¡°Conocer la mano del enemigo no cambia la naturaleza de las cartas¡±
El historiador Max Hastings revisa en su nuevo libro el espionaje y las labores de inteligencia en la II Guerra Mundial
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Sir Max Hastings (Londres, 1945) es una de las grandes autoridades actuales en el campo de la historia militar, con una bibliograf¨ªa que incluye libros como Armaged¨®n, sobre el final de la II Guerra Mundial en Europa, N¨¦mesis, sobre la campa?a del Pac¨ªfico, o la reciente Se desataron todos los infiernos, que pasa revista a la contienda entera. Tambi¨¦n ha escrito sobre la I Guerra Mundial (1914, el a?o de la cat¨¢strofe), la guerra de Corea, el mando de bombarderos, la divisi¨®n Das Reich, grandes militares (Warriors) y sobre sus propias experiencias (las memorias Going to the Wars). Hijo y nieto de afamados corresponsales de guerra ¡ªsu padre desembarc¨® en Normand¨ªa el D¨ªa D¡ª, Hastings tambi¨¦n lo ha sido, con experiencias del calibre (y valga la palabra) de ser el primer brit¨¢nico en entrar ¡ªpor error¡ª en Port Stanley durante la guerra de las Malvinas, antes de que lo hicieran las tropas con las que estaba empotrado a lo largo de la campa?a. Su ¨²ltimo libro, La guerra secreta, esp¨ªas, c¨®digos y guerrillas 1939-1945 (Cr¨ªtica) es un amplio, iluminador y apasionante, a veces sorprendentemente c¨®mico, recorrido por la faceta m¨¢s oculta de la II Guerra Mundial, la del combate sordo que se libr¨® fuera de los campos de batalla. Viajar a los territorios de la segunda contienda con Hastings es como hacerlo a Jartum con Lord Kitchener o a Kabul con Lord Roberts y los lanceros de Bengala: un privilegio. Su pr¨®ximo libro ser¨¢ sobre Vietnam.
Pregunta. Es ya casi una tradici¨®n que cada cita con usted coincida con el aniversario de una batalla: Rorker¡¯s Drift, el hundimiento del Repulse y el Prince of Wales¡ ?Qu¨¦ pas¨® en tal d¨ªa como hoy, 12 de abril?
Respuesta. En la II Guerra Mundial, nada significativo, que recuerde. En la primera s¨ª, se libraba la batalla de Arras, acababa la de los canadienses en Lymy Ridges. Veamos, Bonaparte venci¨® en Montenotte un 12 de abril y los confederados bombardearon Fort Sumter, claro.
P. Su visi¨®n de la lucha secreta en la II Guerra Mundial es bastante desmitificadora.
R. S¨ª, aunque no soy iconoclasta no creo en los mitos. En realidad, la ¨²nica motivaci¨®n para escribir libros nuevos sobre la II Guerra Mundial es no repetir lo mismo, ver las cosas desde un punto de vista novedoso y avanzar en los argumentos hist¨®ricos. Se han escrito tantas obras por parte de autores enamorados de los esp¨ªas¡ Muchos escritores han ca¨ªdo rendidos ante sus encantos, pero para m¨ª lo importante son sus logros.
P. Pone usted sordina a la realidad de los ¨¦xitos de esa gente en la sombra.
R. No siempre he sido as¨ª de esc¨¦ptico. Cuando era joven mis h¨¦roes eran amigos de mis padres que sirvieron en la Europa ocupada como agentes y cuyas historias escuchaba. Pero al hacerme mayor he visto que lo que muchos de ellos hab¨ªan hecho, aunque fue una experiencia sin duda muy emocionante a nivel personal, y que requiri¨® mucho coraje, no sirvi¨® en realidad para cambiar el curso de la guerra. Hubo muchas acciones porque s¨ª que no justificaban su coste, y que degeneraron en farsas de juventud. En cambio los mucho m¨¢s desconocidos y humildes descifradores hicieron cosas m¨¢s relevantes.
P. Parecer¨ªa, seg¨²n su libro, que si uno quer¨ªa hacer algo de verdad lo mejor era tomar un fusil y combatir en primera l¨ªnea.
R. Bueno, algo de eso hay. La labor de los servicios de inteligencia fue importante, pero lo fundamental sin duda era ganar batallas. En general, conocer la mano del enemigo no cambia nada la naturaleza de las cartas. Los Aliados solo fueron capaces de cambiar de verdad las cosas en la II Guerra Mundial al disponer del suficiente dominio militar.
P. Ah, pero estaba la gente de Bletchley Park, el centro donde se descifraron los c¨®digos de Enigma, la m¨¢quina de cifrado alemana; eso tuvo su importancia.
R. Los brit¨¢nicos est¨¢n muy enamorados de los descodificadores de Bletchley. Pero los alemanes tambi¨¦n ten¨ªan los suyos y eran buenos. Insisto en que saber las intenciones del enemigo no es suficiente. Para obtener beneficio de la informaci¨®n secreta es imprescindible contar con suficiente capacidad de respuesta militar. La Operaci¨®n Fortaleza, el enga?o para el desembarco en Normand¨ªa, pese a ser un ardid sensacional, no hubiera servido de nada sin la supremac¨ªa naval y a¨¦rea de los Aliados.
P. ?A que no adivina qu¨¦ pel¨ªcula nos han pasado en el AVE esta ma?ana viniendo a Madrid?
R. No me diga que The imitation game.
P. Exacto. El filme sobre el desciframiento de Enigma. Parece que su influencia llega hasta Renfe.
R. Ja ja, ja, Hollywood siempre simplifica la Historia. Acab¨® siendo una pel¨ªcula sobre la persecuci¨®n de los homosexuales, cuando en realidad nadie persigui¨® a Alan Turing en Bletchley por serlo. Lo reconocieron como el genio que era.
P. Entonces, lo que sostiene la pel¨ªcula de que el desciframiento de Enigma signific¨® acortar la guerra en dos a?os y ahorrar 14 millones de vidas¡
R. No, no, una estupidez. No se puede cuantificar eso. Fue un trabajo brillante, pero dar cifras es rid¨ªculo. La descodificaci¨®n de las claves alemanas y la informaci¨®n que gener¨® (Ultra) no jug¨® sino un papel subordinado en la destrucci¨®n del nazismo. Es verdad que m¨¢s all¨¢ de la visi¨®n general de que los h¨¦roes de la II Guerra Mundial fueron los pilotos y los ganadores de la Cruz Victoria, hay que aceptar que esos chicos de Bletchley, sin medallas, sin fama, confinados y comiendo una comida deplorable merecen nuestro reconocimiento.
P. Escribe usted que antes de Bletchley Park los polacos ya hab¨ªan empezado a descifrar Enigma.
R. S¨ª, pero lo importante es que tendemos a pensar que una vez descifrado Enigma el acceso a todas las comunicaciones alemanas estaba franqueado. Sin embargo, segu¨ªa siendo muy dif¨ªcil romper los c¨®digos, de los que hab¨ªa muchos. Y algunos mensajes tardaban semanas en poder ser le¨ªdos, cuando ya no eran ¨²tiles. Tambi¨¦n se descifraba mucha informaci¨®n que no era relevante.
P. Dice usted que en realidad nunca se lleg¨® a descifrar m¨¢s de la mitad del tr¨¢fico.
R. S¨ª, y no obstante la estad¨ªstica es fant¨¢stica. En fin, nunca se supo todo.
P. Seg¨²n su libro, la guerra secreta la libraban personajes extravagantes cuando no verdaderos frikis. ?Vaya galer¨ªa de personajes!
R. A m¨ª me apasionan porque nunca podr¨ªa ser como ellos. Yo soy una persona muy sencilla y todos estos esp¨ªas y agentes llevaban vidas muy ins¨®litas. Ah¨ª est¨¢ Elyesa Bazna, el c¨¦lebre Cicer¨®n, el granuja criado del mentecato embajador brit¨¢nico en Turqu¨ªa, que rob¨® tantos secretos a cambio de una fortuna que gastaba disolutamente, adem¨¢s de liarse con la ni?era adolescente. O Anatoli Sukulov-Gur¨¦vich, agente del GRU sovi¨¦tico, al que instalaron en Bruselas bajo la identidad de un playboy uruguayo. Mosc¨² lo provey¨® de fondos para llevar un gran tren de vida.
P. Pero comet¨ªa el error de usar pajarita blanca con el esmoquin.
R. Ah, ¨¦l no conoc¨ªa esas sutilezas. A los rusos no se les daba bien ense?ar a ser un gentleman. Pero Gur¨¦vich se lo pas¨® en grande. A?os despu¨¦s, pese a pasar por las c¨¢rceles nazis y sovi¨¦ticas, a¨²n recordaba aquello con a?oranza y dec¨ªa que hab¨ªa valido la pena. La verdad, tienes que ser muy extra?o para servir en Inteligencia.
P. Supongo que piensa en Ronald Seth, de nombre en clave Atolondrado, que ya es nombre para un agente.
R. Me resulta casi entra?able. El colmo de la fantas¨ªa. So?aba con ser un h¨¦roe, encabezar una guerrilla en Estonia, y los servicios secretos brit¨¢nicos lo reclutaron y le dieron la oportunidad. Fue un desastre. Lo capturaron inmediatamente y se pas¨® a los alemanes, para luego tratar de cambiar de bando otra vez. Alardeaba de su calidad como amante. Tuvo suerte de que no lo fusilasen unos y otros. Es tan peligroso fantasear con lo de ser un h¨¦roe¡
P. Uno de los personajes m¨¢s asombrosos es el embajador japon¨¦s en Berl¨ªn, Mister Oshima.
R. Fue la mejor fuente de los Aliados para conocer qu¨¦ se coc¨ªa en el alto mando nazi y lo que pensaba el propio Hitler. Lo m¨¢s curioso es que fue un esp¨ªa y traidor involuntario: nunca supo que descodificaban todos sus mensajes.
P. Pese a haber sido usted mismo paracaidista, parece que no le impresionan las haza?as de sus colegas de las operaciones especiales de la II Guerra Mundial, como los agentes del SOE y la OSS.
R. Me hice paracaidista de jovencito porque mi padre y su generaci¨®n me convencieron de que hab¨ªa que hacer esas cosas, que eran muy macho. Y porque a los de mi propia generaci¨®n ya no nos dejaban disparar a los alemanes. Pero tard¨¦ poco en comprender que todo eso era basura sin sentido, y lo dej¨¦. Los ataques de comandos, los ej¨¦rcitos privados, los irregulares, las guerrillas fueron importantes cuando Gran Breta?a no hac¨ªa nada ¨²til en el campo de batalla, pero de nuevo, su peso real en la guerra fue muy relativo. Sirvieron para elevar la moral y como propaganda. Es importante recordar siempre que los rusos hicieron toda la parte seria de derrotar a Hitler, mientras que la aportaci¨®n de EE UU y Gran Breta?a fue mucho m¨¢s peque?a. M¨¢s del 80% de los soldados alemanes que murieron en la II Guerra Mundial cayeron en el frente ruso.
P. Bueno, en todo caso somos varios los que no le perdonamos que ningunee en su libro a Orde Wingate y a Patrick Leigh Fermor, al que ni menciona, aunque s¨ª su famoso secuestro del general Kreipe en Creta.
R. Hum. Paddy. Le conoc¨ª bastante. Es el cl¨¢sico ejemplo de agente en la guerrilla. No solo me ca¨ªa bien sino que lo quer¨ªa much¨ªsimo. Un hombre extraordinario y ofensivamente guapo. Fue el h¨¦roe de mi infancia, pero creo que Paddy, que se cre¨ªa Lord Byron, tuvo la guerra que le ven¨ªa bien m¨¢s que la que efectivamente serv¨ªa para derrotar a los alemanes. En realidad esos intr¨¦pidos piratas secuestraron al general equivocado y luego la aventura provoc¨® graves represalias alemanas.
P. Tambi¨¦n zanja r¨¢pido el papel de Otto Skorzeny, el jefe de comandos de las SS. ?Qu¨¦ opina de las nuevas revelaciones sobre su colaboraci¨®n con los servicios secretos de Israel tras la guerra?
R. Todo es posible, pero me extra?ar¨ªa bastante que trabajara para los jud¨ªos porque era un nazi notable.
P. En esencia, pues, la guerra secreta no tuvo nada de decisiva.
R. En todos los asuntos humanos importantes lo que cuenta son los matices. Cuando a Churchill la RAF le exigi¨® cuatro mil bombarderos con el argumento de que con eso vencer¨ªa a Alemania respondi¨® que se negaba a poner fe ilimitada en un solo medio para ganar la guerra. En realidad todos los acontecimientos son multicausales. ?Fue el agente Garbo, que ustedes conocen bien, responsable de la victoria el D¨ªa D? Por supuesto que no, los Aliados ganaron por la potencia que lograron reunir. Es una tonter¨ªa atribuir demasiado a una sola persona o evento. Dicho esto, los descodificadores de Bletchley contribuyeron de manera muy importante a ganar la Batalla del Atl¨¢ntico, al igual que sus colegas de EE UU lo hicieron a ganar la del Pac¨ªfico rompiendo el c¨®digo japon¨¦s P¨²rpura. Pero en una perspectiva general no tuvieron un papel m¨¢s destacado que los buques de la clase Liberty, el radar, los Spitfire o Churchill.
P. Habla usted muy bien de Churchill.
R. Manej¨® bien los servicios de Inteligencia, mientras que Hitler los confi¨® a gente muy est¨²pida. Es verdad que a los alemanes, dado su r¨¦gimen, solo les quedaba la escoria. Churchill desde luego no ten¨ªa raz¨®n en todo. A los que lamentan no tener hoy un Churchill les digo que hace falta estar en serios problemas para necesitar un Churchill y que Churchill se equivoc¨® en muchas cosas, aunque acert¨® en algo muy importante: en ganar la guerra. Nunca me tomo en serio a los que comparan a nuestros enemigos con Hitler o a nuestros pol¨ªticos con Churchill. Tiempos diferentes requieren personajes distintos,
P. ?James Bond, 007, naci¨® en la II Guerra Mundial?
R. Antes, creo. Los brit¨¢nicos han sentido siempre debilidad por la idea del esp¨ªa gentleman. Cuando en realidad la mayor¨ªa no lo son, desde luego. No viven en hoteles pijos ni frecuentan los clubs de Londres pidiendo bebidas mezcladas pero no agitadas. En realidad habitan en una penumbra moral y social. La traici¨®n es su tablero. El resto del mundo tambi¨¦n tiene una idea exagerada del servicio secreto brit¨¢nico y los agentes que pronuncian la palabra intelligence en franc¨¦s. Por otro lado, algunas operaciones del GRU y NKVD rusos fueron tan fantasiosas como las de las novelas de Ian Fleming.
P. Sostiene usted que en la II Guerra Mundial los mejores servicios fueron los sovi¨¦ticos.
R. As¨ª es. Contaban con gente que apoyaba el comunismo en todo el mundo. Redes en todos los pa¨ªses, agentes de implantaci¨®n profunda. Y a los rusos siempre se les ha dado bien la conspiraci¨®n. Pero sacaron poco partido de sus extraordinarios agentes ¡ªRichard Sorge, la Orquesta Roja¡ª, por la paranoia de Stalin, que no quiso creer mucha de la informaci¨®n que le llegaba. Quiz¨¢ lo m¨¢s importante en esta vida es estar dispuesto a contarte la verdad a ti mismo. La mayor¨ªa de los errores vienen por negarte a admitir la verdad.
P. ?La Abwehr alemana era tan incompetente como la describe?
R. Eran rid¨ªculos. Vaya paradoja, el mejor ej¨¦rcito que el mundo haya conocido, el alem¨¢n, tuvo el peor servicio de inteligencia. Por no hablar del propio Hitler. Muchos oficiales brit¨¢nicos de entonces que he conocido sostienen que no pueden imaginar c¨®mo habr¨ªamos ganado la guerra de no haber tenido a Hitler de nuestra parte. Y solo lo dicen medio en broma. En fin a la gente le cuesta creer que los alemanes fueran tan incompetentes en los servicios secretos porque tienen fama de eficacia en todo. Pero la Inteligencia no es el fuerte de los alemanes; aunque tuvieron buenos descifradores, eso s¨ª. Lo que es indudable es que la guerra secreta, se le d¨¦ el valor que se le d¨¦, la ganaron los Aliados.
P. ?Era Canaris incompetente o un traidor al III Reich?
R. Incompetente, definitivamente. Era un oficial naval sin experiencia en Inteligencia y un hombre ansioso por no ser malo pero al que le faltaba valor para ser un hombre bueno. Nunca se implic¨® en la conspiraci¨®n contra Hitler, a diferencia de otros miembros de su servicio.
P. ?Se pueden extraer lecciones de la guerra secreta de la II Guerra Mundial para la lucha actual contra el terrorismo?
R. S¨ª, y de hecho les he regalado ejemplares de mi libro a los dos directores de nuestros servicios de inteligencia, que me han comentado que observan dilemas muy parecidos a los de entonces. En ese momento Gran Breta?a fue capaz de atraer a la lucha secreta, como el desciframiento de Enigma, a la gente m¨¢s lista de la sociedad, los mejores cerebros. Hoy intentamos combatir al ISIS y los otros terrorismos isl¨¢micos con responsables de inteligencia que no son lo suficientemente buenos para ese trabajo. Hay que encontrar la manera de incorporar a la gente del m¨¢ximo nivel intelectual a los servicios de Inteligencia y la polic¨ªa.
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