El laberinto de la inmortalidad
Con prosa brutalmente glacial, Don DeLillo despliega en 'Cero K' una mezcla perfecta de ciencia-ficci¨®n y ficci¨®n filos¨®fica
S¨®lo por Ruido de fondo (1985) o esa obra maestra titulada Submundo (1997), el autor del Bronx ya es un narrador imprescindible desde hace d¨¦cadas. Amis lo admira y Faulkner lo hubiese apadrinado porque enfrenta al ser humano ante la sociedad y ante s¨ª mismo, lo observa formando parte de la masa y lo escruta en el interior de una habitaci¨®n del p¨¢nico. Lee la historia como testimonio del futuro e imagina mil im¨¢genes de la balanza en la que se miden la muerte y la vida. De su pertenencia a la ficci¨®n posmoderna le queda la etiqueta, pero sobre todo una aguda conciencia de la paranoia considerada como una de las bellas artes. DeLillo vincula el universo y el coraz¨®n de una manzana oxid¨¢ndose en una bandeja. Su ficci¨®n se apodera de la paradoja de un consumismo apremiante que no aleja al individuo de su miedo innato a la muerte.
Cero K involucra en la deontolog¨ªa cuestiones como la inmortalidad o una hermen¨¦utica de la vida, y abraza viejas dudas razonables sobre el derecho a retener la vida
Alguien se preguntaba en Ruido de fondo: ¡°?Qu¨¦ crees que es la vida despu¨¦s de la vida?¡±, y su nueva novela, la m¨¢s poderosa desde Submundo, puede entenderse como la utop¨ªa del hombre endiosado que perge?a un lugar en el que vencer a la muerte. No es ciencia-ficci¨®n, es ficci¨®n filos¨®fica. Jeffrey Lockhart narra desde su laberinto de sensaciones metaf¨ªsicas el modo en que el magnate Ross, su padre, combate con la tecnolog¨ªa y un halo visionario, en un complejo remoto, contra ese sue?o eterno que ¨¦l quisiera transitorio y que irremediablemente se lleva a su esposa de este jodido mundo. Jeffrey, sin embargo, no cree en hombres jugando a ser dioses. Tampoco DeLillo, que introduce al lector en la conciencia del narrador a trav¨¦s de un texto mesm¨¦rico en el que lo ignoto cobra un sentido trascendente y el espacio abstruso en el que se mueve el narrador alcanza a suscitar una rara ansiedad: ¡°Quer¨ªa saber d¨®nde estaba yo y qu¨¦ estaba sucediendo a mi alrededor¡±. El lector no puede evitar dejarse llevar entonces por una magn¨ªfica comuni¨®n entre lo cotidiano y lo insondable, entre la certeza de ese fin del mundo que marca a fuego la primera l¨ªnea de la novela y la necesaria pero quim¨¦rica intenci¨®n de evitarla, entre la presencia de esa intrusa llamada muerte y la profec¨ªa de que un d¨ªa la biomedicina desafiar¨¢ a la naturaleza y la har¨¢ mutar, y m¨¢s tarde matar.
Cero K involucra en la deontolog¨ªa cuestiones como la inmortalidad o una hermen¨¦utica de la vida, y a la vez abraza viejas y f¨¢usticas dudas razonables acerca del derecho a retener la vida, o a pactar a espaldas de la Parca, o a manipular el destino del que el hombre, como una vez dijo Franklin D. Roosevelt, no es prisionero, pues s¨®lo es prisionero de su propia mente, y la del millonario Ross parece estar trastornada por una patol¨®gica congoja por lograr ese brave new world, ese mundo feliz al final del oscuro t¨²nel de la dimensi¨®n desconocida. Su hijo, el adictivo narrador de esta novela, aboga en cambio por cierta forma del viejo adagio del carpe diem, disfrutar una vida que ya es m¨¢gica por el mero hecho de que el batir de alas de una mariposa pueda ?desencadenar el caos.
En su famosa entrevista con The Paris Review de 1993 constataba que hubo un tiempo en que ciertos novelistas convirtieron sus libros en mundos, y dec¨ªa que Joyce fue uno de ellos y que ahora tal vez cumpla hacer lo contrario, convertir el mundo en un libro que refleje sus contradicciones y sus aspectos subrepticios, los objetos dotados de un halo especial, la mansedumbre de la vida real y su env¨¦s, la excepcionalidad constante. Los objetos descritos y los sujetos atrapados en la p¨¢gina con el alfiler de la palabra, ¡°hombre de pie con vaso de cart¨®n, mujer agachada junto a su v¨®mito de colores mareantes¡±, ¡°soldados bajo una nevada, api?ados en cuclillas¡±. Im¨¢genes salpicando al lector. Es el mundo atrapado en el papel, el que se ve pero asimismo el que se oye y se siente. Son ¡°los severos l¨ªmites del yo¡± en el espacio infinito. El deseo de una descripci¨®n total, no al modo del nouveau roman, no deshumanizada sino rehumanizada. ¡°La quietud de las hojas inmunes a las r¨¢fagas de aire¡± y ¡°a solas en una habitaci¨®n en silencio¡±. Es la interacci¨®n perfecta, la idea de complejidad, ¡°el zumbido del mundo¡±. Es DeLillo qu¨ªmicamente puro. De la criog¨¦nesis al body art ¡ªcon gui?o a su obra de 2001¡ª; del significado de las palabras a las interrogaciones ret¨®ricas s¨®lo en apariencia; del topos del hombre como microcosmos al cosmos como invenci¨®n del hombre; del arte, la pantalla de televisi¨®n y su realidad real y el enfermo terminal al placer ¡°del contacto ¨ªntimo de tierra y sol¡±, a un apocalipsis que es preciso aplazar.
Perturba su prosa glacial nacida de su Olympia, que habita la exactitud de la ciencia y genera la emoci¨®n de la poes¨ªa. Seduce su asepsia brutal, que tal vez no sea sino un espejismo. Y esa levedad estremecedora que vaticin¨® Calvino. Pero lo que resulta realmente inquietante es su perenne obsesi¨®n por mirar muy de cerca c¨®mo el hombre hace de tah¨²r con las cartas de su destino. Por Dios, que gane la partida.
Cero K. Don DeLillo. Traducci¨®n de Javier Calvo. Seix Barral. Barcelona, 2016. 318 p¨¢ginas. 19,90 euros
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