El dandy peligroso
El 6 de enero, Syd Barrett hubiera cumplido 70 a?os y sus herederos aprovecharon para relanzar a todo trapo su p¨¢gina web oficial. Coincidi¨® que estaba leyendo el nuevo libro de Paul Trynka, Sympathy for the devil: the birth of the Rolling Stones and the death of Brian Jones.Se me ocurri¨® comprobar y, efectivamente, Brian Jones carece de p¨¢gina oficial.
Obviamente, existen jerarqu¨ªas entre las estrellas difuntas. Barrett ejerci¨® de alquimista de la psicodelia brit¨¢nica y grab¨® caprichosas canciones en solitario; su sombra todav¨ªa es inmensa. La m¨²sica propia que hizo Jones apenas se ha escuchado: sigue in¨¦dito su score para Mord und totschlang, la pel¨ªcula de Volker Schl?ndorff. El ¨²nico disco que lleva su nombre es Brian Jones presents the Pipes Of Pan at Joujouka, donde manipulaba grabaciones de campo realizadas en el pueblo marroqu¨ª que, durante el periodo colonial espa?ol, era conocido como Yahyuca.
La leyenda de Syd puede ser monetizada, lo que no ocurre con Brian. Cada grupo se ha retratado en su comportamiento p¨®stumo: Pink Floyd honr¨® la memoria del compa?ero ca¨ªdo en expediciones lis¨¦rgicas (Shine on you crazy diamond) mientras que los Stones ignoran a Jones. O peor: en Life, su autobiograf¨ªa, Keith Richards le describe con crueldad y le escatima m¨¦ritos. Entrevistando a Mick Jagger en 2005, observ¨¦ que ten¨ªa un adelanto en DVD de Stoned, el biopic sobre Jones. Pregunt¨¦ y me respondi¨® que no necesitaba verlo. La pel¨ªcula result¨® ser una basura pero impresiona la frialdad que los Stones aplicaban al que fue su primer timonel.
Tal vez no deber¨ªamos asombrarnos. Durante los a?os vertiginosos, volar en la ¨®rbita de los Stones era una aventura de alto riesgo; ninguna piedad por los que no aguantaban el ritmo. Y mencionar a Brian Jones supone evocar una de las muchas traiciones en las que se basa la longevidad comercial del grupo.
Para justificar su despido en 1969, los fan¨¢ticos de los Stones invocan la fea triqui?uela de Brian en los comienzos ¡ªen secreto, cobraba cinco libras por encima de lo que recib¨ªa semanalmente cada miembro¡ª sin plantearse la raz¨®n de semejante concesi¨®n del m¨¢nager: la triple legitimidad de ser el fundador del grupo, su m¨¢s ardiente publicista y el responsable de su direcci¨®n musical.
Acumulaba m¨¢s picard¨ªas que todos los dem¨¢s juntos. Hab¨ªa salido por piernas de su Chelteham natal: antes de alcanzar la mayor¨ªa de edad, dej¨® embarazadas a cuatro chicas; nadie sab¨ªa qu¨¦ hacer con semejante s¨¢tiro. No era premeditado pero estaba imitando el desorden amoroso de aquellos bluesmen que adoraba.
Se suele presentar a Brian como proselitista del blues. Lo era, ciertamente, pero tambi¨¦n demostr¨® una fenomenal sensibilidad pop. En los discos stonianos de mediados de los 60, suyos son los fascinantes adornos instrumentales: dulcimer, marimba, mellotron, sitar, etc. Lo cual tambi¨¦n es compatible con la leyenda negra difundida por los Stones: el monstruo que maltrataba a sus mujeres y que finalmente se convirti¨® en un zombi.
Los mitos muertos, congelados en fotos de juventud, resultan adorables; otra cosa deb¨ªa ser convivir con ellos. Al menos, Paul Trynka quita a Brian Jones la etiqueta de v¨ªctima: siempre se ha rumoreado que muri¨® asesinado por un empleado suyo. Tras revisar los abundantes libros y las confesiones (remuneradas) a peri¨®dicos sensacionalistas. Trynka termina aceptando el veredicto inicial: ¡°Muerte accidental¡±.
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