¡®Don Quijote¡¯, es decir, la historia de la novela
El libro y su protagonista ilustran en grado supremo la dimensi¨®n narrativa de la vida provocando a un tiempo la risa y la adhesi¨®n con la tranquilizadora distancia de la ficci¨®n
Se ha dicho que toda filosof¨ªa es una nota a pie de p¨¢gina de Plat¨®n. Puede decirse que toda la ficci¨®n en prosa es una variaci¨®n sobre ¡®el tema del Quijote¡¯. Es muy cierto el juicio de Lionel Trilling, y en parte se entiende porque ¡®el tema del Quijote¡¯ tiene mucho que ver con las ra¨ªces mismas de la ficci¨®n como dimensi¨®n constitutiva del ser humano y como sustancia primordial de toda literatura.
La m¨¢s difundida de todas las interpretaciones del Quijote, hasta el punto de convertirse en la explicaci¨®n est¨¢ndar que en principio viene acompa?ando durante dos siglos a quien se dispone a leerlo por primera vez, la dio el romanticismo alem¨¢n: en palabras de Schelling, el tema de la obra es ¡°das Reale im Kampf mit dem Idealem¡±, ¡®la lucha de lo real con lo ideal¡¯. Hay un fondo indudable de verdad en esa interpretaci¨®n, pero si hubiera que proponer un n¨²cleo ¨²ltimo de significaci¨®n, una significaci¨®n a todas luces no buscada por Cervantes y sin embargo admisible sin la menor violencia, yo personalmente me atrever¨ªa a razonar que don Quijote ilustra en grado superlativo un rasgo fundamental de la condici¨®n humana.
Vivir, en efecto, es contar, ir cont¨¢ndonos historias. La m¨¢s modesta acci¨®n cotidiana, no digamos si crucial, supone imaginar una narraci¨®n en que nos corresponde el papel de protagonistas, ponerla a prueba frente a los condicionamientos de las circunstancias, para volv¨¦rnosla luego a contar dentro de una trama m¨¢s compleja, mejor estructurada. Don Quijote y el Quijote ilustran en grado supremo, digo, esa dimensi¨®n constitutivamente narrativa de la vida, y la ilustran provoc¨¢ndonos a un tiempo la risa y la adhesi¨®n, llev¨¢ndonos a contemplarlos con la cercan¨ªa de nuestros propios relatos, pero con la tranquilizadora distancia de la ficci¨®n.
Ese trasfondo universal, esa referencia m¨¢s o menos impl¨ªcita del Quijote a una constante de la condici¨®n humana, reviste en ¨¦l la forma de pol¨¦mica literaria, en la medida en que confronta las dos grandes direcciones de la especie de ficci¨®n que actualmente llamamos novela, en principio aut¨®nomas: una antigua, inmemorial, la otra sustancialmente moderna.
Con una modernidad perenne, este texto se configura as¨ª como un completo universo a la vez de realidad y de literatura
La antigua se centra en el relato de sucesos y pasiones extraordinarias, protagonizado por personajes que re¨²nen perfecciones de todo orden y se mueven en escenarios inaccesibles para el com¨²n de las gentes, a menudo con elementos fant¨¢sticos o sobrenaturales, en un mundo de n¨ªtidas jerarqu¨ªas y fronteras entre el bien y el mal. Cervantes ha empezado justamente su carrera con una de las variedades de esa especie, La Galatea (1585), en la l¨ªnea de la f¨¢bula pastoril de filiaci¨®n cl¨¢sica asociada con el relato sentimental de la tard¨ªa Edad Media. Y su ¨²ltima obra ser¨¢n Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617), con su incesante despliegue de peripecias (raptos, naufragios, maravillas...) que complican el destino de los dos j¨®venes y mod¨¦licos enamorados.
Al margen de esa tradici¨®n milenaria, desde el siglo XVI fluye independientemente otra modalidad de escritura: las ficciones que se presentan como relatos de hechos reales, efectivamente acaecidos; cuya acci¨®n se desarrolla entre las cosas y personas de la vida diaria, y que adoptan las formas corrientes en los escritos del mundo real: cartas, memorias, biograf¨ªas, relaciones, cr¨®nicas..., unas veces en primera persona, como en el Lazarillo de Tormes o en la picaresca, y otras en tercera persona, como en el Diario del a?o de la peste de Defoe o en las biograf¨ªas inglesas de criminales.
Pues bien: la historia de la novela es la historia de la confluencia del antiguo ideal romancesco y una narrativa moderna inspirada por la ficci¨®n pseudo-real, una confluencia en la que ser¨¢ aqu¨¦l quien a la larga m¨¢s honda y perdurablemente acoja las propuestas y los procedimientos de ¨¦sta. La culminaci¨®n del proceso s¨®lo se alcanza cuando la est¨¦tica m¨¢s prestigiosa en los siglos XIX y XX acoge en su marco y superpone a t¨ªtulo de iguales la ficci¨®n pseudo-real, los simulacros de prosa de hechos reales, y las especies de ficci¨®n que hasta entonces hab¨ªa tenido como propias el establishment literario. Pero todo ese proceso est¨¢ prefigurado ya en el Quijote: el Quijote adelanta, contiene y en medida importante inventa (no temamos decirlo: inventa) no ya la novela, sino la historia de la novela.
El Quijote ensancha con categor¨ªas nuevas el espacio de la ficci¨®n pero, se dir¨ªa, sin desechar ninguna de las viejas
Por otra parte, la novela se nos presenta hoy como la forma por excelencia h¨ªbrida, polif¨®nica, para decirlo con Bajtin, o, en la f¨®rmula de Marthe Robert, ¡°totalitaria¡±: el g¨¦nero de g¨¦neros, el caj¨®n de sastre donde se mezclan y conviven todas las modalidades literarias y expresivas. El Quijote, a la altura de su tiempo, concuerda sustancialmente con esa concepci¨®n de la novela que lleg¨® a formarse el siglo XX.
El Quijote ensancha con categor¨ªas nuevas el espacio de la ficci¨®n, pero, se dir¨ªa, sin desechar ninguna de las viejas. De la teor¨ªa cl¨¢sica le viene el problema capital de c¨®mo concertar la admiratio con la verosimilitud. El grand roman est¨¢ reelaborado no s¨®lo en di¨¢logo cr¨ªtico con los libros de caballer¨ªas, sino en episodios pastoriles como el de Gris¨®stomo y Marcela o en las aventuras del Capit¨¢n Cautivo. El relato folk¨®rico y la novella corta a la italiana se emulan al par que se critican, por ejemplo, en el cuento de Lope Ruiz (I, 20) y en El curioso impertinente.
Si en la Primera parte (1605) los materiales de diversas tradiciones tienden a yuxtaponerse, al arrimo de la noci¨®n renacentista de que la varietas es fuente a la vez de verdad y de belleza, la Segunda (1615), sin renunciar a ellos, los ensambla en un hilo conductor que enlaza desde el trasmundo on¨ªrico de la Cueva de Montesinos hasta la cr¨®nica de actualidad de Roque Guinart, pasando por la farsa cortesana de los Duques. La mise en ab?me y la metaficci¨®n tienen en la Segunda parte un papel sobresaliente a trav¨¦s de las conspicuas referencias a la Primera y a la continuaci¨®n del ap¨®crifo Avellaneda.
Todos los g¨¦neros y los estilos literarios, del teatro a la ¨¦pica, y todos los tipos de discurso, de la pieza oratoria al documento legal, se someten a revisi¨®n. Todos los niveles del lenguaje, en fin, de los artificiosos arca¨ªsmos del caballero a la fraseolog¨ªa popular de Sancho, se conciertan con la prosa limpia y natural que da el tono de la narraci¨®n, en una fascinante polifon¨ªa. Con una modernidad perenne, el Quijote se configura, as¨ª, como un completo universo a la vez de realidad y de literatura.
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