Un hogar llamado Auschwitz
¡°No es cosa f¨¢cil ser una excepci¨®n¡±. Imre Kert¨¦sz, que muri¨® en Budapest la semana pasada, repiti¨® esta frase en varios de sus libros y en su discurso del Nobel de 2002. Se entiende la insistencia porque esas siete palabras explican bien la angustia que subyace en su obra y en la de otros supervivientes del Holocausto. Unos encontraron en la literatura un b¨¢lsamo. Otros, la v¨ªa hacia el suicidio. Fue el caso de Tadeusz Borowski, que se quit¨® la vida tras escribir los relatos de Nuestro hogar es Auschwitz (Alba), decisivos para el propio Kert¨¦sz.
El a?o pasado se cumplieron 70 del final de la Segunda Guerra Mundial y de la liberaci¨®n de los campos nazis y ambos hechos fueron conmemorados dignamente. Hay, sin embargo, un cap¨ªtulo de la literatura concentracionaria menos tr¨¢gico que el de los d¨ªas de encierro pero casi tan desasosegante: la vuelta a casa de los supervivientes. Primo Levi, que dedic¨® La tregua (El Aleph) a la odisea de nueve meses que le llev¨® de Polonia a Italia, cierra su libro contando c¨®mo tard¨® en perder la costumbre de andar mirando al suelo ¡°como buscando algo que comer¡±. Lo que no consigui¨® fue sacudirse un sue?o que empezaba con ¨¦l rodeado de amigos y terminaba devolvi¨¦ndolo al Lager. Sonaba entonces una sola palabra ¡°temida y esperada¡±, la orden del amanecer en Auschwitz: ¡°a levantarse, Wstawac¡±. Levi se tir¨® por el hueco de las escaleras el 11 de abril de 1987. La semana que viene har¨¢ 29 a?os.
Ese mismo d¨ªa, macabra coincidencia, pero de 1945 las tropas de Patton liberaron a los prisioneros de Buchenwald. Uno de ellos era Jorge Sempr¨²n, que en La escritura o la vida recuerda el impacto que le caus¨® el suicidio de Levi. Si ¨¦l mismo, escribi¨®, no hubiera esperado para narrar su experiencia habr¨ªa corrido la misma suerte: o escribir o vivir. Sempr¨²n, del que acaba de publicarse Ejercicios de supervivencia (Tusquets), acudi¨® a la conmemoraci¨®n anual de la liberaci¨®n de Buchenwald meses antes de morir en 2011. Estaba enfermo, sab¨ªa que era la ¨²ltima vez. Tomo all¨ª la palabra y puso su esperanza en los ni?os y los adolescentes del campo. A ellos les tocaba seguir testimoniando. Uno de aquellos adolescentes era Imre Kert¨¦sz, de ah¨ª que su muerte produzca la sensaci¨®n de que algo va a perderse definitivamente. No la historia de lo que sufrieron sino algo que obsesionaba a Sempr¨²n: el olor de los crematorios. Es dif¨ªcil que un libro transmita eso.
En Sin destino, obra cumbre de Kert¨¦sz, la reclusi¨®n compite en crudeza con el retorno a casa y con la mezquindad de los que le reciben. Traducidos recientemente, Y t¨² no regresaste (Salamandra), de Marceline Loridan-Ivens, o Quien as¨ª te ama (Ardicia), de Edith Bruck, retratan bien esa cara de la supervivencia. Bruck se autorretrat¨® as¨ª en un poema: ¡°Nacer por casualidad / nacer mujer / nacer pobre / nacer jud¨ªa / es demasiado / para una sola vida¡±. Solo falta a?adir el drama de ser una excepci¨®n.
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