Yo no soy un torturador
Sorprende que personas relevantes dividan el mundo entre buenos y malos y establezcan un podio ¨¦tico para los antitaurinos, desde el que miran con desprecio
No; yo no soy un torturador, ni un maltratador, ni disfruto con la violencia o la visi¨®n de la sangre. No soy un g¨¢nster aceitoso de tercera divisi¨®n, ni un p¨ªcaro chorizo, ni un se?orito latifundista ni un patriota de puro y clavel, como el admirado Manuel Vicent califica a los aficionados a los toros.
Solo soy un ciudadano (de izquierdas o de derechas, ?a qui¨¦n le importa?) que est¨¢ muy orgulloso de pertenecer a una cultura en la que el toro bravo es protagonista de un modo de entender la belleza. Y acepto que otros no lo entiendan as¨ª.
Pero lo que me sorprende es que personas relevantes dividan el mundo entre buenos y malos, y establezcan un podio ¨¦tico para los antitaurinos, desde el que miran con profundo desprecio a quienes acudimos a una plaza de toros.
?Qu¨¦ les escandaliza de la fiesta? Sin duda, la supuesta violencia contra el animal, la sangre derramada, la muerte real¡ Es verdad que una corrida de toros es un espect¨¢culo cruento, siempre caro, generalmente inc¨®modo, y, a veces, maloliente. Pero como la vida misma, solo que nuestra existencia est¨¢ edulcorada por el buenismo imperante de lo pol¨ªticamente correcto.
Se ha escrito recientemente en este peri¨®dico que ¡®las plazas de toros pronto ser¨¢n mostradas por los gu¨ªas tur¨ªsticos como espacios donde antiguamente se celebraba una carnicer¨ªa que algunos llamaban cultura¡¯.
?Las plazas de toros? Seguro que su autor no ha cruzado la carretera M-30 por el puente de Ventas, que cada noche es utilizado como dormitorio por un grupo de inmigrantes api?ados, mal vestidos y mugrientos. Sin duda, pronto, ese lugar ser¨¢ mostrado por los gu¨ªas como un espacio en el que se hacinaban a miserables seres humanos mientras algunos lo llamaban solidaridad porque se les ofrec¨ªan unas mantas para justificar la mala conciencia colectiva. Pero los inmigrantes no dejan rastro de sangre en el puente, aunque su situaci¨®n es un maltrato inhumano.
Las generaciones venideras nos juzgar¨¢n, tambi¨¦n, por las miles de personas dependientes que mueren sin recibir la ayuda necesaria (33.000 andaluces con gran dependencia est¨¢n en lista de espera). Claro que la culpa no es nuestra, sino del Gobierno de turno que recorta las prestaciones.
Muchos prestigiosos antitaurinos no ven la tele en horario infantil. Pues hay que sentarse delante de la caja tonta para sentirse trastornado ante la avalancha de violencia, sangre y maldad de pel¨ªculas, series y dibujos animados. Pero todo es inventado y la sangre no es de verdad, sino salsa de tomate. Ya¡
Los antitaurinos no se entretienen, al parecer, con los videojuegos. Coincido en la piscina con dos j¨®venes que cada ma?ana se cuentan con morboso entusiasmo a cu¨¢ntos enemigos han conseguido abatir con sus mort¨ªferas m¨¢quinas tecnol¨®gicas. ?Pero eso es una chiquillada¡!
?Les gusta el cordero lechal, el cochinillo, la langosta? ?A qui¨¦n no? ?Y no le da pena que maten a cuchillo al corderito de Norit, tan chiquit¨ªn, con esa carita tan dulce? ?O que abran en canal al cochinillo corret¨®n que parece un juguete? ?O que hiervan viva a la langosta, que estaba tan confiada en su acuario hasta que llegaste t¨² y la se?alaste con el dedo mortal: p¨®ngame esta?
Nuestra civilizaci¨®n es hip¨®crita, hortera, tercermundista, insolidaria, ego¨ªsta y violenta¡ Ese es el mundo en el que vivimos.
?Qu¨¦ pasar¨ªa si desaparecieran las corridas de toros? ?Ser¨ªamos mejores personas? ?Vivir¨ªamos en un mundo m¨¢s humano?
Quedar¨ªa exterminado un animal ¨²nico y se cercenar¨ªan los respetables derechos de una inmensa minor¨ªa de ciudadanos; pero ya est¨¢. Continuar¨ªan los inmigrantes en el puente de Ventas, seguir¨ªan muriendo dependientes por falta de recursos, la televisi¨®n continuar¨ªa escupiendo mucha maldad y toneladas de salsa de tomate, y mis compa?eros nadadores aumentar¨ªan cada ma?ana su lista de muertos en combate. Ah!, y nadie salvar¨ªa del matadero a los entra?ables corderitos y cochinillos, a los que hemos condenado a la parrilla en aras de nuestro bienestar.
Soy aficionado a los toros desde que era un mico, y nunca me ha asaltado un ¨¢nimo torturador, ni he sentido placer alguno en el dolor ajeno. Es m¨¢s, no conozco a ning¨²n aficionado a los toros con aviesas intenciones derivadas de su devoci¨®n. Me sorprende cada d¨ªa, sin embargo, c¨®mo supuestos defensores de los animales se esconden en el cobarde anonimato y destilan odio, desean la muerte y las m¨¢s horripilantes desgracias a quienes se visten de luces.
Est¨¢ visto que es m¨¢s f¨¢cil ser antitaurino violento que una persona cabal. No obstante, respetables son todos aquellos que no disfrutan con esta fiesta; respetables son todos los que desean otro mundo donde no se esclavicen a los seres humanos ni a los animales.
Las posturas extremas no son m¨¢s que caretas hip¨®critas que pretenden esconder nuestras miserias y ofrecer mantas a los inmigrantes sin presente.
En el a?o 1929, el torero Ignacio S¨¢nchez Mej¨ªas pronunci¨® una conferencia en la Universidad de Columbia en Nueva York y dijo: ¡®Cuando la humanidad est¨¦ en un grado tal de civilizaci¨®n que no quede ninguna crueldad, entonces ser¨ªa cosa de hablar de suprimir las corridas de toros. Pero mientras los seres humanos hablen tranquilamente del n¨²mero de hombres que cada naci¨®n puede matar en un momento determinado, hablar de la crueldad de las corridas de toros es rid¨ªculo¡¯.
Y el papa Francisco, hace solo unos d¨ªas, apostill¨®: ¡®Hay quien siente compasi¨®n por los animales, pero se olvida del vecino¡¯.
Pues, eso, que dir¨ªa el recordado maestro Vidal.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.