De la pasi¨®n y el deseo
La ambivalencia de Erwin Olaf muestra en M¨¢laga un signo de nuestro tiempo: los dispositivos sociales, que recortan los derechos y corrompen las emociones
Una mujer conmovida. De pie junto al tel¨¦fono, su emoci¨®n es tan fuerte como contenida. No es f¨¢cil saber cu¨¢l: ?expectativa, logro largo tiempo esperado, desgracia irremediable, ino?portuno contratiempo? Qu¨¦ pueda ocurrirle se deja a la fantas¨ªa del espectador. ?l corre con las alternativas.
La indefinici¨®n narrativa no es la ¨²nica ambig¨¹edad en la obra de Erwin Olaf (Hilversum, Holanda, 1969). En esa misma serie, Hope (2005), Hallway deja en el aire qu¨¦ relaci¨®n (si la hay) mantienen el chico y la joven de la foto, pero adem¨¢s, aunque su mutuo aislamiento recuerda al de las figuras de Hopper (Anochecer de verano, por ejemplo), los cuidados detalles del interior, revival de los primeros sesenta, remiten m¨¢s bien a las estampas de Norman Rockwell.
Esa doble tensi¨®n cruza casi todas las obras. Incluso las de la serie Grief (2007), cuyas figuras parecen afectadas por el arranque de un intenso dolor. Tal ambivalencia formalmente tiene que ver con el temple del trabajo de Olaf. La c¨¢mara no sorprende a los personajes, como ocurre en el cine, ni los toma en la cercan¨ªa caracter¨ªstica de Sander, sino que los recoge con la distancia propia del espacio teatral. Esto no s¨®lo ocurre en las dos series citadas, que Olaf realiza con escenograf¨ªas construidas en su estudio, sino tambi¨¦n en Berl¨ªn (2012), que transcurre en enclaves de esta ciudad: estadio ol¨ªmpico, la sede de una logia mas¨®nica, una piscina frecuentada por jerarcas nazis o una sala de baile c¨¦lebre en los a?os de Weimar. En ¨¦sta el autor coloca a tres ancianas maquilladas que parecen escapadas de un cuadro de Dix. La dimensi¨®n escenogr¨¢fica promueve el impulso a narrar y a la vez hace que las figuras crezcan en el umbral de la inautenticidad: expectativa, dolor, memoria, aislamiento, pero tambi¨¦n un cierto aire de representaci¨®n con rasgos de trivialidad.
A entender esa tensi¨®n ayuda Le dernier cri (2006). V¨ªdeo y fotos muestran el interior de una casa (dise?o tan cuidado como convencional) y dos personajes desfigurados por implantes que cruzan el umbral de lo grotesco. El orgullo de ambos por sus actuales rostros ¡ªnuevo sarcasmo con ecos de Dix¡ª sugiere que pasi¨®n y deseo, en este tiempo nuestro, tambi¨¦n andan desfigurados, encauzados por la moda, la correcci¨®n pol¨ªtica, la resignaci¨®n econ¨®mica, los vaivenes de la informaci¨®n y otros tantos dispositivos que llegan hasta aspectos b¨¢sicos de la vida y los canalizan.
Por eso un trabajo como Keyhole (2012) es primero pat¨¦tico y despu¨¦s turbador. Lo integran im¨¢genes de una sola figura vista de espaldas y casi pegada a la pared. Todas parecen invadidas por la verg¨¹enza m¨¢s ¨ªntima, la que no se verbaliza ni aun a uno mismo. A las fotos se a?aden escenas dom¨¦sticas que el espectador atisba a trav¨¦s del ojo de una cerradura. La banalidad de estos hechos hace sospechar de la desaz¨®n de los avergonzados: ?qu¨¦ yo la impulsa?, ?el que descubre su conformismo o el que lamenta su torpeza para seguir los senderos socialmente aceptados?
La ambivalencia de Olaf, entre el patetismo y el kitsch, el deseo y un dorado conformismo, quiz¨¢ muestre un signo de nuestro tiempo: los dispositivos sociales, que recortan derechos, sueldos y trabajo, tambi¨¦n corrompen la pasi¨®n y el deseo. Tal vez por eso las figuras m¨¢s vivas de Olaf sean las adolescentes: ellas mantienen a¨²n el vigor del buen salvaje. ?
Erwin Olaf. Celda de emociones.?Centro de Arte Contempor¨¢neo. M¨¢laga. Hasta el 1 de mayo.
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