Giner de los R¨ªos o el viaje al interior del exilio
Miles de documentos que retratan con detalle el exilio republicano han sido entregados por la familia al Ateneo Espa?ol en M¨¦xico
El arc¨®n qued¨® sin usar. Tambi¨¦n la plaza en el barco de vuelta. Durante 30 a?os, Bernardo Giner de los R¨ªos (1888-1970) pag¨® religiosamente a la empresa de mudanzas para tener listo el regreso definitivo a Espa?a. Pag¨® por un sue?o, por algo que posiblemente no ten¨ªa precio y que nunca lleg¨® a ocurrir. El viejo dem¨®crata, sobrino del creador de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, arquitecto pionero, diputado de Uni¨®n Republicana, ministro de Comunicaciones y Transportes y luego, ya en tierras americanas, secretario general de la Presidencia de la Rep¨²blica (1945-1960) y presidente del Consejo de Defensa (1960-1965) muri¨® en la Ciudad de M¨¦xico a los 82 a?os. El arc¨®n qued¨® vac¨ªo, pero durante tres d¨¦cadas, Giner de los R¨ªos no dej¨® de almacenar el material con el que forj¨® su sue?o; miles de documentos, cartas y fotograf¨ªas que retratan con detalle las interioridades del exilio republicano y que ahora han sido entregados por la familia al Ateneo Espa?ol en M¨¦xico para su estudio y digitalizaci¨®n.
El archivo lo forman siete cajas. Los legajos abarcan desde 1940 hasta 1969, e incluyen documentaci¨®n personal, notas pol¨ªticas e institucionales y una nutrida correspondencia en la que destacan cartas aut¨®grafas de Manuel Aza?a, Diego Mart¨ªnez Barrios y Claudio S¨¢nchez-Albornoz. La historia desfila por estos papeles, pero tambi¨¦n su letra peque?a. Di¨¢logos epistolares con detalles ¨ªntimos y menudencias econ¨®micas; ¨¢lbumes familiares, escritos extenuantemente burocr¨¢ticos y otros de tonos desabridos, como los del presidente en el exilio S¨¢nchez-Albornoz (1893-1984), que dejan traslucir tanto el orgullo del personaje como las angustias pecuniarias de su mandato.
¡°El Consejo de Defensa debe hacer mucho m¨¢s [¡], debe comunicar al Gobierno los latidos de la emigraci¨®n espa?ola en M¨¦xico, tan numerosa, tan poderosa y tan lejana. Y debe ayudarle a vivir econ¨®micamente. La emigraci¨®n es rica. Y el Gobierno no dispone de un solo real para la acci¨®n pol¨ªtica. Y no es posible so?ar con derrotar a Franco vegetando sin recursos en Boulogne, sin poder enviar gentes a Espa?a, sin poder hacer una propaganda intensa e incluso sin que los ministros puedan desplazarse m¨¢s all¨¢ de la banlieu de Par¨ªs. Si esa situaci¨®n no cambia, dimitir¨¦¡±, escrib¨ªa S¨¢nchez-Albornoz el 3 de marzo de 1965.
El terreno m¨¢s f¨¦rtil es aquel que le muestra como librepensador y testigo de un tiempo excepcional
Aunque M¨¦xico jam¨¢s reconoci¨® a la Espa?a franquista y mantuvo su lealtad institucional a la Rep¨²blica, estas dificultades financieras resultaron una constante del exilio. Una cuesta arriba que no logr¨® fatigar las enso?aciones republicanas. Ni siquiera las m¨¢s fatuas. En el archivo hay constantes referencias a operaciones secretas y misiones imposibles destinadas a derribar al gigante franquista. Una carta de 1961, escrita por el vicepresidente del Consejo de Defensa de la Rep¨²blica, Juan Hern¨¢ndez Saravia, lo atestigua. ¡°Como encargado de los asuntos militares, [tengo como misi¨®n] valerme de agentes clandestinos que de modo secreto y muy discretamente realicen una labor de captaci¨®n de los jefes militares del Ej¨¦rcito franquista a fin de conseguir que abandonen a Franco o se subleven, lo que considero capital para la ca¨ªda de Franco, ya que son el principal sost¨¦n del r¨¦gimen¡±.
M¨¢s all¨¢ de estas ficciones, destinadas a mantener la moral alta cuando ya todo estaba perdido, el archivo tambi¨¦n recoge las vicisitudes vitales y profesionales de Giner de los R¨ªos. Una parte de los documentos refleja su trabajo como arquitecto, responsable de la construcci¨®n de 40 grupos escolares durante la efervescencia republicana en Espa?a. Pero quiz¨¢ el terreno m¨¢s f¨¦rtil es aquel que le muestra como librepensador y testigo de un tiempo excepcional.
Consciente del valor de su peripecia, el republicano, que durante su etapa de ministro particip¨® en el salvamento de las obras del Museo del Prado, alberg¨® el deseo de escribir una autobiograf¨ªa. ¡°Una Historia de una familia y de una ¨¦poca que es como me inclino a que se llame¡±, se?ala en un texto manuscrito de 1956. Este af¨¢n le persigui¨® toda su vida. Pero nunca pudo culminarlo. La desaz¨®n por una tarea que superaba sus posibilidades emerge una y otra vez en sus escritos: ¡°?Tendr¨¦ tiempo, reposo y medios alg¨²n d¨ªa para realizar esta mi ¨²nica ilusi¨®n? All¨¢ veremos. Son muchos a?os que llevo preparando esta obra de excesiva ambici¨®n¡±.
Giner de los R¨ªos, como tantos otros, acab¨® sus d¨ªas en M¨¦xico, sin ver morir al dictador. Sus ¨²ltimos pasos estuvieron cargados de amargura. Visit¨® Espa?a fugazmente para presenciar la agon¨ªa y entierro de su hermana, y a su regreso, se desmoron¨®. ¡°El viaje a Espa?a le hizo sentirse un traidor a s¨ª mismo, no se perdon¨® pisar el pa¨ªs con Franco a¨²n vivo. Cuando falleci¨®, descubrimos que hab¨ªa dejado de tomar las medicinas y que las hab¨ªa escondido debajo de su cama. Muri¨® de tristeza¡±, recuerda su nieta Laura Alfonseca.
Franco le sobrevivi¨® cinco a?os. Pero no le derrot¨®. Pese a su victoria militar, jam¨¢s pudo apagar la llama prendida por el exilio. ¡°El dictador nunca quiso reconocer a los republicanos como espa?oles. Y tuvo que ser M¨¦xico quien les diese una patria¡±, explica la directora del Centro de Estudios y Migraciones y Exilios, Mar¨ªa Luisa Capella.
Ahora, 45 a?os despu¨¦s de su muerte, muchos de los papeles de Giner de los R¨ªos y con ellos una parte de la historia de Espa?a, vuelven, con ayuda de la Consejer¨ªa de Educaci¨®n de la Embajada, a M¨¦xico y al Ateneo Espa?ol, constituido en un centro de la memoria. ¡°Los que conocen su historia, tienen la oportunidad de repetir sus aciertos¡±, afirm¨® el embajador de Espa?a, Luis Fern¨¢ndez-Cid, en el acto de entrega celebrado el lunes. El archivo, como el arc¨®n que nunca lleg¨® a Espa?a, ya solo espera que alguien est¨¦ dispuesto a llevarlo a su destino.
Una paella que tard¨® casi 40 a?os en hacerse
Aquella paella tuvo un sabor especial. Preparada en el Colegio Madrid, como todos los a?os, congreg¨® a su alrededor a lo m¨¢s granado del exilio en M¨¦xico. Entre ellos, figuraban el presidente de la Generalitat de Catalu?a en el exilio, Josep Tarradellas, y el antiguo presidente del Gobierno de la Rep¨²blica Jos¨¦ Giral. Fue este ¨²ltimo quien ese s¨¢bado dijo en voz alta lo que todos esperaban o¨ªr: aquel iba ser el ¨²ltimo a?o en que celebrar¨ªan esa comida en M¨¦xico; el viaje de vuelta a Espa?a estaba a punto de llegar.
Era el 21 de abril de 1956. Hab¨ªan pasado pr¨¢cticamente 20 a?os desde el inicio de la Guerra Civil y dos meses antes en Espa?a hab¨ªa surgido una ins¨®lita protesta universitaria. En un episodio fulminante, donde falangistas y militares ense?aron sus dientes, j¨®venes rebeldes como Enrique M¨²gica, Javier Pradera y Ram¨®n Tamames hab¨ªan sido detenidos y la Complutense tuvo que cerrar sus puertas. Los incidentes, que acarrearon la dimisi¨®n del rector, Pedro La¨ªn Entralgo, y la destituci¨®n del ministro de Educaci¨®n, Joaqu¨ªn Ruiz-Gim¨¦nez, marcaron el inicio de un tiempo de protesta, pero tambi¨¦n, como tantos otros sucesos de aquellos a?os, fueron un espejismo. El r¨¦gimen se mantuvo firme y aplast¨® cualquier conato democratizador.
Pero en M¨¦xico, la distancia, lejos de amortiguar los acontecimientos, les dio mayor valor. El sue?o de un pronto retorno, que nunca se hab¨ªa perdido, reverdeci¨®. Uno de los presentes en la paella, el exministro republicano y arquitecto Bernardo Giner de los R¨ªos, recogi¨® ese instante de ilusi¨®n en sus notas personales: ¡°Giral lo dijo con alegr¨ªa y con tristeza porque eso representa que en pocos meses podremos volver a Espa?a y que tenemos que hacernos a la idea de abandonar M¨¦xico¡±. Franco a¨²n tardar¨ªa casi otros 20 a?os en morir.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.