Cerca de Umberto Eco
Detectaba lo 'kitsch' en la obra de autores canonizados y disfrutaba la cultura pop
Durante unos a?os, en diversos sitios del mundo, vi con frecuencia a Umberto Eco, si bien nunca habl¨¦ con ¨¦l. Lo vi unas veces a una cierta distancia y otras muy cerca, dotado de una ubicuidad admirable que le habr¨ªa convenido a un personaje de algunas de sus ficciones. Un taxi se par¨® a mi lado junto a una acera de Nueva York y de ¨¦l sali¨® Umberto Eco, corpulento y ¨¢gil, y ech¨® a andar con mucha prisa, con un cigarrillo en la mano, sostenido entre las puntas de los dedos ¨ªndice y coraz¨®n. Me invitaron a Harvard Luis Fern¨¢ndez Cifuentes y el gran Francisco M¨¢rquez Villanueva hace veintitantos a?os, y despu¨¦s de recogerme en el hotel me llevaron a cenar a un restaurante de Cambridge. En la media luz, en una mesa del fondo, Umberto Eco se llevaba reflexivamente a los labios una copa de vino tinto, con aquel aire regio de gourmet de la vida que ten¨ªa.
Una vez mi cercan¨ªa fue solo telef¨®nica. Me hab¨ªa recibido protocolariamente un dignatario cultural espa?ol en Roma y una secretaria le pas¨® una llamada. Mientras esperaba la comunicaci¨®n el dignatario me hizo un gesto de disculpa, a?adiendo en voz baja, con un orgullo ¨ªntimo que le encend¨ªa la cara: ¡°Es Umberto Eco¡±. Mientras ¨¦l hablaba en italiano diciendo cada pocas palabras ¡°Caro Umberto¡±, yo me distra¨ªa mirando un lujoso atardecer romano. Al cabo del tiempo, conociendo m¨¢s al dignatario, pens¨¦ que tal vez hab¨ªa sido una llamada falsa, fingida para impresionarme. Quiz¨¢s la ocasi¨®n en la que estuve m¨¢s cerca de Eco fue en un restaurante de Par¨ªs, en la mesa contigua, si bien no llegu¨¦ a verlo, porque estaba a mi espalda. El personaje que me hab¨ªa invitado despu¨¦s de una lectura apart¨® los ojos de m¨ª y fue muy evidente que hab¨ªa dejado de o¨ªr lo que yo le dec¨ªa, aunque continuara sonri¨¦ndome. Estaba nervioso, se remov¨ªa en el asiento. ¡°No te vuelvas¡±, me dijo. ¡°Justo detr¨¢s de ti est¨¢ Umberto Eco¡±. Su cercan¨ªa era un im¨¢n que desorientaba a mi interlocutor. Intent¨® seguir hablando como si nada, pero ya no pod¨ªa, y menos a¨²n escuchar. En un momento dado me dijo: ¡°T¨² a Eco lo conoces, claro¡±. Lamentando defraudarlo le contest¨¦ que no: aunque unas cuantas veces, en diversos sitios del mundo, me hab¨ªa cruzado con ¨¦l. Se me ocurri¨® sobre la marcha la idea de un cuento: el de alguien a quien el destino parece empujarlo a encontrarse con Umberto Eco, y a la vez se lo impide. El narrador del cuento acaba descubriendo o sospechando que Umberto Eco, agobiado de compromisos internacionales, ha urdido una red de dobles o sosias, impostores veros¨ªmiles que lo sustituyen, que van agotadoramente de un lado a otro por las ferias del libro y los festivales internacionales de literatura mientras ¨¦l reposa tranquilamente en su abad¨ªa toscana, escribiendo y leyendo, vestido con un mono azul y un sombrero de paja que se echa sobre la cara para dormir la siesta debajo de una higuera perfumada de az¨²cares y de savia.
Detectaba lo kitsch en la obra de autores canonizados y disfrutaba todo lo memorable de la cultura pop
Por animar algo la conversaci¨®n que languidec¨ªa le cont¨¦ a mi anfitri¨®n la idea del cuento. Me dedic¨® una sonrisa d¨¦bilmente interesada, aunque desalentadora. Se le notaba sumido en complicadas deliberaciones interiores. Quiz¨¢s evaluaba la conveniencia dudosa de presentarme a Eco; o la posibilidad de saludarlo cuando termin¨¢ramos la cena; o la de simplemente levantarse dejando la servilleta junto al plato reci¨¦n empezado para ir a saludarlo ¨¦l solo. Todo cambiar¨ªa si alguna de las miradas que lanzaba hacia ese punto situado justo detr¨¢s de m¨ª se cruzaba con la del maestro y se produc¨ªa el inevitable reconocimiento. ?Y qu¨¦ pasaba si Eco se levantaba y se iba sin dar tiempo al encuentro? Hubo algo heroico, tajante, en la energ¨ªa con que mi anfitri¨®n se levant¨® sin decirme nada, tan r¨¢pido que la servilleta se le cay¨® al suelo. Sin mirarme cruz¨® la distancia que lo separaba de la mesa de Eco. ?Deber¨ªa yo volverme, y mirar hacia ella, en la expectativa de que se me ofreciera sumarme al saludo? Pero, si me volv¨ªa, ?estar¨ªa forzando indecorosamente una presentaci¨®n que mi acompa?ante en ning¨²n momento hab¨ªa sugerido?
No hice nada. Al principio ni segu¨ª comiendo, por un escr¨²pulo de buena educaci¨®n. Justo a mi espalda el encuentro se celebraba con los mejores auspicios, con risas y bromas en italiano y en franc¨¦s, salpicadas de aquella expresi¨®n que con el tiempo ya se me volv¨ªa familiar, ¡°Caro Umberto¡±. Al cabo de un rato, cuando yo ya hab¨ªa vuelto a dedicarme a la comida enfriada, volvi¨® mi anfitri¨®n, transpirando felicidad. ¡°Tipo estupendo¡±, me dijo. Seguimos hablando sin mucha convicci¨®n y yo intentaba distinguir a mi espalda, entre los ruidos del restaurante, la voz de Umberto Eco. Quiz¨¢s me lo presentar¨ªa cuando nos levant¨¢ramos al terminar la cena. Pero salimos y por fin me di la vuelta, y la mesa de Eco estaba vac¨ªa.
Quiz¨¢s la ocasi¨®n en la que estuve m¨¢s cerca de Eco fue en un restaurante de Par¨ªs, en la mesa contigua, si bien no llegu¨¦ a verlo, porque estaba a mi espalda
Aquella suma de azares no se repiti¨®. No volv¨ª a ver a Umberto Eco, ni de cerca ni de lejos, as¨ª que nunca pude darle las gracias por todas las cosas que hab¨ªa aprendido de ¨¦l. En la primera pensi¨®n en la que viv¨ª en Madrid, el feo invierno de 1974, me desvelaba leyendo el primer libro suyo que cay¨® en mis manos, y el que tuvo una influencia m¨¢s profunda y m¨¢s duradera sobre m¨ª, Apocal¨ªpticos e integrados ante la cultura de masas, aquella edici¨®n de Lumen con Superman en la portada sobre un fondo blanco. Dado el rancho intelectual e ideol¨®gico del que sol¨ªamos alimentarnos entonces, aquel libro era un deslumbramiento de inteligencia, conocimiento e iron¨ªa que lo forzaba a uno a abrir los ojos a la presencia real de las cosas, a leer con atenci¨®n verdadera los libros y mirar las im¨¢genes. La perspicacia lectora y pl¨¢stica de Eco era m¨¢s estimulante todav¨ªa por su falta de prejuicios. Su sentido cr¨ªtico para detectar lo sentimental y lo kitsch en la obra de autores canonizados ¡ªPicasso, Heming?way, Bradbury¡ª era compatible con la evidencia de su capacidad de disfrutarlo todo, todo lo que mereciera respeto y fuera memorable en la cultura pop.
Uno devoraba sus an¨¢lisis formales de una tira de Charlie Brown o una p¨¢gina de un c¨®mic policial de los a?os cuarenta con el mismo inter¨¦s, y con el mismo provecho, que sus reflexiones sobre el virtuoso esc¨¢ndalo de San Bernardo de Claraval en el siglo XII al contemplar las figuras irreverentes y fant¨¢sticas labradas en los capiteles rom¨¢nicos. El libro se public¨® por primera vez en 1964: en vez de dejarlo obsoleto, los cambios tecnol¨®gicos radicales del ¨²ltimo medio siglo lo han vuelto m¨¢s actual. La pesadumbre de los apocal¨ªpticos de entonces hacia la televisi¨®n, los tebeos y la m¨²sica pop se parece mucho a la de los de ahora frente a Internet y las redes sociales. Pero igual de tonto, y hasta peligroso, es el entusiasmo incondicional de los integrados, que abrazan cada novedad tecnol¨®gica como un adelanto del para¨ªso terrenal.
Qu¨¦ pena no haber estrechado nunca la mano de Umberto Eco. Estuve cerca, eso s¨ª.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.