Si no embiste el toro, ?qui¨¦n embiste?

Dec¨ªa el maestro Ord¨®?ez que los toreros deb¨ªan estar dispuestos para jugarse la vida ocho o 10 tardes al a?o; pues la de esta noche era una de esas para Roble?o, Delgado y Silveti, tres toreros modestos, que llevan temporadas a la busca y captura de contratos que se les resisten y que habr¨¢n so?ado muchas noches con esta comparecencia en la Feria de San Isidro.

Pues la noticia es que los tres han pasado por esta plaza completamente en blanco, sin huella alguna, sin un capotazo bien trazado, sin un muletazo para el recuerdo, sin detalle alguno que denote su afici¨®n por alcanzar la vitola de figura.

Vaya por delante que la corrida de Flor de Jara y los dos remiendos de San Mart¨ªn no ofrecieron facilidades; toros, todos ellos, trist¨ªsimos, mansos de solemnidad, muy descastados, sin un ¨¢pice de bravura, de nobleza o de clase; sos¨ªsimos los seis, regalos envenenados para quien espera ese toro de sus sue?os que le permita la faena irrealizable de su vida.

Queda claro que la corrida no sirvi¨® de principio a fin, pero es la que hab¨ªa, la que les toc¨® en el bombo de la suerte esquiva del toreo (otros toreros, con los mismos o m¨¢s m¨¦ritos que ellos suspiran en sus casas por una oportunidad que no les ha llegado). Y lo incomprensible es que los tres dieran la extra?a impresi¨®n de un conformismo que nada tiene que ver con la ambici¨®n que se le supone a quien se viste de torero y busca la gloria.

Pero, ?no hab¨ªamos quedado que si no embisten los toros, embisten los toreros? ?No estamos cansados de o¨ªrles que saldr¨¢n dispuestos a darlo todo por un sue?o?

A la vista est¨¢ que una cosa es el leg¨ªtimo sentimiento, y otra muy distinta la realidad de un toro manso, deslucido y parado, con intenciones poco claras, en una plaza de tanta responsabilidad como la de Madrid. Cuando sucede que un torero est¨¢ frente a un toro de ese tipo en este lugar es el instante de su vida en el que debe tomar una decisi¨®n trascendental: jugarse la vida o tirar cuatro l¨ªneas y esperar tiempos mejores que, con toda seguridad, no llegar¨¢n.

Roble?o, como sus compa?eros, no tuvo toros para el triunfo; especialmente esabor¨ªo y desangelado fue su primero, pero ¨¦l se mostr¨® en todo momento a la defensiva, como fr¨ªo y desganado, resignado y triste. Entre ambos ¡ªlos dos, sos¨ªsimos¡ª aburrieron de lo lindo y, encima, lo masacr¨® con un feo metisaca en el cuello. Tampoco ofreci¨® posibilidades el cuarto, y el torero se puso siempre al hilo del pit¨®n, sin ¨¢nimo alguno para sobreponerse a su mala suerte.

Decepcion¨® y mucho el ecijano Miguel ?ngel Delgado; se esperaba m¨¢s, mucho m¨¢s de este torero, otrora elegante y fino, y hoy pareci¨® una sombra de s¨ª mismo. No tuvo oponentes serios ¡ªdicho queda¡ª, pero dio la impresi¨®n de tener el esp¨ªritu desvanecido, sin ¨¢nimo alguno para presentar pelea, a la expectativa de lo que pudiera ocurrir y la estrategia, a la vista est¨¢, result¨® err¨®nea. Estuvo por debajo de su soso primero, que brind¨® al p¨²blico y acab¨® con unas inoportunas bernardinas que casi lo mandan a la enfermer¨ªa. Con estatuarios comenz¨® su labor ante el quinto, que tampoco serv¨ªa, y acab¨® sin historia. La ambici¨®n no puede consistir, de ning¨²n modo, en dar pases y m¨¢s pases insulsos. La ambici¨®n es otra cosa.

La misma medicina se le podr¨ªa aplicar al mexicano Silveti. Lo intent¨® a la ver¨®nica ante su primero y dos capotazos tuvieron buen trazo; inici¨® la labor muleteril con un pase cambiado por la espalda y acab¨® con bernardinas prescindibles tras una faena ins¨ªpida e incolora. Su toreo acad¨¦mico result¨® tan soso como el toro; hizo el esfuerzo ante el sexto, y una tanda de redondos dio la impresi¨®n de que la faena elevaba un vuelo que no fue cierto.

En fin, que nadie embisti¨®. La culpa de los toros,¡­ Y de los tres toreros.