¡°Me da igual que la gente no lea, la mayor¨ªa de libros son una birria¡±
Eduardo Mendoza sacude las convenciones del escritor moderno y los planes de fomento de la lectura para reivindicar las humanidades ¡°porque s¨ª¡±
No hab¨ªan aparecido por los alrededores del centro de Congresos de San Juan, las iguanas verdes que se dejaron ver al sol hacia mediod¨ªa, cuando Eduardo Mendoza, sac¨® el agudo l¨¢tigo de la iron¨ªa para despertar a los m¨¢s ma?aneros. A eso de las 8.30, el autor de La ciudad de los prodigios conect¨® con un auditorio lleno al definirse como un autor moderno: ¡°Ese que a ratos escribe y a ratos pasa su tiempo impartiendo charlas por ah¨ª¡±.
En cada encuentro que rehuye, ese escritor siglo XXI, despeja bolos que dejan poco beneficio y desgrana ocurrencias a tanto la sesi¨®n. Pero tarde o temprano tiene que enfrentarse casi siempre a dos molinos: ¡°El de la necesidad de fomentar la lectura entre los j¨®venes y el de impartir talleres¡±, comentaba un Mendoza impert¨¦rrito, sereno y provocador.
¡°Al primero siempre me niego por varias razones: primero porque es una actitud un poco mendicante. A m¨ª me da lo mismo que la gente lea o no lea y si no lo han hecho hasta ahora no van a empezar porque yo se lo recomiende. Adem¨¢s, la mayor¨ªa de libros que nos rodean no sirven para nada. Son una birria¡±.
El segundo molino, resulta cada vez m¨¢s temible para el escritor moderno. ¡°El de los talleres. Este es un fen¨®meno reciente que cobra importancia capital en el terreno de la literatura¡±. Pero peligroso y contraproducente, a juicio de la afilada sorna de Mendoza: ¡°Sustituye en muchos casos al libro mismo. Porque el tiempo que las personas que acuden emplean para leer, lo sustituyen en ese caso por escribir su propio libro¡±.
Un bucle letal, pues. ¡°Producen un efecto perjudicial, equivocado¡±. Un boomerang insolente y envenenado que un buen d¨ªa decidi¨® resolver a lo grande: ¡°Propuse en un taller que los alumnos me escribieran una composici¨®n libre, pero en endecas¨ªlabos. Tuve que salir escoltado por la polic¨ªa. A mi juicio, perdieron una experiencia ¨²nica¡±, comentaba. ¡°Yo no he escrito jam¨¢s poes¨ªa, pero la he traducido. El ejercicio complicado de enfrentarte a versos endecas¨ªlabos o alejandrinos, una vez lo vences, se convierte en una tarea mec¨¢nica y puedes acabar en el supermercado haciendo la compra en ese registro¡±.
Poco a poco fue Mendoza encontrando alguna raz¨®n para defender la necesidad de las humanidades. Era su tarea ante los participantes en el congreso. Una lidia que decidi¨® amarrar mediante la comicidad cervantina de su labia reflexiva y ante las carcajadas de los m¨¢s madrugadores. ¡°Las humanidades son un fin en s¨ª mismo y hay que defenderlas porque s¨ª¡±. Juegan en su contra el pensamiento pol¨ªtico y el l¨²dico. Est¨¢n rodeadas. Pero ante esa emboscada deben emplear sus armas, ¡°con violencia, no necesariamente f¨ªsica, aunque no debemos descartarla del todo¡±, solt¨®, ante un auditorio, entre fascinado y desconcertado.
¡°Y ese papel debe caer en los maestros, que son los soldados de infanter¨ªa en este caso, los que quedan en primera l¨ªnea, dispuestos a enfrentarse a un pelot¨®n de alumnos que no quiere aprender lo que es una sin¨¦cdoque o un pleonasmo. Pero hay que hacerlo porque s¨ª, sin m¨¢s, no porque resulte divertido, sino porque se trata de algo imprescindible para la vida¡±.
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