En las entra?as del nuevo disco de Loquillo y su banda

Loquillo, posiblemente, jam¨¢s reconocer¨¢ haber realizado un paso en falso. Pero quien le conoce m¨ªnimamente sabe cuando est¨¢ convencido de haber dado, de nuevo, en el clavo. Su actitud se transforma, entonces, en una mezcla de distensi¨®n (importante en alguien que siempre est¨¢ alerta, cuando no a la defensiva) y aplomo. La cita: un restaurante situado frente al estudio donde acaba de registrar su nuevo ¨¢lbum, Viento del este. Acogedor y alejado de todo lujo. Los invitados: los miembros de su banda. El motivo: una escucha privada de sus nuevas canciones en el lugar donde han tomado vida.

Es mediod¨ªa, pero beben como si se aproximara la medianoche. Cuando llega la hora de los caf¨¦s, se aprovisionan adecuadamente (cajas de cerveza, botellas de whisky) y ascienden hacia la sala de audici¨®n como alumnos indisciplinados que mantienen las formas ¨²nicamente cuando el maestro se da la vuelta. En pocos minutos, est¨¢n todos sentados en relativo silencio. El disco, las 12 nuevas canciones que aparecen estos d¨ªas, han pasado por las manos de Mario Cobo y Josu Garc¨ªa, los productores, y Laurent Castagnet, Igor Paskual, Alfonso Alcal¨¢ y Ra¨²l Bernal, el chico nuevo, esperan una se?al. La ha de dar, c¨®mo no, el jefe.

El jefe, situado tras la consola, de pie. Habla para los suyos como si estuviera en el escenario de Las Ventas, el recinto que va camino de llenar el pr¨®ximo septiembre. Les explica los detalles de unos temas que ellos han ayudado a engendrar pero que no han escuchado rematados. No hay micr¨®fonos ni falta que hace, solo frases situando el foco sobre piezas como la inicial Salud y rockandroll (¡°una declaraci¨®n de principios¡±), sobre ese ¨¦xito en potencia que ha firmado junto a Leiva titulado En el final de los d¨ªas (¡°grandeza, elegancia, ternura, la clave del verdadero amor¡±) o la excelente Limusinas y estrellas, con la marca Sabino M¨¦ndez grabada en la memoria de Bowie o Marc Bolan (¡°no habr¨¢ paz ni justicia si no hay placer, ?se puede explicar mejor?¡±).

Las bromas aumentan de tono y volumen, pero ¨¦l no abandona el tim¨®n de mando, ni siquiera cuando Mario y Josu, esa extra?a pareja fortalecida gracias a su inmersi¨®n en el exitoso C¨®digo rocker, dan su punto de vista. El primero ha aportado banda sonora a un poema de Carlos Zan¨®n, y cuando Rusty hace vibrar los altavoces del estudio, a base de contagioso northern soul, alguien apunta que parece necesario renovar la reserva de avituallamiento. Pero nadie quiere abandonar una nave que circula a toda velocidad. El de El Clot mantiene su media sonrisa: sabe que acaba de mostrar el naipe ganador que escond¨ªa en la manga.

?La siguiente escala? Un tributo en toda regla, un cl¨¢sico en la trayectoria de Loquillo. Ahora le toca el turno a Los Negativos, de quienes revisitan la psicod¨¦lica Viaje al norte (¡°el lugar al que queremos ir¡­ pero no conseguimos llegar¡±), uno de los puntos ¨¢lgidos de su disco Piknik caleidosc¨®pico, con Robert Grima a la guitarra. Una cierta sensaci¨®n de nostalgia sigue revoloteando cuando arranca la composici¨®n que da t¨ªtulo al ¨¢lbum, un Viento del este que Paskual jalea con el entusiasmo del padre orgulloso de su nuevo reto?o.

El director de orquesta reclama silencio y que se llenen las copas antes de cantar ¡°una letra perfecta para una madurez imperfecta¡±: arrancan los acordes de Me olvid¨¦ de vivir y uno se lo imagina relami¨¦ndose de placer ante los que consideren una frivolidad hacer una versi¨®n de una canci¨®n popularizada por Julio Iglesias. Escruta a los presentes buscando contrincantes con los que enzarzarse, antes de recordar que quien hizo grande esa canci¨®n fue su amigo Johnny Halliday, no el gallego de marras. Arreglos a lo Harry Nilsson, y una frase inicial definitiva: ¡°De tanto correr por la vida sin freno / me olvid¨¦ que la vida se vive un momento¡±. Tiene raz¨®n: me escurro escaleras abajo y pongo mi pellejo a buen recaudo en un taxi. Para salvar eso, la vida, b¨¢sicamente.