A ver si ahora lo hac¨¦is mejor, tontitos
Si se convocan elecciones, quiz¨¢s tengamos ocasi¨®n de presenciar la m¨¢s bronca y sucia campa?a electoral de la democracia
Si, como parece a la hora de redactar este Sill¨®n de Orejas, se confirma la imposibilidad nada metaf¨ªsica de formar un pacto que facilite un Gobierno para este pa¨ªs, habr¨¢ terminado (aunque s¨®lo por ahora) la tediosa farsa con la que nos han obsequiado en los ¨²ltimos tres meses los partidos pol¨ªticos a los que se les supone encarnar los variados intereses y aspiraciones de la ciudadan¨ªa. La convocatoria de unas nuevas elecciones vendr¨ªa a sancionar lo que buena parte de los cada vez m¨¢s estupefactos ciudadanos venimos sospechando: que para los actores del vodevil a que hemos asistido el peso de la culpa recae sobre nosotros, tontitos que no supimos votar a qui¨¦n deb¨ªamos. A tenor de lo que estamos viendo en este pat¨¦tico fin de fiesta, si finalmente se convocan quiz¨¢s tengamos ocasi¨®n de presenciar la m¨¢s bronca y sucia campa?a electoral de la democracia. Y qui¨¦n sabe qu¨¦ pasar¨¢ el 26 de junio, despu¨¦s de que, previsiblemente, los que podr¨ªan ser aliados naturales a derecha e izquierda se sigan descalificando con tanta virulencia que les sea a¨²n m¨¢s dif¨ªcil pactar entonces lo que no han querido ni podido ahora. Quiz¨¢s mi pesimismo tenga que ver con la relectura, en estos ¨²ltimos d¨ªas, de Tito Andr¨®nico, la primera (h.1593) y m¨¢s gore tragedia de un joven Shakespeare que a¨²n no hab¨ªa aprendido a moderar su furia dram¨¢tica: sus espectadores isabelinos ten¨ªan que presenciar en escena, adem¨¢s de 14 asesinatos, diversas mutilaciones, un terrible estupro y hasta una espantosa reposter¨ªa can¨ªbal dictada por la venganza: ¡°Moler¨¦ vuestros huesos¡± ¡ªclama el desesperado Tito Andr¨®nico- ¡°hasta hacerlos harina / y con vuestra sangre elaborar¨¦ una pasta / y con la pasta una masa de pastel cocinar¨¦ / y har¨¦ sendos pasteles de vuestras infamantes testas..¡±¡ª. No ignoro que el juego pol¨ªtico de nuestro tiempo se parece m¨¢s a lo que nos venden algunas series televisivas estadounidenses (House of Cards) o danesas (Borgen) que al ¡°incivilizado¡± drama de Shakespeare. Pero no olvidemos que la pol¨ªtica fue un invento (siempre provisional) para impedir que la gente se destroce a garrotazos, como bien sab¨ªa Hobbes. La versi¨®n de Tito Andr¨®nico que he le¨ªdo ha sido publicada (junto con Coriolano) por la editorial vasca Meettok, y su traducci¨®n corre a cargo de Jon Bilbao, al que considero autor de algunos de los mejores cuentos que he le¨ªdo en los ¨²ltimos a?os; lo he comprobado una vez m¨¢s con los ocho que componen ese estupendo recopilatorio que es Estr¨®mboli (Impedimenta). Si les gustan los relatos, no se lo pierdan. De nada.
Viral
Est¨¢ claro que Sant Jordi tambi¨¦n est¨¢ por el amor. Lo m¨¢s viral de la pasada edici¨®n de la gran fiesta barcelonesa no fueron las fotos de los autores de los libros m¨¢s vendidos en castellano (por cierto, tres mujeres: Paula Hawkins, Julia Navarro y Almudena Grandes) o en catal¨¢n (V¨ªctor Amela, Empar Moliner y, de nuevo, Paula Hawkins); ni lo fueron los datos del Gremi de Llibreters que indican que las librer¨ªas participantes habr¨ªan recaudado entre el 6 y el 8% de su total anual; ni tampoco dieron la vuelta al mundo digital las sorprendentes y c¨®modas zapatillas de suela blanca (?sketchers?) que luc¨ªa el habitualmente elegante y circunspecto Vila-Matas, a la vez renuente y encantado de acudir cada a?o al evento. No; lo m¨¢s viral de la jornada fueron las fotos y los v¨ªdeos que sorprendieron el fren¨¦tico coito de una pareja en un and¨¦n del metro de Barcelona, entregada salvaje y perentoriamente al amor cuando las librer¨ªas ya hab¨ªan echado el cierre. Tanto se ha reproducido en las redes sociales la lasciva escena subterr¨¢nea del 23 de abril que he llegado a preguntarme si sus protagonistas no habr¨¢n sido dos actores contratados por los organizadores del evento libresco para conseguir a¨²n mayor cobertura global. Quiz¨¢s deber¨ªa tomar nota la Comunidad de Madrid para conseguir dar impulso a la Noche de los Libros, que sigue sin conseguir animar sustancialmente el cotarro librero en la segunda capital espa?ola del libro. Mientras tanto, perm¨ªtanme que esta vez mi homenaje vaya a los libreros de lance con la recomendaci¨®n del estupendo y sat¨ªrico relato de Roald Dahl El librero, publicado recientemente por N¨®rdica con estupendas ilustraciones de Federico Delicado; claro que, en este caso, el librero protagonista, que no queda muy bien parado, ha encontrado un m¨¦todo m¨¢s eficaz de hacer dinero que la mera venta de usados y descatalogados.
Sabuesos
Oportuna idea la de Siruela de lanzar una colecci¨®n de cl¨¢sicos polic¨ªacos de la Golden Age del g¨¦nero y, de modo particular, de publicar o republicar en odres nuevos algunas de las espl¨¦ndidas novelas de deducci¨®n (whodunnit: ¡°qui¨¦n lo hizo¡±) que se publicaron, especialmente en Gran Breta?a, en la d¨¦cada de los treinta: como ya he se?alado en alguna ocasi¨®n, aumenta el n¨²mero de aficionados a las diversas manifestaciones de la novela policial (hoy colonizada bajo el marbete ¡°novela negra¡±) que manifiestan cierto cansancio hacia los cr¨ªmenes retorcidos, los personajes psicol¨®gicamente siniestros o la sexualidad aberrante, que parecen ser motivos imprescindibles de las negruras literarias que hoy triunfan. Los dos t¨ªtulos con los que se inicia la colecci¨®n son sendas primeras novelas de dos conspicuos representantes de lo que algunos llaman cozy mysteries: narraciones de intriga detectivesca en las que lo que prima es el descubrimiento del asesino, y en las que la violencia y la sangre, si existen, aparecen a menudo fuera de foco, mientras el sexo se trata con per¨ªfrasis cerebrales o ir¨®nicas no exentas de humor; y tampoco aparece en ellas la descarnada y, a menudo, c¨ªnica cr¨ªtica social presente en los grandes hardboilers norteamericanos de autores de la misma ¨¦poca (Hammet, Chandler). Tanto Un hombre muerto (1934), de la neozelandesa Ngaio Marsh, como Muerte en la rector¨ªa (1936), del brit¨¢nico Michael Innes (seud¨®nimo elegido por el profesor y cr¨ªtico J. I. M. Stewart para sus ¡°libros de entretenimiento¡±, que fueron los que le hicieron famoso) estrenan en ellas a dos grandes sabuesos que protagonizar¨ªan sus respectivas obras posteriores: el refinado y elegante inspector Roderick Alleyn, en el caso de Ngaio Marsh, y el un tanto pedante, pero intuitivo, sir John Appleby, que resolver¨¢ todos los ¡°misterios¡± de Michael Innes. Un par de libros (cubiertas en tapa dura con ilustraciones que apelan a la nostalgia) ideales para leer a ¨²ltima hora de la tarde, sentado(a) en un sill¨®n de orejas y con un buen whisky al alcance de la mano.
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