Fragmentos
Poetas y fil¨®sofos, como Keats o Wittgenstein, aseguran que la esencia de su significado radica en lo no dicho, en esas melod¨ªas no escuchadas o que est¨¢n entre l¨ªneas
¡°Solo entonces, para usar los t¨¦rminos de Epicarnio¡±, escribe como colof¨®n de su libro Fragmentos (Siruela) George Steiner (Par¨ªs, 1929), ¡°la muerte en verdad se volver¨¢ una amiga, una invitada de honor incluso al rayar el alba¡±. El tal Epicarnio de Agra, un sabio que supuestamente vivi¨® en el II de nuestra era, es el sosias que act¨²a como autoparlante del propio Steiner, el cual, a la altura de sus 87 a?os, y tomando como excusa el carcomido manuscrito azarosamente hallado de aquel antiguo estoico, decanta el zumo agridulce de sus propias cuitas. Con la frase antes citada, extra¨ªda del cap¨ªtulo final de su breve ensayo Amiga muerte, Steiner concluye, en efecto, su enjundiosa disertaci¨®n, que abarca, a vuelo de p¨¢jaro, temas existencialmente cruciales, como el azar, el amor, la maldad, la conjeturable existencia de Dios, el insidioso tema de la igualdad, el pobre rasero de la opulencia, el inexplicable arte y la indeclinable muerte. Con su verbo apasionado, su afilada prosa, su razonamiento dial¨¦ctico y su siempre abrumadora erudici¨®n, este Steiner de alta edad pasa revista a estos asuntos, a partir de los que gira nuestra atribulada vida, cuyo desazonante encanto se urde precisamente por su previsible tr¨¢gico final. En cualquier caso, lo m¨¢s significativo de esta deambulaci¨®n hist¨®rica entre los siglos II y XXI despu¨¦s de Cristo, en la que Epicarnio y Steiner intercambian sus papeles, es que todo ha cambiado menos lo fundamental, porque ninguno de nuestros prodigiosos avances tecnol¨®gicos han apaciguado nuestra menesterosidad; por ejemplo: el ¨¦xito de prolongar nuestra existencia le lleva a Steiner a demandar la legalizaci¨®n de la eutanasia, que, si para Epicarnio era algo ¡°natural¡±, ahora implica v¨¦rselas con la ley, algo odiosamente m¨¢s complejo; esto es: una negociaci¨®n servil.
Pero ?qu¨¦ destacar de este soterrado lamento crepuscular de Steiner, en principio, el prototipo de un optimista? En parte, como ya lo he mencionado, el descreimiento acerca del progreso de quien, inteligente, ha vivido demasiado como para conformarse con las pamplinas de la mercadotecnia, pero, sobre todo, no hasta el punto de perder el entusiasmo de emplazar la esperanza en los muchos agujeros negros de nuestro conocimiento. As¨ª, en determinado momento, se interroga acerca de c¨®mo escuchar el silencio, que fondea metaf¨®ricamente en el crucial y muy poco explorado ¡°o¨ªdo interno¡±: ¡°Las propuestas no expresadas no son algo m¨ªstico. Pensemos en los intervalos que existen en la m¨²sica, en los espacios en blanco fundamentales para algunos de los poemas o pinturas m¨¢s decisivos de la modernidad. Poetas y fil¨®sofos, como Keats o Wittgenstein, aseguran que la esencia de su significado radica en lo no dicho, en esas melod¨ªas no escuchadas o que est¨¢n entre l¨ªneas¡±. En todo caso, esa ¡°m¨²sica callada¡± se asemeja a la imprescindible retracci¨®n creativa de quien pregunta por preguntar, de ese ¡°pensamiento puro¡±, con el que la fil¨®sofa Hannah Arendt le gustaba definir el arte.
En el cap¨ªtulo rimbombantemente titulado ¡°Amistad, homicida del amor¡±, deja caer Steiner otra intuici¨®n fulgurante, tras contraponer, de forma radical, ambos efectos: ¡°En el matrimonio, en vidas compartidas que surgen de un amor aut¨¦ntico, el tiempo puede asentarse para transformarlo en maravillas de madurez y desprendimiento propios de la amistad, con su humor, su paciencia, su rec¨ªproca adhesi¨®n a la creatividad y la percepci¨®n¡±. ?No ser¨¢ ciertamente en esa consumaci¨®n del encuentro del otro como otro la esencia inexpresada de ese amor verdadero, del que solo se es consciente al final, precisamente cuando se ha vivido generosamente? Esta sabidur¨ªa preciosa la resumen, sobre todo, los poetas, como los espa?oles Juan de la Cruz: ¡°Tened por todas las personas un amor igual y un igual olvido¡±, o Antonio Gamoneda: ¡°S¨¦ que el ¨²nico canto, / el ¨²nico digno de los cantos antiguos, / la ¨²nica poes¨ªa, / es la que calla y a¨²n ama este mundo, / esta soledad que enloquece y despoja¡±. El silencio, esa inarticulada nada musical, meros intervalos, fragmentarias inspiraciones. Un leve aliento, quiz¨¢ revelador.
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