Tom¨¢s Espina, el artista perplejo
La muestra 'Ya fui mujer' re¨²ne acuarelas y m¨¢scaras del artista argentino
De los muchos ecos que resuenan en el t¨ªtulo de la muestra Ya fui mujer (verso de bolero, confesi¨®n queer, queja de actor condenado a papeles de travesti), hay uno que podr¨ªa inaugurar un gui¨®n de ciencia-ficci¨®n hindu¨ªsta. Supongamos un mundo donde las reencarnaciones se asignan en dependencias p¨²blicas. Tom¨¢s Espina (Buenos Aires, 1975) ha comparecido ante la oficina de su distrito para saber qu¨¦ vida le espera. ¡°Mujer¡±, le dicen. El artista objeta: ¡°Ya fui mujer¡±. La pregunta que queda impl¨ªcita es: ¡°?No habr¨¢ alguna otra cosa para m¨ª?¡± Es cierto que la muestra de Espina no la responde del todo; pero la formula entre l¨ªneas, y el modo en que la merodea es lo suficientemente estimulante para que no nos hagan falta respuestas.
Como quiera que se lo interprete, Ya fui mujer suena como un veredicto sobre el pasado que hace pensar en el futuro: el acento ¡ªel brillo del misterio¡ª no cae tanto en lo que ese yo ha sido como en lo que ser¨¢. Aplicado al g¨¦nero, adem¨¢s, el giro reescribe una vieja esencia de la tradici¨®n (la identidad) en clave opcional, como si la identidad sexual fuera una contingencia m¨¢s (m¨¢s o menos perversa, m¨¢s o menos instrumental, pero siempre aleatoria) dentro de una serie que promete otras igualmente entretenidas: ya fui mujer ¡ªahora ser¨¦ animal, o piedra, o planta, o polvo c¨®smico... S¨®lo que en la muestra de Espina no hay rastro alguno de ¨¦nfasis, nada que empa?e la belleza de su nombre con la pompa de un statement de contemporaneidad profesional. Cuando dice que ya fue mujer, Espina no desaf¨ªa ni quiere provocar. El tono del artista es modesto, casi tr¨¦mulo, y lo mejor es que est¨¢ visiblemente perplejo. Es raro que un artista ponga en escena su propia perplejidad.
Si el t¨ªtulo mira al pasado y al futuro al mismo tiempo, la muestra, en cambio, parece abismarse en el presente, que es el r¨¦gimen temporal de la perplejidad. Todo sucede simult¨¢neamente: mientras Espina declara haber sido mujer y se pregunta por la nueva identidad que se avecina, su arte est¨¢ como ensimismado en un ahora compuesto de indecisi¨®n, temblor, incertidumbre. Espina expone dibujos en carbonilla, acuarelas y m¨¢scaras en arcilla; son registros, t¨¦cnicas y materiales lo suficientemente heterog¨¦neos como para desautorizar cualquier ¡°aire de familia¡±. Pero hay un adn en Ya fui mujer, y es la idea de que todas las obras parecen sorprendidas in medias res, en el trance de una mutaci¨®n cuyo desenlace ignoramos.
Las acuarelas encarnan esa idea en su misma materialidad, fluida, aluvional, proclive al desborde y la irregularidad, pero la hacen expl¨ªcita y la exploran en el modo complejo en que trabajan con la ¡°figura¡±, la figura humana en particular, y sobre todo la figura humana tal como la codific¨® la escultura occidental en el siglo XIX. No hay exactamente antropomorfismo en las formas l¨ªquidas, licuadas, de Espina, pero Rodin y todo su repertorio de poses de m¨¢rmol est¨¢n all¨ª, en alguna parte, no se sabe si antes de las obras o despu¨¦s, como su pasado perdido o su promesa, su origen o su ideal.
Lo mismo sucede con las cuarenta m¨¢scaras que se exhiben, perfectamente alineadas, en un viejo mueble con estantes de madera, plausible ready-made del estudio del artista. (Me cuentan que en las primeras semanas de la exposici¨®n hubo otro, una larga mesa de trabajo cubierta de dibujos en papel, pero el artista mismo la retir¨® para preservarla; probablemente bajo la influencia del museo permisivo que funciona en el primer piso del Centro Cultural Recoleta, llamado Prohibido no tocar, parece que el p¨²blico iba llev¨¢ndose de a poco todas las obras.) Hay algo vagamente mitol¨®gico en esos tortuosos simulacros de rostros, una especie de vestigio griego o precolombino tosco, caricaturesco, deformado y aun ridiculizado por la fidelidad escolar al estereotipo, la premura brutal de la ejecuci¨®n o la incompetencia impertinente del que no cree en el valor de imitar o ejecutar. En esas muecas desaforadas repercute carnavalizado algo del esp¨ªritu eminente que anima el otro grupo de dibujos de Ya fui mujer, los ¡°s¨®lidos plat¨®nicos¡±, serie de carbonillas que reversionan los poliedros esot¨¦ricos discutidos por Plat¨®n en el Timeo.
En la muestra de Espina no hay rastro alguno de ¨¦nfasis, nada que empa?e la belleza de su nombre con la pompa de un statement de contemporaneidad profesional
Pero el trazo es grueso, como de c¨®mic alternativo, la carbonilla ensucia, desti?e y se borronea, menoscabando la pureza formal de la geometr¨ªa, y las m¨¢scaras son de arcilla cruda, sin pintar, lo que basta para hermanarlas con esas piezas de artesan¨ªa barata que comparten cartel con macetas y canteros en las estanter¨ªas de los viveros de suburbios. Por un lado, pues, las m¨¢scaras aluden a un pasado m¨ªtico, cultural, prestigioso; por otro, a la condici¨®n bastarda, artesano-seriada, de un vulgar museo de calcos. No en vano Espina se da el lujo ir¨®nico de contrabandear entre ellas un busto del general Per¨®n, o de exhibirlas montadas sobre esos pedestales de yeso industriales que se compran en las tiendas de art¨ªculos de dibujo.
?Con qu¨¦ trabaja ahora Espina, que antes lidi¨® con p¨®lvora y con holl¨ªn y que en 2009 gan¨® el premio Petrobras de la Feria ArteBA con una habitaci¨®n quemada? Con una materia menos evidente pero quiz¨¢ m¨¢s voraz que el fuego: con tiempo. La delicadeza de la acuarela parece estar lejos de la ¨®rbita de violencia y trauma que el artista explor¨® durante la primera d¨¦cada del milenio, pero all¨ª est¨¢ la carbonilla para recordarnos que todo, en el fondo, linda con la combusti¨®n. El presente inestable donde se despliegan las obras de Ya fui mujer no es sino la plataforma desde la que Espina se permite evocar, a la vez, la gravedad de un mundo arcaico y un horizonte futuro todav¨ªa sin forma. Como Tiresias, Espina ya fue mujer; ahora, a mitad de camino entre el esoterismo y la arqueolog¨ªa, la escultura y la artesan¨ªa popular, el ritual primitivo y la vulgaridad, le llega el turno de preguntarse ?qu¨¦ soy?, que es lo m¨¢s profundo, in¨²til y regocijante que puede preguntarse un artista.
Hay algo vagamente mitol¨®gico en esos tortuosos simulacros de rostros, una especie de vestigio griego o precolombino tosco, caricaturesco
Ya fui mujer. Tom¨¢s Espina. Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires
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