En el basurero del rock del nuevo milenio
Un severo ajuste de cuentas se cierne sobre bandas como The Libertines, The Kooks o Razorlight, protagonistas del indie de los a?os 2000. Sus miembros se lo toman a risa
Lo llamaron ¡°vertedero indie¡± (landfill indie), y no por capricho. Realmente se antoja un descampado ventoso donde alguien se desembaraz¨® de todas las cosas sin valor de un piso derruido. Deconstruyo la met¨¢fora: el piso derruido es la d¨¦cada de 2000, las cosas sin valor son los grupos de guitarras angloamericanos que obtuvieron hits, y el vertedero, como ya suponen, es la consideraci¨®n actual del p¨²blico. S¨ª: Razorlight, The Kooks, Klaxons, The Killers o The Fratellis son algunos de los m¨¢s olvidables desechos de la historia del pop. Los bol¨ªgrafos promocionales, llantas abolladas de bicicleta y tapas del v¨¢ter tifoideas que uno halla con solo dar una patada en el basurero municipal (del rock).
Los grandes sellos suplieron la demanda fichando a cualquiera que supiese empu?ar una Gibson y hacer morritos
Para comprender el escu¨¢lido nivel del indie de los a?os 2000 tienen que examinarlo desde un punto de vista hist¨®rico. Imaginen una d¨¦cada de los sesenta en que The Beatles, The Who, Kinks, The Byrds y Beach Boys jam¨¢s hubiesen existido, y su lugar en el olimpo de la m¨²sica popular (con la responsabilidad cultural que ello conlleva) lo ocupasen, qu¨¦ se yo, Freddie & The Dreamers y Los Javaloyas. Imaginen c¨®mo habr¨ªa afectado aquello a la juventud, al progreso musical, al imaginario colectivo, al futuro. Algo parecido ocurri¨® en 2001: hab¨ªa que tapar el boquete (econ¨®mico) que hab¨ªa dejado la ausencia de rock and roll independiente en la m¨²sica de masas, y las discogr¨¢ficas se apresuraron a colgar el cartel de ¡°Plazas vacantes. No se requiere experiencia¡± en sus sedes corporativas.
S¨ª: fue un acto de pura desesperaci¨®n mercantil. El dance lo hab¨ªa conquistado todo, dejando a un amplio sector del p¨²blico indie tradicionalista en perfecta orfandad musical. Los grandes sellos suplieron aquella demanda incipiente con una oferta todo a 100, fichando a cualquier pisaverde que supiese empu?ar una Gibson y hacer morritos ante la c¨¢mara. El resultado ya lo recuerdan: la generaci¨®n musical con menos talento hasta la fecha en el centenario arco de la m¨²sica pop. El indie de los a?os 2000 era tan pobre en intenci¨®n, resoluci¨®n, memorabilidad y salero que a su lado el brit pop (otro momento bajo del pop de masas) parece un producto de genios, y Noel Gallagher, una lumbrera.
Lo s¨¦: no deber¨ªa indignarme. Despu¨¦s de todo, en d¨¦cadas previas se hab¨ªan dado casos similares. Las avalanchas de A&R chequera en mano fichando a lo loco a cualquier subproducto de segunda y tercera divisi¨®n del g¨¦nero en boga (nueva ola, cantantes protesta, punk rockers¡) han sido una constante en el devenir del rock and roll desde su gestaci¨®n. Por eso existen millones de discos. Porque cada lustro se satura el mercado con angustiados intentos de conseguir nuevos Elvis, Dylan, Rolling Stones o Supremes. Nuevos The Clash o The Smiths o R.E.M. Y eso, no crean, est¨¢ bien; soy un ferviente seguidor de las ligas comarcales, los intentos fallidos, los talentos ps¨¦, los one hit wonders. La cicl¨®pea diferencia estriba en que los Clash, Smiths y R.E.M. del indie de la primera d¨¦cada del milenio eran The Strokes, The Libertines y Arctic Monkeys. Hablamos de una escena cuyos m¨¢ximos baluartes eran morralla derivativa: productos mediocres, sosos, homog¨¦neos o simplemente de genio escu¨¢lido que de repente se hallaban a la vanguardia del rock mundial.
La culpa, como siempre, podemos ech¨¢rsela a las multinacionales, pero ser¨ªa injusto negar que existi¨® un p¨²blico comprador y jaleador. Un p¨²blico que acept¨® tan pancho la aparici¨®n de The Walkmen (mindundis que jam¨¢s deber¨ªan haber escapado del circuito de pubs) tocando The Rat (una canci¨®n insignificante) en hora punta en el show de Conan O¡¯Brien, o los funestos Kings Of Leon ¡ªobtusos, grises y m¨¢s AOR que Journey¡ª encabezando los carteles de macroeventos veraniegos, o Bloc Party ¡ªuna bagatela total¡ª siendo aceptados como gran banda art rock del momento, los nuevos Talking Heads. No me digan que no suena a alucinaci¨®n colectiva, estilo Hipnosapo.
Les contar¨¦ lo ¨²nico bueno de este desprop¨®sito. Al tratarse de sujetos m¨¢s o menos avispados de pa¨ªses plenamente desarrollados, los integrantes de muchos de aquellos conjuntos de Don Nadies est¨¢n hoy revisitando con notable sentido del humor su pertenencia al g¨¦nero. El mism¨ªsimo Johnny Borrell (de Razor?light), bocazas diplomado del landfill indie, respondi¨® una entrevista tronchante donde analizaba grupo a grupo (incluyendo el suyo) aquel timo abismal. Esa exhumaci¨®n ir¨®nica-a-medias tiene incluso sus propios papeles de Panam¨¢: un hashtag de Twitter llamado #indieamnesty que se torn¨® viral cuando una pandemia de graciosetes pentiti, exmiembros de todas aquellas bandas (mayormente brit¨¢nicas), se apresuraron a mofarse de sus propios traspi¨¦s (se me qued¨® grabado el autoexplicativo I Was In The Coral; como si para comprender el horror no hiciese falta a?adir nada m¨¢s).
En Espa?a, claro est¨¢, que suceda algo as¨ª es m¨¢s complicado. En el excelente libro Peque?o circo. Historia del indie en Espa?a, de Nando Cruz, cund¨ªa el melodram¨¢tico rasgado de vestiduras con pu?etazos al propio pecho; el ver la paja en el ojo ajeno, pero no el pal¨¦ de ladrillos en el propio, o la defensa en catenaccio, pero ¡ªsi descontamos a David Beef, Murky y un par m¨¢s¡ª no abundaban la mirada c¨®mica o la ligereza. De hecho, hallar a una sola persona de la corte indie de los noventa espa?ola (o, mismamente, de la movida) haciendo hoy verdadera mofa de su participaci¨®n en aquel asunto es una tarea ardua. Pues aqu¨ª, en el pop patrio, lo de tomarse a uno mismo en serio hasta el sepelio es una tradici¨®n inmutable. Una religi¨®n, incluso.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.