Edmund de Waal: ¡°Una obsesi¨®n hay que saberla llevar¡±
Los nazis destinaban le?a a fabricarla aunque escaseara para los crematorios y obsesion¨® a los emperadores chinos. El escritor novela la historia de la porcelana
Caol¨ªn y petunse. Los dos materiales de cuyo matrimonio surge la masa de la porcelana forman la met¨¢fora de la vida de Edmund de Waal (Nottingham, 1964). Escritor y ceramista, mezcl¨® sus dos pasiones en La liebre con ojos de ¨¢mbar (Acantilado, 2012), en la que contaba la historia de su familia a trav¨¦s de una colecci¨®n de figuras de porcelana. Ahora vuelve con El oro blanco (Seix Barral), donde el Edmund de Waal personaje recorre la historia de este material, desde la China imperial hasta la actualidad, pasando por Viena, Londres, Versalles o Dresde, y deteni¨¦ndose en los hombres que hicieron avanzar su industria. Tambi¨¦n, en sus puntos oscuros, y en la fascinaci¨®n que por la porcelana sintieron figuras como Hitler o Mao.
De Waal es alto y se mueve con el paso un poco desgarbado de quien se ha pasado la vida agachado sobre un torno. Recibe a Babelia en su taller, una antigua f¨¢brica de armas reconvertida. Todo es luminoso, todo es di¨¢fano y blanco, un color que es su obsesi¨®n personal y que convierte en la idea central del libro: la b¨²squeda obsesiva de lo que el blanco esconde.
PREGUNTA. En un momento del libro, usted recuerda una entrevista promocional de su anterior novela en la que se define como ceramista en vez de como escritor. ?Sigue pens¨¢ndolo?
RESPUESTA. Pienso en m¨ª mismo como alguien que usa sus manos para construir ¡°cacharros¡±. Pero hay una relaci¨®n muy importante entre esa forma en la que yo esculpo y la forma en la que pienso a la hora de fabricar con las palabras. Poner una palabra detr¨¢s de otra, construir una frase, una p¨¢gina. Este libro est¨¢ muy pensado en cuanto a estructura. He procurado que los cap¨ªtulos funcionen como piezas aisladas que se interconectan. Para m¨ª es la misma idea, la de construir.
P. En el libro queda clara su formaci¨®n como ceramista, pero ?c¨®mo es su formaci¨®n como escritor?
R. Cuando empec¨¦ a escribir no hab¨ªa encontrado mi voz. Mis primeros escritos estaban muertos. Entonces, cuando escrib¨ª La liebre con ojos de ¨¢mbar y me introduje a m¨ª mismo en el libro, eso me permiti¨® expresarme de otra manera. Fue un momento de descubrimiento. El libro no era un libro de historia, ni un libro de memorias, ni mi autobiograf¨ªa, era todo eso y m¨¢s. En este libro he usado esa t¨¢ctica tambi¨¦n. Me permite introducir una historia muy personal, la m¨ªa, y a la vez contar la de la porcelana.
¡°Todo empez¨® a los cinco a?os. En ese momento, al coger la masa, supe
P. ?C¨®mo empieza su amor por estos ¡°cacharros¡±?
R. Fue muy temprano, a los cinco a?os ca¨ª rendido ante este material. Cuando tienes la arcilla en la mano sientes que todo parece posible. Luego est¨¢ el entrenamiento, claro, es como un pianista: miles y miles y miles de horas de trabajo. Pero todo empez¨® a los cinco a?os. En ese momento, al coger la masa, supe que esta arcilla iba a ser mi m¨²sica.
M¨¢s adelante, De Waal nos ense?ar¨¢ en profundidad su taller y nos invitar¨¢ a moldear la arcilla. Es como plastilina a la que se le pueden dar infinitos pellizcos. Y a cada pellizco se va estrechando, hasta hacerse fina como el papel. No huele a nada, y deja un poso en las manos, una aspereza. Tambi¨¦n ense?a el kiln (el horno para coger la masilla) y sus piezas. Son tan ligeras que levantarlas es como levantar una figura de papel. Las mejores, las m¨¢s finas, son transl¨²cidas: a trav¨¦s de ellas puede verse la sombra de la mano.
P. Hablando de horas de trabajo, en el libro usted menciona una y otra vez lo importante que es el fracaso.
R. Es algo cr¨ªtico para todo. Estos trozos de porcelana de hace mil a?os que hay sobre la mesa los recog¨ª en la ciudad china de Jingdezhen. Cuando los recog¨ª supe perfectamente lo que sus creadores hab¨ªan sentido. En la ¨²ltima hornada hice cinco piezas. Ayer. Al abrir el kiln, solo hab¨ªan salido bien tres. La porcelana se rompe siempre. Siempre sale mal. El secreto es, como dec¨ªa Beckett, fallar mejor.
P. ?Qu¨¦ significa el blanco para usted?
R. Hay muchos significados. Es el principio. Hay una similitud entre la arcilla blanca y la p¨¢gina en blanco. Es una pregunta sin fin, algo que me obsesiona, algo en lo que cabe todo. La luz, la pureza. Tambi¨¦n el terror. El blanco es el final, es quedarse en blanco, es ser borrado. El blanco es la mezcla de todos los colores. Tambi¨¦n contiene el negro, todo lo malo asociado a la porcelana. Hay algo terror¨ªfico en la idea de la pureza absoluta. Sobre todo si tienes poder.
La porcelana ha sido siempre un objeto codiciado. En la Alemania nazi, la porcelana cobr¨® importancia para Hitler, e incluso Himmler se hizo con su propia f¨¢brica. En un momento del libro, De Waal se encuentra en el campo de trabajo de Dachau, donde se fabricaba gran parte de la porcelana nazi. All¨ª descubre una carta en la que se dice que debido a la escasez de recursos, no habr¨¢ le?a para los crematorios, solo para los talleres de porcelana.
P. Sobre ese lado oscuro de la pureza, ?c¨®mo se enfrenta al hecho de que algo que ama tanto fuera importante para gente como Hitler, Himmler o Mao?
R. La verdad es que yo pensaba que hab¨ªa encontrado un buen final para el libro. Pero entonces me di de bruces con la historia de Dachau y la porcelana nazi. Es una historia extra?a, que se sumerge en esta cuesti¨®n de la pureza, y el mal que puede encerrar. Hitler y Himmler amaban esta idea de pureza. Quer¨ªan un buen material, una porcelana aria, que reflejara su propio poder. Agasajaban a sus camaradas con porcelana, como los emperadores chinos lo hac¨ªan mil a?os antes. Este material es blanco, pero no es tan inocente como parece. Despu¨¦s de descubrir esta historia, sigo amando la porcelana, pero la miro de otra manera.
P. Durante el libro repite que siempre hay un precio por una obsesi¨®n. ?Qu¨¦ precio ha pagado usted por la suya?
R. El precio que he pagado es el libro en s¨ª. El libro que me ha alejado de mi familia y de mi hogar en este viaje a lo largo del mundo. No poder desconectar. Volver de estos viajes y decirle a mi mujer y mis hijos que ya estaba, que el libro estaba terminado, pero dentro de m¨ª seguir pensando en ello, esperar el momento de ignici¨®n en que una idea me arrastre, y no saber d¨®nde puede llevarme. No puedo quejarme de la vida que llevo, de verdad. Pero una obsesi¨®n hay que saber llevarla. Hay que saber lidiar con el resto de cosas en las que puede interferir.
P. Pero al final del libro usted tiene un resentimiento. Se queja de que estaba llamado a ser el ¡°emperador del blanco¡± y se pregunta d¨®nde queda aquello. ?Tan lejos est¨¢ de donde pretend¨ªa llegar?
R. Claro, porque yo he fallado. Quer¨ªa ser el emperador del blanco y ?qu¨¦ tengo? Miles de trozos de cacharros, algunos documentos y mapas, este libro que he escrito sobre la porcelana. Pero como en Moby Dick, la pregunta sobre el secreto del blanco sigue en el aire. Pero no pasa nada. De eso se trata. Falla mejor.
P. Por curiosidad, ?cu¨¢ntos cacharros ha hecho a largo de su vida?
R. Uf¡, buena pregunta. Tendr¨ªa que pensarlo, la verdad es que no lo s¨¦¡ Unos 100.000, creo. Como dec¨ªa mi maestro, a partir de los 30.000 primeros fracasos, las cosas empiezan a mejorar.
De Waal muestra con orgullo sus trofeos antes de posar para el fot¨®grafo. Su perra, Isla, que trota por todo el taller, insiste en salir en la foto, as¨ª que De Waal coge uno de sus juguetes y lo lanza escaleras abajo para despistarla. La porcelana podr¨¢ ser transl¨²cida. Los perros, no.
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