Gainsbourg: la trepidante vida del gran cr¨¢pula
A los 25 a?os de su muerte ve la luz la primera biograf¨ªa espa?ola del m¨²sico y autor de ¡®Je t¡¯aime moi non plus¡¯. Francia le recuerda con un alud de libros y discos
El 2 de marzo se cumplir¨¢n los 25 a?os sin Gainsbourg. Cifra tan redonda no pasar¨¢ inadvertida: la industria cultural nos est¨¢ inundando con discos, DVD y libros sobre Serge. Atenci¨®n especial merece la primera biograf¨ªa escrita en Espa?a, Gainsbourg: elefantes rosas (Expediciones Polares), de Felipe Cabrerizo.
Toda una novedad: aqu¨ª se conoce m¨¢s al personaje que al artista. En Espa?a apenas se publicaron discos de Gainsbourg cuando estaba vivo. Fue una consecuencia del giro angl¨®filo impuesto por las radiof¨®rmulas, que neg¨® el ox¨ªgeno al pop franc¨¦s (?y de otros pa¨ªses!). Pero en San Sebasti¨¢n, ciudad natal de Cabrerizo, se mantuvieron algunos v¨ªnculos musicales con el pa¨ªs vecino: era posible sintonizar los canales de la TV francesa, que siempre ten¨ªan un hueco para Serge.
Su recuperaci¨®n internacional obedece al cambio de paradigmas ocurrido en los a?os noventa. Del rockismo, con su ¨¦nfasis en la autenticidad, se salt¨® a una actitud m¨¢s hedonista, tolerante ante la comercialidad. Eso inclu¨ªa artistas tan desprejuiciados y flexibles como Serge Gainsbourg, que tuvo adem¨¢s una vida asombrosa.
De formaci¨®n cl¨¢sica, Gainsbourg supo aplicar diferentes envoltorios a su talento literario. Fue un chansonnier con querencias jazz¨ªsticas hasta que se retir¨® del directo y se recicl¨® en proveedor industrial de repertorio para vocalistas ye-y¨¦s. Bajo su nombre, recurriendo a estudios y m¨²sicos londinenses, desarroll¨® un pop suntuoso. Luego llegar¨ªan tanto el reggae como los discos chirriantes hechos en Nueva York.
Libre de compromisos estil¨ªsticos, Gainsbourg gener¨® una producci¨®n inmensa y proteica, que Cabrerizo resume en veinte apretadas p¨¢ginas de discograf¨ªa. Aparte de los discos propios, tutel¨® la carrera musical de su querida Jane Birkin. Como mercenario, aceptaba pr¨¢cticamente todos los encargos que le ven¨ªan. Y eso incluy¨® numerosas bandas sonoras; ejerci¨® tambi¨¦n de actor y, a partir de 1976, como realizador de cine y publicidad.
No colabor¨® con los grandes directores franceses de su generaci¨®n. Pudo hacer canciones para la danesa Anna Karina, que fue esposa de Godard, y ser defendido por Fran?ois Truffaut, pero nunca coincidi¨® en tareas creativas con la ¨¦lite de la Nouvelle Vague; prefer¨ªa participar en un cine m¨¢s comercial, con realizadores de manga ancha, que le permit¨ªan colocar canciones estridentemente gainsbourgianas.
Asunto peliagudo son los cr¨¦ditos. Gainsbourg insist¨ªa en firmar exclusivamente todo lo que sal¨ªa bajo su nombre, aunque llevara las huellas dactilares de otras personas. Cabrerizo narra sus sucesivos desencuentros con los extraordinarios arregladores a su servicio: Alain Goraguer, Michel Colombier, Jean-Claude Vannier, Jean-Pierre Sabar. El problema no era econ¨®mico ¡ªla sociedad de autores, SACEM, ten¨ªa instrucciones de repartir al 50% en los temas hechos a medias¡ª sino de reconocimiento como artista total.
Necesitaba hacerse notar. Entre los muchos di¨¢logos que Cabrerizo transcribe est¨¢ su participaci¨®n en el programa literario Apostrophes, en 1986. Ante la pregunta de Bernard Pivot, asegur¨® que la canci¨®n es un arte menor. Se revolvi¨® escandalizado otro de los invitados, Guy B¨¦art, y Gainsbourg le insult¨® gravemente. B¨¦art se reprimi¨® una acusaci¨®n devastadora, sobre su gusto por la rapi?a: ¨¦l mismo le regal¨® un elep¨¦ del m¨²sico nigeriano Olatunji, del que Gainsbourg fusil¨® tres temas para Gainsbourg percussions, en 1964.
Se suelen disculpar los plagios de Serge ¡ªfrecuentemente, de partituras cl¨¢sicas¡ª alegando su desordenada vida en los setenta y los ochenta. Cierto que su conversi¨®n en truculenta figura p¨²blica supuso un paulatino olvido del control de calidad pero aquello ven¨ªa de lejos. Le resultaba f¨¢cil componer: abundan las an¨¦cdotas de trabajos rematados en una noche, justo antes de entrar en el estudio. Y administraba inteligentemente sus hallazgos: la sinuosa Je t¡¯aime¡ moi non plus, grabada inicialmente por Brigitte Bardot en 1967 e inmortalizada en compa?¨ªa de Jane Birkin dos a?os despu¨¦s, ten¨ªa su origen musical en Sc¨¦ne de bal 1, del score para una pel¨ªcula mayormente olvidada, Les coeurs verts (1966).
Novedades de todo calibre
Entre las novedades sobre Gainsbourg hay tomos autorizados por la familia (Gainsbourg, le g¨¦nie sinon rien, de Christophe Marchand-Kiss) o estudios puntuales (La Marseillaise de Serge Gainsbourg. Anatomie d'un scandale, de Laurent Balandras). Con cinco CD, la reedici¨®n ampliada de Le cinema de Serge Gainsbourg recuerda su paleta sonora y sus canciones supremas (Requiem pour un con, Dieu fumeur de Havanes) en pel¨ªculas menores. Tambi¨¦n sale el doble DVD D'autres nouvelles des ¨¦toiles.
Sus poderes como letrista eran pasmosos. Hab¨ªa evidenciado su aliento po¨¦tico con la chanson; la producci¨®n posterior se distingue por dominar la jerga, la predisposici¨®n a integrar el ingl¨¦s, el gusto por las onomatopeyas, la capacidad para partir palabras. Cuando se pas¨® al pop, lo present¨® como prostituci¨®n (¡°al menos, yo escojo a mis clientes¡±) pero lo cierto es que se benefici¨® de enorme libertad y presupuestos generosos.
Como estrella del pop, result¨® at¨ªpica. Por ejemplo, hizo varias canciones contra las drogas, antes incluso de que, en Katmand¨², probara el potente hach¨ªs local y terminara requiriendo atenci¨®n m¨¦dica. Luego, re?ir¨ªa a sus amigos que usaban coca¨ªna y sufrir¨ªa con la adici¨®n a la hero¨ªna de su ¨²ltima novia, Bambou.
Sin embargo, fue esa generaci¨®n la que le dio vidilla. El grupo Bijou le devolvi¨® a los escenarios. Triunf¨® entre los j¨®venes a partir de 1979, un poco en el papel de t¨ªo calavera. Ajeno a las batallas pol¨ªticas, se transform¨® en objetivo de la extrema derecha cuando grab¨® La marsellesa en reggae; un articulista de Le Figaro le acusa de alentar el antisemitismo con semejantes ¡°provocaciones¡±.
Su arrojo frente a los exmilitares que acud¨ªan a reventar sus conciertos, la evocaci¨®n de los peligros que vivi¨® como ni?o jud¨ªo durante la ocupaci¨®n nazi¡ la pol¨¦mica sac¨® lo mejor de Gainsbourg. Por eso duele su posterior ocaso. La d¨¦cada final se ensuci¨® con alborotos medi¨¢ticos, pasotes bochornosos, obras de baja tensi¨®n art¨ªstica. Resulta de agradecer que Felipe Cabrerizo, seguidor fiel, no esquive esta penosa decadencia en Elefantes rosas.
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