Una fuerza tel¨²rica
Me atrever¨ªa a afirmar que Jerry Lee Lewis es el m¨¢s intimidante de los pioneros del rock and roll. Puede que Chuck Berry resulte m¨¢s antip¨¢tico, por el pertinaz maltrato de su cancionero, pero hay an¨¦cdotas conjuntas que dejan mal a Jerry Lee: se pone redneck, con bromas racistas a costa de Chuck. Lo que no impide que recurra a Johnny B. Good, Memphis y otras joyas del ¡°negrata¡±.
A pesar de todas sus pamemas sobre la m¨²sica de Dios y la m¨²sica del Diablo, Jerry Lee ignora otra ley que no sea la de su santa voluntad. En Tennessee, goza de impunidad. Veamos: cualquier otra persona que hubiera estrellado su coche contra la verja de la mansi¨®n de Elvis Presley, en mitad de la noche y con una pistola, como hizo en 1976, quiz¨¢s no hubiera vivido para contarlo.
En el universo de Jerry Lee, hay dos tipos de personas: las que le toleran todo y los dem¨¢s aguafiestas. En 1984, el periodista Richard Ben Cramer investig¨® el triste destino de su quinta esposa, Shawn Stephens, una pizpireta chica de 25 a?os que apareci¨® muerta antes de que pasaran tres meses de la boda. Cramer descubri¨® que las autoridades locales taparon muchos detalles sospechosos. Y lo public¨® en Rolling Stone, ante el estupor del cantante: ¡°Pero ?Rolling Stone no est¨¢ con nosotros?¡±.
Un tipo escurridizo. A punto de ser atrapado por evasi¨®n de impuestos, se larg¨® a Irlanda, entonces muy tolerante con los artistas que establec¨ªan all¨ª su domicilio fiscal. No volvi¨® por Estados Unidos hasta que logr¨® pactar con Hacienda.
As¨ª que no es un ciudadano modelo, ni siquiera un hombre con qui¨¦n tomar tranquilamente unas copas (el alcohol, combinado con misteriosas p¨ªldoras, parece sacar al demonio que lleva dentro). Pero se trata del int¨¦rprete m¨¢s din¨¢mico que se pueda ver sobre un escenario, aunque est¨¦ atado a un artefacto llamado piano, al que maltrata con sa?a.
En sus manos, el piano es el foco s¨ªsmico que emite ondas de boogie woogie. Ninguna canci¨®n se le resiste: Jerry Lee las acorta o alarga a su capricho. En sus primeros tiempos, tend¨ªa a acelerar todo lo que tocaba: el repertorio deb¨ªa someterse a sus excesos de adrenalina. M¨¢s adelante, cuando introdujo las baladas country, el gr¨¢fico de sus terremotos mostraba unos valles en los que, milagrosamente, la tensi¨®n no disminu¨ªa. Lo suyo es poder¨ªo, bravuconada, arrebato¡ y ni pizca de arrepentimiento.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.