Tras el rastro del hidalgo
Este es un viaje por algunas de las casas en las que vivi¨®, uno o mil d¨ªas, el manco de Lepanto
Hay lugares que guardan intactas las paredes que alg¨²n d¨ªa cubrieron a Cervantes, en otros cualquier huella del dramaturgo ha sido borrada por el tiempo. Alcal¨¢ de Henares, Valladolid, Esquivias, los campos de La Mancha... El alcala¨ªno dio tumbos por toda la pen¨ªnsula, y por temporadas casi siempre obligadas, allende los mares. Algunas localidades en Espa?a mantienen su memoria en casas y museos; en algunas vivi¨®, en otras solo estuvo de paso, pero todas reivindican su presencia, y su val¨ªa
Nada queda. Ni piedra, ni madera, ni hierro. No al menos los que toc¨® Miguel de Cervantes cuando a¨²n su lengua no era capaz de destilar todas aquellas palabras que lo alzaron como genio. En Alcal¨¢ de Henares (Madrid), la casa donde naci¨® fue desapareciendo poco a poco. De aquel lugar se conserva, eso s¨ª, el emplazamiento exacto, y el pozo. Ahora, frente al n¨²mero 48 de la calle Mayor, los bronces de Don Quijote y Sancho Panza, sentados sobre un banco, guardan la entrada que en otro tiempo estuvo en uno de los laterales, en el n¨²mero 2 de la calle Imagen.
El trasiego es continuo: ni?os con uniforme, excursiones de instituto, un grupo de jubilados, ni?os sin uniforme, una visita guiada para los empleados de una empresa italiana, m¨¢s ni?os. En esa casa, rehabilitada en su mayor parte en los a?os 50, solo pas¨® cuatro a?os, los primeros de su vida entre esas dos plantas vertebradas por un patio de piedra y vigas de madera. Cuenta Eva Jim¨¦nez Manero, la responsable del Museo Casa Natal de Cervantes, que las plantas divid¨ªan lo p¨²blico y lo privado. "Abajo, se dedicaban a lo social; arriba, la intimidad".
Todo eran divisiones en aquella casa ¡ªy en la mayor¨ªa de ese nivel social en la ¨¦poca¡ª, por plantas y por espacios; hombres y mujeres separados por paredes de piedra, cubiertas de tapices y pieles en invierno, en verano desnudas pero adornadas con murales que simulaban aquellos cortinajes que acababan de retirar. Alfombras, braseros y escritorios pueblan cada estancia, desde el Estrado de las Damas, lugar de reuni¨®n y visitas para ellas, sentadas a la morisca entre libros, ruecas y vihuelas de mano, hasta la habitaci¨®n del servicio, m¨¢s austera, sin tarimas que protegieran del fr¨ªo bajo las camas. "Ninguno de estos muebles son los que hab¨ªa en aquel momento, pero todos datan del siglo XVI y XVII", alude Jim¨¦nez al llegar a la cocina, algo m¨¢s peque?a de lo habitual en aquella ¨¦poca.
Muebles robustos, de madera envejecida, vasos de metal y palanganas de barro, ganchos de forja de donde cuelgan cucharones. Todo hecho para perdurar. Y en medio, frente a la chimenea, una silla partera. "El mejor lugar para dar a luz era la cocina, desde luego, uno de los lugares m¨¢s calientes de la casa y donde estaba a mano el agua hirviendo".
Quiz¨¢s en aquella cocina, entre ristras de ajos y pucheros, asomara el dramaturgo mientras su padre, Rodrigo, sordo y cirujano, sacara alguna muela o curara alguna herida. "No tuvo los estudios oficiales, y lo que se llama cirujano es m¨¢s parecido a un practicante. Adem¨¢s aqu¨ª, por la Universidad, hab¨ªa mucha competencia". Una sala en la planta baja que preside una silla de cirujano y un tratado de medicina de la ¨¦poca, ambienta la habitaci¨®n donde trabajara el hijo del licenciado en leyes Juan de Cervantes y do?a Leonor de Torreblanca, los abuelos del escritor.
De esa casa, con bodega y jard¨ªn, se march¨® arruinada la familia Cervantes. Era 1551 y el siguiente destino, Valladolid, en el barrio de Sancti Spiritus. Tampoco por mucho tiempo: dos a?os despu¨¦s, tras pasar por la c¨¢rcel y endeudado hasta el embargo, su padre volv¨ªa a Alcal¨¢. El peregrinaje cr¨®nico del dramaturgo fue quiz¨¢s espejo de los tumbos que dio el progenitor huyendo de las trampas. Hasta 1566 no hay certezas sobre el paradero del que todav¨ªa no era manco; entonces estaba en Madrid, y a partir de ah¨ª comenz¨® su periplo: Roma, Lepanto en la griega N¨¢vpaktos, la siciliana Mesina, Cerde?a, N¨¢poles, el lustro infernal del cautiverio en Argel, por fin Valencia, Madrid, Or¨¢n, Lisboa, de nuevo la capital, donde nacer¨¢ la ¨²nica hija que tuvo, Isabel de Saavedra, de su relaci¨®n con Ana Franca de Rojas.
Y entonces, Esquivias
A 45 kil¨®metros al sur de Madrid, ya en la llanura manchega, Esquivias recibi¨® a Cervantes en 1584. Una madrugadora esquiviana, la responsable de la Casa Cervantes Susana Garc¨ªa, cuenta bajo el acento y el canturreo toledano, por qu¨¦: "Cervantes viaja a Esquivias para entrevistarse con Juana Gait¨¢n, viuda de su amigo el poeta Pedro La¨ªnez, e intentar publicar su obra p¨®stuma, el Cancionero. As¨ª, debido a este viaje a Esquivias, Cervantes conoce a la que ser¨ªa su esposa, Catalina de Palacios. El noviazgo fue corto, ya que contrajeron matrimonio el 12 de diciembre de 1584 en la Iglesia Parroquial de Esquivias, bendijo la uni¨®n el cura Juan de Palacios, t¨ªo materno de Catalina".
Garc¨ªa es como la casa de Esquivias, manchega desde dentro y hacia fuera, en cada poro de sus paredes encaladas, en cada piedra de su inmenso patio, en el brocal de su pozo y el barro de sus tinajas. Ahora en el centro del pueblo, la casa donde vivi¨® el dramaturgo con su esposa era de Alonso Quijada de Salazar, un pariente lejano. "Y hombre en el que Cervantes se bas¨® para escribir el personaje de Don Quijote, hay varios documentos que demuestran su existencia", apostilla la responsable del lugar, que sabe, de memoria y por voluntad y amor a la historia del escritor, cada detalle relacionado con Cervantes, el pueblo y El Quijote. Y que cuenta, tonadillera, a cualquier visitante de la enorme casa castellana: "Y no son muchos, por desgracia, unas 7.000 visitas al a?o".
No, no son muchos para una casa de dos plantas que se mantiene, casi intacta, sobre sus cimientos. Aunque sin nada del mobiliario, cada estancia es hoy lo que fue anta?o, cuando Esquivias ten¨ªa 165 vecinos m¨¢s o menos pudientes, entre ellos 37 hidalgos, y 90 jornaleros; cuando desde el balc¨®n enrejado, a mano y sin soldadura, dicen los vecinos que Cervantes fijaba la vista en los campos que se extend¨ªan frente a ¨¦l e interpelaba a los garbanceros con un "?buena cosecha!"; cuando, al bajar a la cueva, hab¨ªa vino y viandas y pod¨ªan recorrerse los cuatro kil¨®metros de la peque?a villa a trav¨¦s de esos pasadizos a 15 grados eternos.
La misma mortalidad que Cervantes dio a algunos vecinos, convertidos en personajes del Quijote: "Por lo menos sus nombres y apellidos fueron modelos, como el morisco Diego Ricote, el bachiller Sans¨®n Carrasco, el Vizca¨ªno, Juana Guti¨¦rrez, Mari Guti¨¦rrez y Teresa Cascajo, cuyas partidas de defunci¨®n, matrimonio o bautismo aparecen en los libros parroquiales". Copias de algunos documentos como esos descansan en las vitrinas de la entrada a la casa, que a un lado se abre al patio que ahora cuenta con un escenario al aire libre (parte del inmueble es la Casa de la Cultura) y que llega hasta las cuadras, donde, hasta junio, estar¨¢ la exposici¨®n Miguel EN Cervantes. El Retablo de las Maravillas, organizada por Acci¨®n Cultural Espa?ola (AC/E), la Comunidad de Madrid y el Instituto Cervantes, con ilustraciones de David Rub¨ªn y Miguelanxo Prado (que tambi¨¦n puede verse en la casa museo de Cervantes en Valladolid).
Al otro lado, se da paso a la segunda planta, donde se ubican los dormitorios, el sal¨®n, la biblioteca, una cocina m¨¢s... todo como un espejo de una casa labriega de aquel siglo. Tinajas, calientacamas, cardas de hilo, relicarios, escritorios macizos... "No qued¨® nada de aquella ¨¦poca, pero todo fue recreado con muebles de anticuario de aquel siglo", apunta Garc¨ªa antes de llegar hasta la bodega, donde 12 tinajas de hasta tres metros ocupan dos paredes del espacio que todav¨ªa conserva el sistema de canalizaci¨®n del vino de madera.
Vuelta a Valladolid
La bodega, presente en Esquivias y Alcal¨¢ de Henares ¡ªtambi¨¦n en la casa solariega del siglo XVI en Alc¨¢zar de San Juan (Ciudad Real) que es ahora el Museo del Hidalgo, donde se recrea la vida de aquellos caballeros que inspiraron el so?ador m¨¢s conocido de las letras en castellano¡ª no aparece en Valladolid, donde lleg¨® la itinerante pareja en 1604. All¨ª, en la antigua calle del Rastro de los Carneros, junto al hospital de la Resurrecci¨®n, alquilaron el n¨²mero 9. Una del conjunto de casas que el arquitecto Juan de las Navas construy¨® en 1601. "Atra¨ªdo por la presencia de la corte en la ciudad, entre 1601 y 1606 Felipe III estableci¨® la corte all¨ª. Llegar¨ªa a finales de agosto o principios de septiembre de ese a?o, y le acompa?aban, adem¨¢s, sus hermanas Andrea, Magdalena, su hija Isabel, su sobrina Constanza y la criada Mar¨ªa de Ceballos", explica Silvia Villaescusa, responsable del Museo Casa Cervantes vallisoletano.?
Fue en aquel lugar donde redact¨® el pr¨®logo, las poes¨ªas preliminares y la relaci¨®n para solicitar el privilegio real para imprimir el Quijote. Villaescusa apunta que ese privilegio fue dado por Felipe III el 26 de septiembre de 1604: "Siendo tambi¨¦n all¨ª donde se estableci¨® la tasa para publicarlo, firmada por el escribano Juan Gallo de Andrada el 20 de diciembre de 1604". All¨ª, el matrimonio vio publicada la primera edici¨®n de la obra universal y all¨ª se alza ahora el Museo Casa de Cervantes, con certeza la casa que habit¨® Cervantes gracias a la documentaci¨®n del proceso Ezpeleta, que apareci¨® a finales del siglo XVIII y que facilit¨® la identificaci¨®n del inmueble.
"Se trat¨® de un hecho acontecido la noche del 27 de junio de 1605, cerca de la vivienda del escritor, en el que don Gaspar de Ezpeleta, caballero de la Orden de Santiago, result¨® herido, fue socorrido por los vecinos de Cervantes y muri¨® dos d¨ªas despu¨¦s. Durante las averiguaciones que se realizaron para esclarecer los hechos, se detuvo a los vecinos, a Cervantes, a su hija Isabel y a su hermana Andrea entre ellos, gracias a cuyos testimonios pudo saberse que habitaban en las casas de Juan de las Navas de la calle del Rastro", relatan desde el museo.
Como el resto de casas, esta recrea la vida y costumbres a trav¨¦s de las habitaciones. Seis en el edificio vallisoletano, precedidas por un jard¨ªn de bojes y mirtos que envuelven una fuente a ras de suelo. Detr¨¢s, el agua corre por otra fuente, junto a un pozo, ambos en el patio trasero, envuelto por altos muros.
Biblioteca y recibidor ocupan la primera planta de esta casa que Catalina y Miguel habitaron hasta 1606. Subiendo las escaleras, el recibimiento, la alcoba y la alcobilla, el estrado, el comedor y la cocina, casi id¨¦ntica a la que ocupa la planta baja de la casa esquiviana: con chimenea y bancos laterales. Aunque en este caso no corresponde a la estructura original de la casa, que s¨ª conserva todos sus techos de viguer¨ªa. Madera y bovedilla que cubrieron alguna vez la cabeza del escritor, el inmenso mundo que todav¨ªa hoy refleja el pueblo espa?ol, sus penurias, sus faltas y sus ma?as. Tambi¨¦n sus virtudes, a veces.
Desde Castilla el manco volvi¨® a Madrid: vivi¨® en el barrio de Atocha, en la calle de la Magdalena, en el n¨²mero 18 de la calle Huertas despu¨¦s, y por ¨²ltimo en una casa en la calle de Francos, esquina con la del Le¨®n, frente al mentidero de los comediantes. All¨ª muri¨®, un viernes 22 de abril de 1616. Y de todas las mudanzas, de todos las puertas tras las que se aloj¨® durante aquella ¨²ltima d¨¦cada, solo se conserva un recordatorio en piedra sobre la puerta de esa ¨²ltima. Nada m¨¢s queda.
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