada por el presupuesto. Aunque se venda como homenaje a los hermanos Coen, aqu¨ª se recuperan canciones de O brother, where art thou? gracias a que pertenecen al dominio p¨²blico. Y se cuelan temas rescatados por la discogr¨¢fica Numero Group, que ofrece precios muy apa?ados.
Los a?os setenta de Fargo 2 incluyen la llamada womyn¡¯s music, creaci¨®n de marginales cantautoras lesbianas; tambi¨¦n se incluyen rarezas europeas, firmadas por Michael Polnareff o Yamasuki (alucinado proyecto de Daniel Vangarde, m¨¢s conocido en Espa?a como autor de Un rayo de sol).
De Fargo 2 pod¨ªa haber salido un extraordinario disco. Pero no existe: una cosa son los derechos de sincronizaci¨®n para la serie, otra diferente el permiso para publicar las grabaciones. Con las actuales pautas de consumo, no resultan rentables esos recopilatorios. Nos podemos consolar con listas de Spotify o YouTube; los discos de sonido cuidado, tratados como objetos culturales, ya son cosa de tiempos lejanos, de civilizaciones m¨¢s ilustradas.
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