In¨¦dito Galeano
Coincidiendo con el aniversario de su muerte, se presenta 'El cazador de historias', texto que el escritor uruguayo dej¨® terminado antes de morir
Brev¨ªsima s¨ªntesis de la historia contempor¨¢nea
Desde hace ya algunos siglos, los s¨²bditos se han disfrazado de ciudadanos y las monarqu¨ªas prefieren llamarse rep¨²blicas.
Las dictaduras locales, que dicen ser democracias, abren sus puertas al paso avasallante del mercado universal. En este mundo, reino de libres, todos somos uno. Pero ?somos uno o somos ninguno? ?Compradores o comprados? ?Vendedores o vendidos? ?Esp¨ªas o espiados?
Vivimos presos tras barrotes invisibles, traicionados por las m¨¢quinas que simulan obediencia y mienten, con cibern¨¦tica impunidad, al servicio de sus amos.
Las m¨¢quinas mandan en las casas, en las f¨¢bricas, en las oficinas, en las plantaciones agr¨ªcolas, en las minas y en las calles de las ciudades, donde los peatones somos molestias que perturban el tr¨¢fico. Y las m¨¢quinas mandan tambi¨¦n en las guerras, donde matan tanto o m¨¢s que los guerreros de uniforme.
Sagrada familia
Padre castigador,
madre abnegada,
hija sumisa,
esposa muda.
Como Dios manda, la tradici¨®n ense?a y la ley obliga:
el hijo golpeado por el padre
que fue golpeado por el abuelo
que golpe¨® a la abuela
nacida para obedecer,
porque ayer es el destino de hoy y todo lo que fue seguir¨¢ siendo.
Pero en alguna pared, de alg¨²n lugar, alguien garabatea:
Yo no quiero sobrevivir.
Yo quiero vivir.
La carta y la vida
En cierto d¨ªa de octubre de cada a?o, sonaba el tel¨¦fono en la casa de Mirta Col¨¢ngelo:
¡ªHola, Mirta. Soy Jorge P¨¦rez. Ya te imagin¨¢s por qu¨¦ te llamo.
Hoy hace diecis¨¦is a?os que encontr¨¦ aquella botella. Te llamo, como siempre, para celebrarlo.
Jorge hab¨ªa perdido el empleo y las ganas de vivir, y andaba caminando su desdicha entre las rocas de Puerto Rosales, cuando encontr¨® una de esas naves de la flota que los alumnos de Mirta arrojaban, cada a?o, a la mar. Dentro de cada botella, hab¨ªa una carta.
En la botella que encontr¨® Jorge, la carta, muy mojada pero todav¨ªa legible, dec¨ªa:
¡ªMe llamo Mart¨ªn. Tengo ocho anios. Busco un amigo por los caminos del agua.
Jorge la ley¨® y esa carta le devolvi¨® la vida.
Semillas de identidad
A mediados del a?o 2011, m¨¢s de cincuenta organizaciones de Per¨² se reunieron en defensa de las tres mil doscientas cincuenta variedades de papas. Esa diversidad, herencia de ocho mil a?os de cultura campesina, est¨¢ hoy por hoy amenazada de muerte por la invasi¨®n de los transg¨¦nicos, el poder de los monopolios y la uniformidad de los cultivos.
Parad¨®jico mundo es este mundo, que en nombre de la libertad te invita a elegir entre lo mismo y lo mismo, en la mesa o en la tele.
El perro ¡®Kanelos¡¯
Y en otra charla, en Atenas, ante los estudiantes del Polit¨¦cnico, fui acompa?ado por un perro, llamado Kanelos.
?l se acurruc¨® a mis pies, en el estrado. Yo no lo conoc¨ªa, pero ¨¦l tuvo la paciencia de escucharme, la cabeza erguida, del principio al fin. Kanelos era un perro marca perro, un perro de la calle, respond¨®n, etobado, que jam¨¢s faltaba a ninguna de las manifestaciones estudiantiles, siempre a la cabeza de todos, desafiando a los polic¨ªas.
Siete a?os despu¨¦s, en el a?o 2010, estall¨® la furia griega. Los estudiantes encabezaron la protesta contra los exterminadores de pa¨ªses, que estaban obligando a Grecia a purgar los pecados de Wall Street, y a la cabeza del griter¨ªo popular, visible entre los gases y los fuegos, hab¨ªa un perro. Lo reconoc¨ª en las fotos. Era Kanelos. Pero mis amigos griegos me dijeron que Kanelos hab¨ªa muerto, hac¨ªa un a?o y medio.
Yo les aclar¨¦ que se equivocaban. Aquel perro protest¨®n, aquel atorrante impresentable, era Kanelos. Ahora se llamaba Lukanikos, para despistar al enemigo.
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